Esta nota pretende divulgar conceptos para debatir ideas. Se inspira tanto en los límites de la democracia como acción como en su reconocimiento como contexto decisional. Y se nutre del excelente artículo de Andrés Musacchio «El concepto de «democracia económica» y los debates sobre la salida (de la crisis) del capitalismo» CEC Año 9, Nº 17 (2023) pp. 35- 57. Los errores de lectura y de interpretación que existen son sólo atribuibles a mis propias incapacidades.
En un sistema económico como el capitalismo (propiedad privada, maximización de beneficios empresariales, acumulación financiera de la plusvalía, concentración del poder económico sobre el político), la democracia económica es un oxímoron. La democracia supone un contexto individual de libertad de elección que no se da en el Mercado en el que las empresas diseñan estructuras oligopólicas y poder de fijación de precios en las que la autonomía del consumidor es una ilusión.
La idea del consumidor como elector, consumidores que votan a través de sus elecciones de góndola, es una suerte de sarcasmo del poder, un insulto a la racionalidad social: cuando los consumidores compramos un bien o un servicio sólo buscamos satisfacer necesidades y deseos dados nuestros ingresos y los bienes y servicios disponibles en precio y cantidad. Cuando enciendo el gas de mi cocina no voto por Camuzzi, satisfago mi necesidad de fuego. Igual que cuando compro el pan no voto por el panadero que es conservador y reaccionario (lo vota a Milei, así que imaginense).
La economía tiene esa materialidad propia de nuestra condición humana: las necesidades. Que tienen un componente objetivo, en tanto somos materia y un componente subjetivo, en tanto nos moviliza la voluntad. Nuestras necesidades son carencias unidas a un deseo de eliminarlas.
El neoliberalismo -perdón los posmarxistas- es materialismo puro. Nos ha formateado un sentido común en el que todo es crematística y mercadotecnia. Crematística como economía política del dinero y mercadotecnia como dirigismo del consumo. Esa lógica es prevalente aunque nos crispe como portadores de razón humana. La educación, la seguridad, la justicia, el matrimonio, el asesinato, la religión, todo es y se puede analizar como hecho económico. Ese discurso fundante del neoliberalismo cristalizó con el Nobel de economía 1992 para Gary Becker por proponer el análisis microeconómico como base de la comprensión del comportamiento humano fuera del mercado.
La discusión sobre cómo aplicar la democracia económica a lo macro, meso o micro no pertenece a la agenda de la vida cotidiana, pero debería ser abordada para comprender mejor sus implicancias.
El nivel micro refiere al interior de las empresas con énfasis en la organización participativa (o no) del proceso de trabajo del que surgen preguntas tales como es nuestra empresa democrática?, existe cogestión de los representantes obreros?, se humaniza el trabajo con estándares laborales?. En fin, es la nuestra una organización participativa, que reemplaza la organización autoritaria típica del capitalismo? En este plano, la democracia económica enfatiza la calidad del trabajo, la formación del trabajador y el rol coparticipativo de los trabajadores, pero elude abordar la cogestión administrativa directa. En realidad, se reconoce que la democracia económica sólo sería posible superando las relaciones capitalistas de producción y la humanización del trabajo.
¿Pero cómo abandonar la propiedad privada que, desde Proudhon, sabemos que es un robo?
La pregunta abre el debate: ¿cuáles son las formas alternativas de propiedad de los medios de producción por parte de los trabajadores de una empresa para una transformación del proceso de acumulación que supere la alienación y la contradicción entre salarios laborales y ganancias empresarias, típicas del capitalismo, y el desinterés provocado por una propiedad difuminada en la sociedad?
El contexto que derive de una respuesta garantizaría una economía humanizada cuya propiedad no estuviera ligada a personas individuales -ni sea divisible entre ellas- sino que pertenezca al colectivo de trabajadores de la empresa, que no tendrán derecho de repartirse el capital, y cuya administración la ejerce un gremio elegido cuyo objetivo sea una administración productiva eficaz.
La democratización de la empresa debería combinar la utilización eficiente de los recursos y los excedentes con una nueva distribución de la riqueza y el ingreso para quebrar el vínculo entre individuos y propiedad por medio de un capital social colectivo. La conducción de la empresa debe ser ejercida por managers elegidos por los trabajadores, en quienes se delegan determinadas funciones. Como los ingresos y el empleo dependen de una administración eficiente, es esperable que la autogestión y la elección de managers sea al menos tan eficiente como en una empresa capitalista. Pero aquí se ganaría en transparencia, balanceando mejor los principios de equidad y eficiencia y utilizando más racionalmente los recursos.
Pensado desde la democracia económica, un problema fundamental es la asignación de los recursos en el proceso de creación de valor. Por eso, cobran relevancia las formas en que la sociedad distribuye el trabajo para satisfacer las necesidades sociales. ¿Cómo decide una sociedad democrática la distribución adecuada de los recursos? ¿Quiénes y de qué manera deciden sobre la distribución de los excedentes? ¿Cada colectivo de trabajadores dispone sobre su propio excedente o hay una instancia social superior? ¿Quién coordina las decisiones individuales y colectivas? Las preguntas abordan cuestiones técnicas difíciles de resolver.
Queda claro que una democracia económica implica una asignación de recursos bajo el rol regulador del Estado, la estatización de los grandes conglomerados empresariales formadores de precios y la planificación orientada por el Estado como «representante» del conjunto de la sociedad.
Los mercados no admiten una interpretación mecanicista, son sistemas sociales complejos cuya funcionalidad -en una sociedad postcapitalista- es relevante dado que la sociedad actual es híbrida (no exclusivamente capitalista) y que su transformación implica receptar las diversas formas no capitalistas existentes (como la economía circular, por ejemplo). El problema no es optar por la planificación o por el mercado, sino articular mecanismos sociales de planificación participativa con la actuación económica de mercado en la gestación de la producción y distribución de diferentes tipos de bienes y servicios con el control social de las inversiones.
Es fundamental comprender que la reasignación de los excedentes es una cuestión pública, no privada. Eso implica una tarea política de regular los mercados que es todo lo contrario de algo sencillo, mucho más si se lo pretende hacer de manera democrática y de forma que garantice su funcionamiento. Precisamente los controles no funcionan porque se carece de una base de apoyo en la democracia económica.
Musacchio afirma que la democracia económica es un proyecto social de transformación de las relaciones de poder y no una mera ingeniería sociopolítica.
Sin embargo, es posible efectuar algunos progresos a nivel provincial. Un ejemplo sería avanzar en la participación social y laboral en Petrominera Chubut Sociedad del Estado. Democratizar su gestión impulsaría su inserción en el amplio mercado de la energía y la minería y ejemplificaría las ventajas operativas y económicas de la democracia. Claro que es imposible pedir este diseño a un gobierno de raigambre neoliberal y conservadora. No importa, será.
Jorge Manuel Gil es economista y ex rector de la Universidad Nacional de la Patagonia.
https://www.elextremosur.com/nota/46290-cacotomia-neoliberal-puede-la-democracia-economica-empezar-por-petrominera-chubut-se/
Errata exclusiva del autor: es «cacotopia» como antónimo de utopía del griego kakos, que significa malo (de allí nuestro caco en lunfardo y como ladrón) y topía, lugar. Es un lugar malo, indeseable, contraposición de la utopía, que se entiende como una fantasía sobre una sociedad feliz y perfectamente organizada.
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