Hemos escuchado desde hace mucho tiempo, discursos que denostaban la actividad política y a las personas que la ejercían. Los escuchamos en todos los golpes militares y los seguimos escuchando fundamentalmente de la boca de empresarios o de sus simpatizantes. Empresarios que, por supuesto no manejan sus empresas de manera democrática, ya que, siendo los dueños o los gerentes de estas empresas, las mismas fungen como pequeños o grandes feudos, dependiendo de su tamaño.

Pero ¿qué es la política? El término remite a la deliberación de la población en las ciudades estado en la antigua Grecia y que se denominaban ‘polis’.

El tema era la administración del estado y la relación entre los habitantes y sus propiedades; de tal manera que todos los considerados ciudadanos tenían el derecho de participar y hablar acatándose luego sus decisiones. Este es el origen de la democracia como método de gobierno.

Se deduce entonces que los que no participaban también debían acatar las
decisiones de estas asambleas, su actitud política era aceptar la representación de los participantes. No participar era también un acto político, igual que lo es ahora.

En definitiva, la condición necesaria e inevitable, es que habrá política cuando haya dos personas que deberán decidir o imponer como manejar sus vidas como pequeña comunidad. Toda relación entre los seres humanos y entre los seres humanos y la naturaleza será política.

Es llamativo que los que cuestionan la política sean fundamentalmente personas que toman decisiones o personas que les obedecen. Sean estas personas empresarios o militares que ejercen poder, o sus soldados o admiradores, finalmente, tropa del escalafón.

Se podría pensar entonces que el conflicto está en no aceptar el ejercicio del poder representativo de la población otorgado por el voto, sino el poder ejercido por el dinero o por las armas.

La historia nos muestra que los que tienen las armas son finalmente empleados de los que tienen el dinero, o sea el poder económico.

O sea que tendremos entonces varios discursos en el menú que se ofrece a nuestros ojos y oídos, ya que el vehículo comunicacional fundamental serán los medios audiovisuales.
El discurso de la antipolítica, casualmente muy emparentado con el discurso de la derecha, el discurso de la izquierda, englobando aquí la izquierda marxista y lo que se considera nacional y popular, de notable mayor aceptación popular, el discurso de la derecha política y, últimamente, el discurso de una ultraderecha histriónica y funambulesca que a pesar de lo grotesco de su presentación tiene un público disponible de adeptos.

Podemos preguntarnos.

¿Por qué tiene más éxito el discurso de la derecha que el de la izquierda? ¿El dominio de la derecha es consecuencia exclusiva de que tienen las armas?

¿Por qué tiene éxito el discurso religioso, que, si bien históricamente ha recurrido a las armas, como por ejemplo en las cruzadas, o la yihad islámica, etc., ha logrado penetrar en la conciencia de la gran mayoría de la humanidad?

¿Es el discurso de izquierda un discurso endogámico y el de la derecha exogámico?
Hay tal vez una contradicción interna en el razonamiento de la izquierda; ‘un mundo para todos y un discurso para pocos’, o para el entendimiento de pocos, que traerá como consecuencia un resultado paradojal, curiosamente especular e inverso al discurso de la derecha; ‘un discurso para todos y un mundo para pocos’.

Hay indudablemente diferencia en las promesas; la izquierda promete compromiso, responsabilidad, esfuerzo, lucha, solidaridad, igualdad, educación, más esfuerzo, la alegría del esfuerzo compartido, inclusión, identificación con el que sufre, con el que tiene la cara sucia y los pies descalzos. La derecha en cambio llena sus discursos de significantes vacíos y promete alegría, éxito, exclusividad, belleza, propiedad, ser mejores que otros, tener más poder que otros, riqueza y vida fácil, placeres varios y mágica felicidad, una estética de caras sonrientes y mujeres hermosas con maquillaje impecable.

Las religiones prometen un más allá glorioso y eternamente feliz, pero fundamentalmente niegan aquello a lo que más tememos, la muerte; y, en general, los administradores de estas religiones pertenecen a un mundo de exclusividad que no comparten con la mayoría de los fieles, solo con los más cercanos de sus acólitos, que en definitiva son parte de la administración.

Y qué decir del discurso de la ultraderecha, tan en boga en estos tiempos. Un discurso ultraconservador, que desearía la monarquía u otra forma de autoritarismo, que en sus axiomas remite al medioevo y a un concepto de patriotismo fundado en lo territorial y en lo étnico, defensor acérrimo del patriarcado, homofóbico, xenófobo y racista. Un discurso que busca culpables y que propone soluciones mágicas a todos los problemas, como, entre otras cosas, matar a los enemigos elegidos.

Demasiado parecido a las dictaduras militares de Videla y Pinochet a las que un día se les dijo “nunca más”, aunque los odiadores de ultraderecha parecen añorar esos tiempos.
Un discurso que se muestra capaz, aquí y en todo el mundo, de captar a los frustrados y adolescentes de las clases medias y populares.

No uso el término adolescentes de manera casual, en la adolescencia la explosión hormonal nos llena de bríos, pero no siempre sabemos qué hacer con estas energías, deseamos comernos el mundo, pero aún no hemos aprendido como. Posiblemente la madurez sea la capacidad de modular el deseo, tanto para desear cosas posibles, como por haber adquirido la capacidad de generar proyectos para lograr lo que aparece más difícil. Es típico del adolescente ufanarse de sus éxitos, lo que no estaría mal, y echarles la culpa a otros, al mundo si es necesario, por sus fracasos. Obviamente hay adultos que han quedado presos en la adolescencia y, aunque sus caras se arruguen, demuestran no haber adquirido nunca la empatía que viene con la madurez, persistiendo en el discurso resentido del adolescente frustrado.

Como pensar es una agradable posibilidad, pero también una obligación ciudadana, los invito a pensar en estas cosas ya que no casualmente el mundo en que vivimos es capitalista.

El capitalismo, desde su proto origen; las castas comerciales de los pueblos primitivos, no tenía necesariamente origen “noble”. La nobleza se generó a partir de hombres de guerra que se apropiaron de los bienes de otros y después engordaron. Estos reyes “gordos” tenían ejércitos que garantizaban su poder y participaban en mayor o menor medida de su poder y riqueza, la aristocracia.

Las castas comerciales, que llegaron tarde a la repartija del botín, encontraron a partir del comercio y el servicio a la nobleza a la que tributaban, otra forma de apropiación de la riqueza. La nobleza les permitía su comercio hasta que ellos lograron como burguesía desplazar a esa aristocracia vana y corrupta, lo hicieron vía revoluciones en las que lograron que los pueblos fueran su tropa y ellos los beneficiarios.

Desde este punto de vista parecen ser la clase más activa y creativa de la historia; también resulta evidente que han logrado seducir a grandes masas de pobres que pusieron sus cuerpos y su sangre sin obtener beneficios de ese esfuerzo.

Aprendieron de los nobles derrotados a manejar la subjetividad del poder, el poder se gana con la fuerza y se sostiene con la subjetividad, por eso las religiones han ocupado siempre una silla al lado de los poderosos, porque han sido su herramienta, han sido el instrumento para calmar a las masas, una de las más efectivas zanahorias. Hoy en occidente, las religiones han sido parcialmente reemplazadas por los medios de comunicación.

Posiblemente el problema esté en entender cómo funciona la mente del burro, metafóricamente hablando. Tratar de empujar al burro no solo tiene poco éxito, sino que además se pueden recibir patadas, este es posiblemente, el discurso de la izquierda. La derecha prefiere poner la zanahoria, que no le dará, delante del burro, y el burro camina.