A la Argentina, luego de haber reestructurado con éxito la deuda, le convendría que el mundo de los próximos años fuese pacífico, cooperativo y promotor de un progreso sostenido. En empleos, inversiones, desarrollo tecnológico y cuidado ambiental. Y que además le demande una mayor cantidad y diversidad de productos.

Sin embargo, como decía Lope de Vega, cuando llega el bien, es poco y tarde. Porque a los conflictos internacionales que venían de arrastre, se le han sumado las incógnitas que despiertan la prolongación de la pandemia y, sobre todo, las elecciones presidenciales de noviembre próximo en los Estados Unidos (EE.UU). Ya sea que triunfe Donald Trump, que busca la reelección en nombre de los republicanos. O Joe Biden por los demócratas.

En EE.UU, vale recordar, el voto es indirecto y optativo. Las personas tienen que registrarse para elegir a los delegados estatales que luego proclaman a los ganadores. Y la participación, de acuerdo a las estadísticas, apenas supera el 50% de las están en edad de sufragar. O sea, unos ciento veinte millones de votantes. Un porcentaje escaso en relación a las demás democracias representativas.

Aunque es indudable que la decisión que tome la mayoría de su colegio electoral a principios de noviembre tendrá una importancia singular para los que habitamos estos arrabales del sur. Como nunca en los últimos tiempos, quizá. No tanto por los perfiles de los candidatos. Porque si bien Trump y Biden poseen, al menos, tres aspectos en común sus trayectorias han sido diferentes.

Ambos pertenecen a la élite desde hace décadas, nacieron y se criaron en zonas florecientes de su país, New York uno, Pensilvania el otro, y han dado más de setenta vueltas al sol. Trump, 74. Biden, 77.

Pero Trump, que proviene de una familia adinerada, cimentó su popularidad en base a grandes negocios inmobiliarios y cotorreos mediáticos. Cuestiones en las que sigue despuntando.

Biden, en cambio, tuvo que trabajar para costearse sus estudios de abogado, exterioriza empatía aunque le falta carisma y ha participado en la política más de la mitad de su vida. Senador durante cinco mandatos sucesivos, vicepresidente en dos períodos. Y Kamala Harris, su compañera de fórmula, se convertiría, de ser elegida, en la primera mujer en alcanzar la vicepresidencia de esa nación.

Tampoco aquel acto será relevante porque los demócratas pretendan alterar, de modo sustancial, las características del proceso de globalización o del capitalismo que funciona en su país, como sostienen Trump y sus acólitos. Esto es, concentración y centralización de la riqueza junto a la preeminencia de las corporaciones y del sector financiero. O por el sesgo de los discursos que ha elaborado cada bando.

Trump, apoyándose en los mismos argumentos que lo condujeron al éxito. Un conservadurismo agresivo en defensa de los intereses norteamericanos que ha engendrado imitadores en estas latitudes. Y que aspira capturar, especialmente, las simpatías de la población blanca, evangélica, que vive alejada de los principales centros urbanos y está descontenta con la burocracia política.

Biden enfatizando la necesidad de superar el oscurantismo y la indolencia que manifestó la administración Trump en las esferas de la salud, los derechos de las minorías, el trato con los inmigrantes y en la prevención y manejo de los desastres infligidos por el Covid 19.

No. Más bien la trascendencia de que sea elegido uno u otro candidato presidencial estará dada, en particular, por las formas, el contenido y la energía con el que empleen el poder de EE.UU para intentar resolver los distintos desafíos que plantea el orden mundial.

Ahora y en el futuro inmediato. Varios de ellos de alta significación para nuestro país y la región. Como son, por ejemplo, su estrategia respecto a la competencia económica y política con China y, en menor medida, con Rusia y la Unión Europea. También, la relativa a los organismos multilaterales de crédito y de comercio, y a los acuerdos nucleares, jurídicos y ambientales. Incluyendo la vigencia de las Naciones Unidas.

Es decir, si su política exterior va estar caracterizada por el cierre o la imposición de fronteras comerciales, desairando foros y normas que llevó esfuerzos instituir. O bien, procurará acciones y caminos que eviten tensiones innecesarias.

Tomando en cuenta, claro está, un mejor tratamiento arancelario para nuestra producción. Si seguirá poniendo en juego el clima y la paz mundial, con sus consecuencias para la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur. O intentará modular sus posiciones en sintonía con el resto de la humanidad.

En suma, si levantará muros que todo lo impiden o tenderá puentes que fomenten el dialogo constructivo y solidario con el conjunto de América Latina y sus instituciones.

A Donald Trump lo hemos visto abordar estos temas durante cuatro años. Como en la reciente renovación de las autoridades del BID en la que impuso a su favorito quebrando viejos consensos. Y dicen que el paso del tiempo suele agravar, no mejorar, los rasgos y comportamientos de los seres humanos. Joe Biden acompañó la gestión de Barack Obama y, si bien mañana nadie sabe, cuenta para estas materias con sus definiciones y la tradición del partido demócrata.

Juzgue el lector quién de los dos nos permitiría alejarnos cada vez más de que la Tierra, como reflexionó un notable novelista del siglo pasado, se transforme en el infierno de los otros planetas.

 

 

 

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