A pesar de que durante muchas décadas tuvieron una relación marcada por la rivalidad y con algunos acercamientos puntuales, la Argentina y Brasil nunca fueron enemigos.
Rivales regionales es una condición que se ha presentado en distintas geografías y momentos: Francia y Alemania, Irak e Irán, Egipto e Israel, China y Japón, entre muchos ejemplos y sin dejar de mencionar la actual entre Irán-y Arabia Saudita. Jamás la rivalidad de la Argentina y Brasil alcanzó la acritud y el alcance de la competencia entre India y Pakistán que devino una rivalidad nuclear.
Sin duda, la transición a la democracia permitió inaugurar una etapa distinta. Hace varios años, en escritos con Roberto Russell, subrayamos el cambio hacia una cultura de la amistad argentino-brasileña.
Sin embargo, advertimos que esa amistad puede ser frágil si no se internalizan las normas de conducta derivadas de tal cultura y si no se logra enraizar un principio de mutua ayuda.
En los 80 y hasta principios de los 90, académicos, políticos y comunicadores hablaban de que el abandono de las hipótesis de conflicto recíprocas, la creación de Mercosur y el establecimiento de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares, entre otros, reflejaban un símil con la relación entre Francia y Alemania terminada la Segunda Guerra Mundial.
París, y entonces Bonn, forjaron una amistad basada en la complementariedad de sus fortalezas y atributos.
La idea de una especie de complemento relativamente equilibrado entre la Argentina y Brasil fue más una aspiración que una realidad.
No obstante, hubo muchos avances fructíferos. A inicios del siglo XXI, y en parte por las recurrentes crisis económicas argentinas, la ilusión del símil franco-alemana se diluyó y el vínculo se comenzó a equiparar a la asimétrica relación entre Estados Unidos y Canadá.
Hoy, debido a las dinámicas globales y regionales que impactan a ambos y en razón a las coaliciones de gobierno internas, es difícil precisar la naturaleza del lazo bilateral e identificar, así sea simbólicamente, un modelo de referencia.
La invasión de Rusia a Ucrania reflejó la falta de consultas y la ausencia de posicionamientos concurrentes, en tono y en contenido.
Parece evidente entonces el gradual deterioro de la amistad. Existen aún, como señalamos recientemente con Bernabé Malacalza, múltiples y alentadoras coincidencias no explicitadas entre Buenos Aires y Brasilia. Sin embargo, la disposición hacia una sociedad estratégica se ha erosionado, al punto que la relación se ha estancado.
Por ello parece importante concebir una agenda con potenciales intereses convergentes.
Sería clave contar con una Mesa de Diálogo estatal-no gubernamental binacional. No se trata de remplazar las comisiones bilaterales vigentes, sino de ampliar el espacio de deliberación. Hay algunas iniciativas que pudieran evaluarse.
Por ejemplo, en un mundo en el que los océanos tienen una relevancia incuestionable, plasmar una política colaborativa en la Cuenca del Atlántico Sur: es fundamental eludir que ella se convierta en un área de disputa entre las grandes potencias, máxime en el mundo pos-Ucrania.
En 1986 se creó, a propuesta de Brasil, la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur compuesta por 24 países a ambos lados del océano.
Esto demanda una responsabilidad compartida: proveer estabilidad (sin atraer a actores extra-hemisféricos), evitar negocios ilícitos (pesca depredadora, tráfico de personas y drogas, etc.) y afirmar la protección ambiental (y la riqueza existente).
La Argentina y Brasil podrían invitar a Uruguay y concebir conjuntamente un Libro Azul de política exterior y defensa en materia oceánica.
A su turno, aquella Mesa podría ser valiosa para propiciar un pensamiento común en torno a la transición de poder y los cursos de acción disponibles.
Brasil es miembro de BRICS y la Argentina firmó un memorando con China respecto al BRI (sigla en inglés de la Iniciativa de la Franja y la Ruta).
La profundidad y variedad de los vínculos y proyectos de Beijing con ambos es de una magnitud superior al conjunto de relaciones de China con el resto de América del Sur.
Sería un sinsentido que Buenos Aires y Brasilia no generaran un marco de interlocución y colaboración para manejar esas relaciones y las correspondientes con Estados Unidos ante lo que se vislumbra como el ocaso de la Posguerra Fría.
Ambos pueden elevar sus márgenes de negociación con Washington y Beijing. Si escogieran caminos muy antitéticos en sus opciones estratégicas, más temprano que tarde se potenciará la rivalidad y se desvanecerá la cultura de la amistad.
Finalmente, los dos necesitan revalorar sus modelos de desarrollo y el lugar de la ciencia y la tecnología en ellos.
¿Es posible que existan tres áreas vitales para ambos en el que los estados, los empresarios y los científicos puedan concentrar sus esfuerzos y de ese modo asegurar un polo tecnológico en el Sur global para afrontar los retos de la política internacional?
Existe una suerte de “fábrica estadounidense” alrededor de la cual giran las economías de Canadá, México, América Central y el Caribe; otra “fábrica europea” centrada en el viejo continente; una “fábrica china” crecientemente expansiva en el sudeste de Asia; ¿es posible que la Argentina y Brasil erijan una “fábrica sudamericana” atractiva para el área?
Es hora de reconstruir la relación entre la Argentina y Brasil.
https://www.clarin.com/opinion/argentina-brasil-encrucijada_0_MhCop52sIl.html