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Las denuncias de corrupción ya no cambian esta tendencia. Para la mitad de la población el kirchnerismo es un hecho corrupto, aunque no todos ellos creen que ella sea la responsable. Y a su vez más de la mitad de los argentinos (casi dos tercios, de hecho) cree que las causas judiciales contra la ex presidenta están políticamente motivadas. No hay mucho para sacar de ahí, salvo que sea una inhabilitación poco probable. Si ponen presa a su hija,  Cristina Kirchner crecerá ante el electorado. Cuenta con un electorado fiel, que se compone de los pobres y trabajadores que en otro tiempo eran «el voto peronista».

El otro dato, inseparable de este, que construye este lugar evidente de la ex presidenta, es el fracaso del peronismo federal o alternativo como opción política. El otro peronismo, el que pretendía desplazarla, es un fenómeno influyente entre los dirigentes pero no en los electores, aquel votante que establemente acompañó. Los peronistas federales no produjeron ningún hecho relevante para convertirse en referentes de sus votantes pretendidos. No compitieron en ningún momento con ella por este sector: estuvieron hablándole a otro segmento de la sociedad y probablemente nunca miraron a los ojos de sus representados. El peronismo federal cometió un error político fatal.

Cristina Kirchner ya no es preferida por su ejercicio de la gestión. Ahora es un fenómeno electoral en sí mismo. El kirchnerismo fue estudiado durante mucho tiempo como un caso testigo de “partido cartelizado”. Porque Néstor Kirchner había sido un producto del poder. Llegó por casualidad, perdió las dos elecciones en las que compitió (2003 y 2009) y construyó su lugar desde el ejercicio del gobierno. Pero Cristina Kirchner pasó a ser otra cosa. Conoció el llano y lo sufrió; la hicieron caminar los pasillos de Comodoro Py. Y pese a todo sigue siendo la dueña de sus propios votos. Este kirchnerismo de 2019 es una criatura política nueva, que hereda la tradición peronista pero desde las periferias del poder, con algún mito de la resistencia.

Se pone de manifiesto algo que hemos analizado en una columna anterior. El kirchnerismo opositor es un partido genuinamente nacional. Los dirigentes kirchneristas, empezando por la ex presidenta, ya no tienen un terruño de pertenencia. El kirchnerismo nació santacruceño, mutó en bonaerense y tiene sus oficinas en la Ciudad de Buenos Aires. Los senadores y diputados kirchneristas no responden a las lógicas territoriales; son soldados de las aspiraciones nacionales de su lideresa. Los territorios -sean la gobernación de Santa Cruz o la Tercera Sección electoral bonaerense- son meros instrumentos para el acceso a la Casa Rosada. La ex presidenta sólo piensa en estos términos: aun si fuera capaz de resignar su candidatura, lo haría sólo para poder acercarse allí de la forma más eficaz. Aun si fuera necesaria otra persona para ocupar el lugar de la candidatura.

Mientras tanto, el electorado duro antikirchnerista ya no puede seguir expandiéndose. Quienes ya están allí no se moverán, como nunca lo hicieron ni lo hubieran hecho, pero el presidente Macri -el líder electoral del antikirchnerismo- no está en condiciones de agregar nuevos respaldos después de tres años y monedas de una gestión sin resultados económicos. La única forma que tiene Cristina Kirchner de no ganar las elecciones de 2019 es careciendo de la voluntad de hacerlo. Y esto no sería completamente impensable: el país que recibirá el próximo gobierno será uno difícil de gobernar. La mente juega juegos misteriosos.

El sucesor de Macri deberá gobernar con el Fondo Monetario Internacional, pagar importantes vencimientos de deuda y enfrentar todos los desequilibrios económicos intactos. Argentina sigue teniendo una enorme inflación, problemas estructurales de competitividad y cuentas corrientes tristes. La ilusión del consumo cuesta aún a aquellos que creen fervientemente en la demanda agregada. No hay demasiadas fuentes de ingreso a la vista. La soja -que sigue siendo la principal fuente de divisas externas- seguirá en niveles bajos, de acuerdo a todos los pronósticos por varios años más. Si el próximo presidente deberá ser un presidente de ajuste y austeridad no se trata de una tarea atractiva para Cristina Kirchner.

A medida que los conceptos anteriores van siendo internalizados por parte de la dirigencia política, el peronismo deja de ser un problema para el retorno de la ex presidenta. Estarán quienes sepan adaptarse a esta realidad y aquellos que queden varados en el camino. Por más que haya muchos dirigentes incapaces de aceptar la centralidad de Cristina, los electores terminan mandando: como decíamos al principio de esta nota, el peronismo federal no existe en el electorado.

Por lo tanto, la cuestión central que debe resolver Cristina Kirchner es en qué condiciones volverá. Y allí es donde las alianzas que haga o deje de hacer hablarán de lo que ella piensa hacer con su inescapable popularidad. Si Cristina Kirchner decide aliarse a sectores más “moderados” del peronismo ya no será porque necesita sus votos -que, repetimos, no existen- , sino, porque necesita la imagen que estos peronistas no kirchneristas supieron construir a nivel social.

Los peronistas devenidos no kirchneristas han sido ineficaces en el plano de los votos, pero no en el de las ideas e imágenes. Se han ganado  su prestigio en las embajadas, las empresas y en la clase media por ser diferentes de la ex presidenta. Aún cuando la mayor parte de ellos fueron funcionarios al servicio de ella y no tienen demasiadas ideas nuevas que mostrar. Estos peronistas no kirchneristas no estuvieron recorriendo unidades básicas ni asentamientos, pero sí se han codeado de un conjunto importante de dirigentes y factores de poder que se asustaron con el segundo gobierno de Cristina. Hoy el gran servicio que estos peronistas no kirchneristas pueden ofrecerle a la ex presidenta es ayudarle a girar al centro. Si es que es eso lo que ella quiere. «