group of people in conference room
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Nuestro país está atravesando una fase de creciente estupidización. Comenzando por el hecho de un electorado esencialmente estupidizado por años de «tinellización» y faranduleo de la vida pública, junto con el machacar mediático sobre los valores y principios de la «res pública», es decir, atentando contra la democracia. Ese electorado estupidizado ha ungido a un gobierno esencialmente estúpido. Un gobierno que parece píllo, pero que solo es capaz de picardías de baja estofa, tales como sobornar legisladores y gobernadores con los fondos reservados de LA SIDE. Y que, como bien señala Grabois, se hace el fuerte con los débiles y humildes, a quienes somete a despojo y maltrato; pero es venialmente débil frente a los fuertes, ante quienes se somete indecorosamente, como practica a diario el propio blandengue genuflexo del payaso impresentable ungido presidente. Solamente en un país sumergido en la estulticia se puede llevar adelante esta campaña de empobrecimiento cultural, acerca de las «auditorías» a las universidades nacionales. El sorprendente grado de ignorancia de muchos bandoleros a sueldo, y de muchísima buena gente, que desconocen el mecanismo «de relojería» de evaluación y control académico por un lado (a cargo de la CONEAU); y de la gestión administrativo/contable por otro (a cargo de la AGN) explica que se sorprendan -como Laje o Milei- porque «… no se entiende que no se acepten auditorías para saber en qué se usa el dinero público. Y esta discusión está candente, la prédica ha tenido éxito y -lamentablemente-, legiones de estúpidos las repiten como loros. Cuando se remite a los estúpidos neo-psitácidos a la ley acerca de la educación universitaria, refieren que no la conocen y que «…nadie las lee…», como si tal desconocimiento por indolencia y dejadez justificara el dislate. Por supuesto, esos disparates no son inocentes, son parte central del pescado podrido con el que la derecha afronta los desafíos de la querella cultural. A la que debemos concebir como un escenario fluctuante, variopinto y multidimensional; nunca en términos de una batalla, siempre en el de una guerra popular prolongada, en todos los frentes. Y el manual para combatir la estupidez en este capítulo, hace que toda la militancia debe saber y ser capaz de transmitir, que la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (la CONEAU) implica revisión entre pares, y ahí está la primer llave, las auditorías se hacen permanentemente, y las hacen quienes deben hacerlas: pares. Está claro que a lo atinente a la enseñanza de la pediatría la deben evaluar médicos y particularmente pediatras; y así sucesivamente. Luego, y como el gasto en personal explica más del 90% del gasto universitario, pretender discutir la «ruta del dinero» implica pretender discutir los criterios de asignación de recursos a tal o cual carrera, o a las modalidades en que éstas se dictan. Es decir, pretenden cuestionar los criterios académicos, para poder intentar después cambiar los contenidos curriculares e ir a una educación retrógrada y elitista, para pocos, para la gente «de bien». Contra esta deriva de estupidez malvada y maligna, la pelea debe ser constante. Pero, militando en el peronismo como nosotros hacemos, este opúsculo quedaría incompleto si no hiciera especial hincapié en la escasa o nula tarea de «labranza cultural» en los años de bonanza. La década supuestamente ganada ha sido una década irremisiblemente perdida. Y perderemos más aún, junto con la nación y el pueblo, si no se abren canales efectivos a la participación popular. Y eso requiere dejar de lado fantasías de mentes iluminadas, dedos autocráticos y de entender al poder como un bien heredable. No se puede concebir a los compañeros y al pueblo como a los siervos de la gleba. De lo contrario, continuaremos aportando nuestras estupideces a las discusiones estúpidas del país estupidizado.

Dicho sea de paso, el peronismo tuvo un rol destacadísimo en la redacción de la Ley de Enseñanza Universitaria y el resto del marco normativo; merced a la ímproba tarea de muchos compañeras/os, encabezados por dos próceres, como el recordado Juan Carlos Del Bello y el querido Ernesto Villanueva.