El presente documento intenta demostrar cómo a partir de las fuertes mutaciones en la matriz socio política y cultural que tuvo lugar en América Latina post-globalización, hacia fines del siglo XX y durante lo que va del siglo XXI, se ha comenzado a construir un nuevo enfoque de la educación basado en las teorías del capital humano, implementadas recientemente en la Argentina por el gobierno de extrema derecha del Presidente Javier Milei.
El Estado Argentino está expuesto al impacto de una globalización hegemónica, asimétrica, reproductora y profundizadora de desigualdades sociales preexistentes, capaz de cuestionar y atravesar sus decisiones, produciendo la desarticulación entre Estado y sociedad. Los sistemas educativos sufren en consecuencia dichos impactos y se muestran descolocados, desarticulados frente a la sociedad.
Además, la penetración política, económica y cultural a partir de redes culturales y sociales se constituye como determinante para las estructuras académicas y los modelos de ciudadanía propuestos, que muestran signos de agotamiento.
La escuela no puede demostrar su enorme potencial de otrora frente al surgimiento de nuevas formas de acción social, asociadas a la información, el consumo y la formación, que lxs actores sociales, sobre todo lxs más jóvenes, empiezan a encontrar en redes sociales, o sea en ámbitos de socialización ajenos y a menudo contrarios a los idearios escolares.
La voracidad de las corporaciones transnacionales, el capital financiero internacional y sus sectores políticos internos tributarios, interesados en revertir los planes y programas de estudio vigentes, encuentran un campo fértil para la instalación de las propuestas del capital humano.
Educación al servicio empresario
El Presidente Milei, en su discurso inaugural de espaldas al Poder Legislativo, el 10 de diciembre de 2023, aseguró que “sólo el 16% de nuestros chicos se reciben en tiempo y forma en la escuela”. Más allá del dato en sí mismo no es real, ya que la tasa de egreso es de alrededor del 75% (tomando en cuenta el desgranamiento escolar producido durante la pandemia, que aunque en menores niveles se mantiene todavía alto), lo que preocupa es que constituya uno de los fundamentos esgrimidos para justificar la instalación de las teorías del capital humano en la Argentina, por lo que las mismas significan y porque empeorarían las condiciones de calidad de la educación, que seguramente –y dado el nuevo índice de pobreza aportado por el Observatorio de la Universidad Católica Argentina (UCA ), de 57,8%– no son las mejores.
A pesar de lo expuesto, la embestida del Presidente contra la educación no terminó allí, ya que una de sus principales medidas consistió en la eliminación del Ministerio de Educación como tal y su paso a la condición de una Secretaría de muchísimo menor rango y dependiente de un nuevo Ministerio, como es el de Capital Humano. Curiosa denominación para un Ministerio que nuclea los ámbitos de Salud, Educación, Trabajo y Acción Social. Todo un mensaje al que apeló el Presidente que nos permite adivinar lo exiguos que serán los presupuestos para la educación, la salud, el trabajo y la ayuda social de cada vez más ciudadanxs.
Las políticas de mercado que rigen el orden mundial y las concepciones neoliberales de la educación son las que tributan a la teoría del capital humano, que tuvo su origen en los años ‘50 del siglo XX, con los economistas Gary Becker y Theodore Schultz como sus principales representantes. Fueron ellos quienes advirtieron sobre la relevancia de la calidad de la mano de obra para el crecimiento económico nacional, la productividad y la competitividad, formación implementada desde su paso por el sistema educativo. “Esta inversión permite a la gente dar un mayor rendimiento y productividad a la economía moderna” [1].
Puede definirse el capital humano como el conjunto de habilidades, talentos y conocimientos que se adquieren por la educación formal, así como las habilidades que se consiguen luego, por la práctica habitual y la inversión específica en las experiencias laborales.
La teoría del capital humano forma parte de un enfoque económico de la educación. Considera a lxs alumnxs, en su etapa escolar, como actores en la búsqueda de una inversión que haga rentables sus posibilidades económicas futuras.
La etapa posterior, la referida al acceso al mundo del trabajo, deberá complementar su formación con acciones de actualización y capacitación, adquisición de competencias y habilidades a cargo de las empresas que pudieran emplearlos.
“El capital humano considera al sistema educativo como proveedor de recursos humanos para el mercado de trabajo. El sistema educativo, la escuela, queda de este modo subordinada estrictamente al mercado de trabajo y sus requerimientos. Para el capital humano, la educación está al servicio de las demandas empresariales y de lo que los empresarios digan que hay que estudiar”, explica el sociólogo y ex ministro de Educación, Daniel Filmus [2].
La teoría del capital humano considera clave, en el proceso de formación de los individuos, la construcción de una subjetividad asociada al incremento potencial del crecimiento económico, la productividad y la competitividad, restringiendo de esta manera el significado de la educación a dichas metas.
Los ejes reguladores del sistema educativo, es decir los que constituyen lo que es la formación de ciudadanía, serán en adelante producir y competir con eficiencia para el mercado. Estos se convertirán en valores y en hábitos que se aprenderán desde la escuela, en desmedro de otro tipo de valores como empatía, solidaridad, convivencia democrática, justicia social y soberanía.
El capital humano refiere a la tasa de retorno que produce la inversión en educación, es decir, a modo de devolución, en la medida que aumenta la productividad y la competitividad de cada individuo en su desempeño laboral.
“Los buenos sistemas educativos, de calidad, no responden al capital humano ni al mercado, sino que educan en la integración de los ciudadanos para la participación social, la continuidad de estudios superiores, en la universidad, la vida familiar, la política y el trabajo” [3].
Finalmente, asistimos a una mutación cultural que impacta en la matriz sociopolítica clásica y moderna. La democracia, la nación y la escuela no escapan a ella y atraviesan un momento crítico, como nunca antes en la historia.
Por supuesto que dicha situación está requiriendo el inicio de un proceso de reconfiguración del Estado y de la realidad planteada en los párrafos anteriores, a realizarse en este momento desde las escuelas, que constituyen territorialmente la parte de la comunidad donde los docentes, alumnos y otros actores del sistema educativo pueden participar en la recuperación del protagonismo de la educación y en la reversión de las situaciones que hemos planteado.
Se podría avanzar inclusive hacia la definición de un diseño curricular básico y nacional en el que intervengan las fuerzas políticas democráticas, sin exclusiones; romper el límite de los debates históricos, avanzar en unidad de criterios para poner fin, por ejemplo, a políticas públicas donde la meritocracia educativa determina el destino de ricos y pobres luego de su paso por la escuela. Es preciso construir un nuevo poder ciudadano, una ciudadanía ampliada, que considere tanto los actores individuales como colectivos, sobre las bases de la democracia participativa, la convivencia democrática y la justicia social.