La política económica el gobierno AF muestra en cada cambio, una profundización del corrimiento hacia el centro respecto al peronismo tradicional. En la medida en que se usan más instrumentos monetarios de corrección a la inflación, se mantiene o se acentúa tanto la disconformidad social como la de los inversores. Tratando de mantener en lo posible la política social propia del peronismo, aparece la contradicción, ya que el monetarismo favorece la rentabilidad del capital, como se sigue viendo en la actualidad. Lo cierto es que en el centro está el papel de la inflación, pero sobre todo en su relación con el crecimiento y la redistribución de la riqueza.
La llegada de Sergio Massa a Economía con atribuciones de un superministro mostró mayor respaldo político, y los inversores reconocieron inicialmente un diagnóstico correcto y buenos principios de su programa, pero exigían estabilizar la situación cambiaria con: a) un dólar más alto; b) suficiente financiamiento en pesos para cubrir el desequilibrio fiscal con una tasa de interés más elevada y un mejoramiento inmediato del déficit fiscal; y c) baja rápida del ritmo inflacionario. Tuvo medidas bien vistas por el mercado pero siempre consideradas insuficientes porque no se podía alcanzar un excedente de dólares, imposible con la actual estructura económica.
La inflación tiene su principal sustento allí. Fue empeorando con el tiempo porque esa base estructural atrasada y estrecha se enfrenta a una mayor importación de insumos industriales y a un gasto social mayor. Fue bien vista por el mercado la baja de subsidios, pero dentro de su lógica seguía siendo insuficiente. La única manera que se reclama desde el “mercado” para superarla es bajando los ingresos del trabajo y subiendo las ganancias, dando señales de que empieza a mejorar la situación fiscal y se reduce la inflación.
Pero como la gradualidad no dio lugar a resultados inmediatos, el mercado lo vio insuficiente para que el BCRA alcanzara adecuadas reservas que permitieran mayor compra de dólares sin interrupciones y por eso no mejoran las expectativas.
Encima, la inflación seguirá alta por el aumento de las tarifas, de los salarios, las subas de precios regulados y de las tasas de interés.
Si bien los ingresos de organismos internacionales mejoran la situación, se necesita una política de ingresos que atenúe el efecto de la mayor inflación.
Pese a que la Argentina puede crecer 4% en el pronóstico oficial para 2022 (4,5% según el Banco Mundial), más que Estados Unidos y los principales países europeos, en situación de posible recesión, por encima de Brasil o México, y hasta más que China, los analistas del mercado ni mencionan esta situación en sus comentarios, aunque nada dijeron cuando en 2018 se contrató con el FMI una deuda excesiva.
Esos comentarios, muy sesgados hacia lo que parece ser la búsqueda del fracaso en medio de una crisis mundial cuya magnitud se silencia, influye poderosamente sobre las expectativas, que no son algo objetivo o que responda a la verdadera situación. La continua reiteración de sus diagnósticos ante cualquier cambio que intente el gobierno, alientan la demanda de dólares del BCRA, dificultando su compra de divisas y la mejora del nivel de las reservas, lo que presiona desde otro ángulo sobre la moneda.
Y para eso también empujaron la salida de Guzmán, que era el que mejor conocía los mecanismos del FMI para obligarlo a actuar más en consonancia con lo que realmente estaba sucediendo. De ahí que la tasa de inflación prevista de ninguna manera puede ser objetiva, porque el futuro económico nunca es una certeza. Así, con la evolución de los precios, había una proyección oficial optimista y, en la otra punta, la empujada por el mercado, excesivamente pesimista, pero como efectivamente la fijación de los precios depende de las expectativas de las empresas, la mayoría de los analistas privados la empujan hacia la peor variable.
Para ponerse a la orden de las expectativas de los inversores se necesitaría, según Carta Monetaria del 5/8/22 “recortar gastos por $ 610.000 millones. Esto implica un ahorro anual de 0,7% del PBI, pero concentrado en el segundo semestre e implica una baja del gasto real de casi el 6% en el 2do semestre con relación a igual período de 2021. Es muy exigente pero lograble con menos subsidios, menos obra pública, menores transferencias a provincias y menores gastos en jubilaciones reales. Y si se cumple la meta de déficit de 2,5% del PBI, el déficit primario del 2do semestre sería de $ 1,25 billones, y para financiar ese monto resta cubrir necesidades por $ 868.000 millones (u$s 6.600 millones). Las opciones son: a) Mercado de capitales local con roll over de capital e intereses y captar adicionalmente un 25% más. B) Organismos internacionales: Los fondos que se obtengan se deben canalizar en primer término a pagar vencimientos de capital e intereses de los mismos organismos y de los vencimientos de deuda soberana. En total restan vencimientos en el año por u$s 2.500 millones. Lo que se logre por arriba de ese monto podrá ser aplicado a reducir las necesidades de pesos. Y advierte ¿Qué se necesita para no seguir perdiendo tipo de cambio real? El ritmo inflacionario de los próximos meses presionará sobre el tipo de cambio real, haciendo necesarios ritmos de depreciación más altos. Si el objetivo es evitar que se siga atrasando el tipo de cambio real se necesita una devaluación mínima del 5,2% mensual. En cambio, si se buscara recuperar el nivel de diciembre 2021 el ritmo mensual para lo que queda el año tendría que llegar al 6,5% mensual”.
Es decir, más de lo mismo. Asegura que así ingresarían divisas, pero estas tampoco vinieron con las devaluaciones anteriores; al contrario, los capitales que ingresan se colocan en deuda, y así se recrea de manera permanente un esquema insostenible. Nunca las correcciones son suficientes, y eso lleva a la deuda, que empeora el resultado. El secreto es que lo hace porque la deuda viene asociada con el ajuste, y el corte al crecimiento y, sobre todo, al crecimiento industrial, lo que acentúa el atraso estructural.
Durante los años 60, la cátedra estrella de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA era la del profesor Julio H. G. Olivera. Yan Dasso y Hernán Herrera (Ámbito Financiero, 21/6/22) muestran la falta de rigurosidad de la mayoría de los consultores en analizarla al dejar a un lado la diferencia esencial entre la de origen estructural, cuando la cantidad de dinero es una variable endógena, y cuando proviene de variables exógenas, como la tasa de interés. El Cronista Comercial, (el 25/7/2016), al dar la noticia de su fallecimiento ofreció algunos datos esenciales sobre su trayectoria. Olivera ideó el modelo de inflación que desarrolló en los años 60 (“La teoría no monetaria de la inflación”), continuada por el italiano Vito Tanzi, sobre la base de un desarrollo primordialmente matemático y por eso de difícil acceso.
Todas las explicaciones modernas de la inflación dejan de lado los fenómenos propios de la producción material y se ocupan exclusivamente de los monetarios, de tal manera que se convirtió al exceso de dinero, en gran parte a través del déficit fiscal, en su única causa. La concepción estructuralista resalta que, más que la expansión monetaria, lo que importa es producir a similar nivel productivo que el de los países competitivos, resolviendo los problemas estructurales de la economía.
Los países sin problemas estructurales son, ante todo, los países industrializados y en ellos es donde la inflación no es por falta de desarrollo, y el Estado, por ejemplo en Estados Unidos a través de la Reserva Federal, la ataca ante todo con la política monetaria.
Pero en los países industrializados, si bien la inflación puede subir por la expansión monetaria, nunca llega alcanzar las marcas de los países no desarrollados o en desarrollo, y menos en los que basan su exportación en la producción primaria.
La Argentina es un caso extremo, porque la expansión del mercado interno, inicialmente y por largo tiempo, posibilitada por un pasado histórico que llegó a ser la contrapartida necesaria de Inglaterra cuando ésta era la primera potencia mundial, comenzó una larga, lenta e incomprendida decadencia a partir de fines del siglo XIX. Esto fue después que, con la Guerra Civil, Estados Unidos terminó con el atraso del sur y se transformó poco a poco, y sobre todo por la Primera Guerra Mundial de 1914/1918, en la principal potencia, que además de sustituir a Inglaterra como gran economía industrial, también escaló hasta el primer puesto en el agro.
Argentina no se adaptó a ese cambio: pretendió seguir como exclusiva proveedora agroganadera con otra lógica internacional imperante.
La Segunda Guerra Mundial agravó el problema de adaptación, porque se siguió restringiendo el mercado por el mayor aprovisionamiento agrario estadounidense a Europa. El peronismo fue el primer partido político industrializador del país, pero lo hizo atacando al agro y no postulando a la vez que la industria el desarrollo agrario, y generando por contrapartida una oposición que da más relevancia al agro. Lo que se impone es corregir ese desequilibrio estructural con un acuerdo que incluya más industria y también con más agro.
Cuando se habla de la inflación o la suba de precios, no se dice que una devaluación sube los precios, sobre todo maxidevaluaciones como las de 2018, año en que arrancó una caída muy fuerte del PBI y eso aceleró la inflación, pero ningún analista del “mercado” le otorga importancia. Además, esa maxidevaluación impuso un endeudamiento difícil de pagar con la actividad existente y, para peor, empleó la mayoría de estos ingresos en financiar la salida de capitales, que tampoco entra bajo los análisis habituales de la inflación.
Tampoco se aclara que el aumento del gasto público en 2020 se debió a la pandemia, ni tampoco que fue el mismo motivo que agrandó el gasto público en todas las economías. La emisión posibilita nuevos niveles de actividad. Sacrificándolos con el ajuste, no se va a lograr bajar la inflación, como ya lo demostró la convertibilidad, que postergó la corrección con el dólar hasta que se hizo inevitable una crisis mayor, como en 2001, y se vuelve a necesitar el auxilio de la deuda. Pero si no se actualiza la estructura económica del país a los estándares internacionales, el resultado cada vez será peor.
Desde el sobreendeudamiento de 2018 hasta junio pasado, la inflación no había sido mayor que la suba del dólar que a grandes números estuvo en el orden de 500%. Los salarios subieron mucho menos y ni que hablar del pago a trabajadores no registrados, que constituyen una proporción cada vez mayor del empleo. Lo mismo sucede con la emisión, que en ese lapso, en promedio, fue menor a la suba del dólar, así que, de hecho, está contenida y ahora hay un mayor esfuerzo oficial por seguir conteniéndola porque con semejantes presiones sobre el dólar, a medida que la emisión se acerque al ritmo de la marcha de los precios, van a aumentar las presiones.
Como el resultado de estas presiones son peores las expectativas, aunque sus fundamentos sean muy discutibles, impactan sobre la economía real, llevando sobre todo a los empresarios a subir sus precios, incluso porque como las subas son muy arbitrarias, no hay precios que reflejen el verdadero valor de los productos, y basta con ver para eso cuando hay un aumento en los alimentos, cuánto recibe el productor y cuánto paga el cliente en la góndola. Es decir, que hay una gran presión de la suba de precios en la intermediación y que parte de la presión de los consultores sobre los precios es para que esas subas alcancen el ritmo de la suba del dólar, todo lo cual termina empujando más a los precios, mientras las lógicas demandas sociales no pueden igualarse a la de los años setenta porque la fortaleza productiva de la economía es mucho menor que entonces.
Sin embargo, ante las transformaciones en la economía internacional que generará la crisis mundial, se presenta un horizonte prometedor para la Argentina, por su capacidad productora de petróleo y gas y de litio y cobre, su último empuje industrial, la riqueza del agro y el peso de la economía del conocimiento.