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En 1963 el U.S. Caribbean Command pasó a denominarse U.S. Southern Command. El Comando Sur era, como otros comandos, parte del dispositivo militar cuyo objetivo fundamental era asegurar la defensa y proyección de Estados Unidos y contener y revertir la expansión de la Unión Soviética y el comunismo.

Siempre ha sido, comparativamente a los 11 existentes actualmente, un comando inferior en recursos debido a que América Latina ha sido una zona segura para Estados Unidos y ningún país, solo o con otros, ha constituido una amenaza.

Esto llevó a percibir a América Latina de modo simplista y darle una atención intermitente y de baja prioridad. En ciertas coyunturas, en las que, por el recalentamiento de la Guerra Fría en la región y ante el riesgo de que cambios políticos profundos pudieran facilitar la proyección de la URSS en el área, América Latina concitó puntual atención.

El fin de la Guerra Fría implicó que Moscú y el comunismo ya no fueran la amenaza inminente. Entonces la comandancia del general George Joulwan (1991-93), militar convencido de salvaguardar los intereses corporativos y dispuesto a que la lucha anti-drogas fuera la nueva razón de ser, resultó clave.

Eso incrementó el presupuesto del SouthCom y elevó su perfil. Así, el Comando Sur reforzó su presencia en la base militar de Soto Cano, Honduras (hoy con unos 500 soldados estadounidenses).

En 1993 se lanzó el Programa de Asociación Estatal consistente en convenios en defensa entre las Guardias Nacionales estaduales y las exrepúblicas soviéticas evitando provocar a Rusia. Desde 1996 se avanzó en acuerdos similares con América Latina: existen 24 activos y la Argentina tiene uno con la Guardia Nacional de Georgia.

Además, después de cerrar en 1997 la base Howard en Panamá, se establecieron “localizaciones de seguridad cooperativa” en El Salvador, Aruba, Curazao y Ecuador (desalojada en 2009 por decisión ecuatoriana).

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y el gradual giro progresista en el área tuvieron impacto. En 2002 se estableció, en la base de Guantánamo, Cuba, una prisión militar de alta seguridad. Allí hay actualmente unos 1.200 soldados. Paralelamente, se politizó la mirada del Comando Sur: el general James Hill (2002-04) identificó al “populismo radical” como una amenaza emergente. Nuevos retos alentaron la posibilidad de más fondos, nuevos ejercicios militares e mayor incidencia política.

Una combinación de factores contribuyó a empoderar al SouthCom. La “guerra contra el terrorismo” se libraba en otras latitudes (desde el 11/9 la región no padeció atentados del terrorismo fundamentalista). El fracaso del proyecto del Área de Libe Comercio de las Américas, en 2005, derivó en un menor peso relativo del Departamento de Estado y del de Comercio en los asuntos continentales y un rol más protagónico del Departamento de Defensa y el Consejo de Seguridad Nacional. La revalorización de los océanos, mares y estrechos, ante la creciente tensión Washington-Beijing, elevó la gravitación de la geopolítica marítima.

En ese contexto, la llegada a la comandancia por primera vez de un hombre de la armada, el Almirante James Stavridis (2006-09), resultó crucial. De inmediato restableció la IV Flota, desactivada en 1950. A su turno, en la estrategia de 2007 para la siguiente década el Comando Sur se arrogó la condición de referente líder, entre las múltiples agencias oficiales, para garantizar “la seguridad, la estabilidad y la prosperidad en toda América”. Cabe recordar que 141.430 militares latinoamericanos se entrenaron en Estados Unidos entre 1998 y 2008.

Poco después, durante la comandancia del general Douglas Fraser (2009-12), y desde entonces hasta la fecha, se señaló a China como el mayor peligro. De 2010 hasta 2023, el Comando Sur tuvo un presupuesto anual promedio de unos US$ 200 millones y su estrategia esencial consistió en limitar la proyección militar de Beijing: un análisis serio muestra el éxito de Estados Unidos al respecto. Nadie ha superado ni sustituido a ese país en Latinoamérica en materia de seguridad y defensa.

Aquella ambición esbozada en 2007 se tornó realidad. Hoy en SouthCom hay unos 1.500 militares y civiles. Los periplos desde 2006 de los sucesivos comandantes (Stavridis, Fraser, Kelly, Tidd, Faller y Richardson) a los países de la región superan con creces al conjunto de las visitas de presidentes, vicepresidentes, secretarios de Estado, Comercio, Energía y Defensa, consejeros de Seguridad Nacional y subsecretarios de asuntos hemisféricos.

La capacidad de interlocución con la región de un comando ubicado en Miami por sobre la estructura política de toma de decisiones en Washington es elocuente. Esto fue validado, en la práctica, en Latinoamérica. Hasta presidentes visitan el Comando Sur: lo hicieron Juan O. Hernández de Honduras, Juan Carlos Varela de Panamá, Mario Abdo Benítez de Paraguay, Juan Manuel Santos e Iván Duque de Colombia y Jair Bolsonaro de Brasil. El trato otorgado por el presidente Javier Milei y su gabinete a la comandante Laura Richardson revela el lugar que los mandatarios del área le habilitan al SouthCom.

En tiempos del imperio romano, el procónsul era el administrador provincial por delegación del cónsul. Al parecer, en los lazos entre Estados Unidos y Latinoamérica, el Comando Sur viene desempeñado esa función; una función claramente consentida por la región.

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