En columnas anteriores situábamos como singularmente grave el impacto de una “segunda ola” de contagios de coronavirus en Argentina, abatiéndose sobre un Estado y un pueblo azotados por un lustro de neoliberalismo y pandemia.

La llegada de esta nueva propagación del virus se anticipó desde el invierno al otoño, cuando aún no se ha completado la vacunación de los segmentos más vulnerables de la población, ni afirmado la recuperación de la economía que se venía verificando desde el último trimestre de 2020.

Si este evento se hubiera desencadenado al promediar el 2021, la demanda hospitalaria de los ciudadanos de mayor riesgo de salud hubiera sido menor y, a su vez, una economía desplegada a pleno atenuaría el golpe sobre los ingresos que provoca un cierre parcial de algunas actividades.

Mucha incidencia tuvo en esta anticipación el comportamiento desmadrado de nuestro vecino gigante. Brasil, gobernado por Jair Bolsonaro, se ha revelado como incapaz de contener la propagación del virus en una escala monumental y menos aún de impedir sus efectos más letales. En el verano comenzó una aceleración de la curva de contagios en la población brasileña frente a la inacción del Gobierno Federal y el conflicto desatado con los gobernadores por las medidas de restricción a la movilidad y el acceso a las vacunas. La cantidad de infectados se ubica en los 13,7 millones de personas y los fallecidos superan los 362.000. En este marco, 33.000 argentinos concurrieron a vacacionar en las distintas playas de ese país.

Chile fue otro país limítrofe determinante en acelerar la “segunda ola”. Estamos asistiendo al recurrente fracaso del ponderado “modelo chileno”. La revuelta social masiva del 2019 evidenció el grado de deterioro socioeconómico padecido por el pueblo trasandino, y la crisis sanitaria por masividad de contagios al comienzo del otoño del 2021 concluyó con la libre circulación de personas, respaldada por un programa de vacunación que resultó inocuo a esos efectos.

En nuestro país, el verano también obró como relajante de los hábitos de protección y cuidados que se habían adquirido durante el 2020. Sobre todo en la población más joven se verificó una suerte de “fin de pandemia” que no era real.

La curva de contagios en la Argentina aumentó dos veces y media durante el mes de abril, disparando la ocupación de camas en los efectores de salud y el número de personas fallecidas.

Restricciones por la segunda ola y consecuencias económicas

El Presidente, con acierto, decidió adoptar una serie de medidas destinadas a restringir la circulación y la presencialidad en el Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA), zona más densamente poblada y de mayor número de contagios. Las mismas regirán hasta fin de mes en un intento de atenuar el número de infectados y reducir la presión sobre el sistema sanitario en tanto avanza el plan de vacunación.

Las actividades alcanzadas son esencialmente la recreación y encuentros sociales masivos en horario nocturno y la presencialidad en las escuelas.

La pérdida de ingresos derivada del cierre para los sectores de trabajadores informales será compensada por un bono de $15.000.

El grave escenario descripto, las medidas transitorias y parciales para enfrentarlo y la evaluación de sus resultados a corto plazo para ratificar o corregir el rumbo, no debieran haber generado controversias mayores en el espectro político. Por el contrario, era esperable que existieran muestras de acompañamiento y solidaridad para cuidar a la población del virus.

Eso no ocurrió. El expresidente Mauricio Macri apostrofó en un tweet la “improvisación e ineptitud en el manejo de la pandemia” encabezando el ataque frontal de Cambiemos contra las medidas adoptadas y convocando a no acatarlas en un claro desafío al gobierno constitucional.

Es evidente que los líderes de las clases sociales acomodadas de la Argentina apuestan a un colapso del sistema sanitario en el Área Metropolitana Buenos Aires como factor desestabilizador de las autoridades elegidas por el voto popular. Nada explica otro comportamiento.

La elite oligárquica necesita, como ocurrió siempre por distintos medios, la proliferación de muertos para avanzar en sus proyectos.

La barbarie expresada en las intervenciones públicas de políticos y periodistas ligados a los agentes económicos más poderosos del país revela el desprecio que sienten por la vida de los más vulnerables en el plano social y sanitario.

No hay racionalidad alguna: está permitido mentir, contradecirse, incitar a la violencia y teñir todo ese comportamiento de una sonrisa cínica que alude a que cualquier acción es válida en el enfrentamiento contra el que piensa y actúa distinto.

No es claro si la tensión sobre la economía y el sistema de salud que provocó el arribo de la “segunda ola” será elegida como “punto de ruptura” para concentrar fuerzas e ir a fondo en la desestabilización del gobierno.

Emerge como una tentación grande en el plan antidemocrático sumar el incremento de la demanda hacia el sistema de salud a la suba persistente del precio de los alimentos que a diario horada los ingresos de los trabajadores.

Hay que cerrar filas en defensa de nuestro Gobierno, nuestro Presidente y nuestro Gobernador. Hay que parar la barbarie de los ricos y poderosos.

 

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