Si se buscara una explicación sobre la crisis de 1929 habría que recurrir al libro del economista egipcio Isaac Johsua La crisis de 1929 y el emerger norteamericano, publicado por primera vez en 1999 en Francia y editado con actualización en la Argentina en 2012 (Ediciones IPS). Allí Johsua analiza las cuatro mayores explicaciones generales que se habían dado sobre aquella crisis: el subconsumo, la sobreinversión, el monetarismo y el sobreendeudamiento, sobre todo en su relación con el ascenso de Estados Unidos como potencia económica y militar dominante, en el largo período que abarcó desde el fin del siglo XIX –y al que Johsua ingresa en 1918- hasta la terminación de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Su autor no destaca ninguna de esas motivaciones en particular -salvo la de la emergencia estadounidense- sino que combina las cuatro.

Siguiendo su ruta, vamos a componer de manera particular esas causas destacando sobre todo la del endeudamiento, que en la crisis de 2008 es indudablemente la de mayor importancia y consecuencia de la financierización, de la que se deriva y que también estuvo presente antes de 1929 pero que de ninguna manera alcanzó la importancia actual, característica esencial de la presente crisis. Esta característica posibilita la sobreacumulación aun en los períodos sin inversión y el ímpetu adquirido por el monetarismo. El subconsumo tiene importancia pero es una consecuencia de la recesión, la crisis, la financierización y el endeudamiento.

La financierización es la inversión en fondos monetarios y no en activos destinados a la producción. Una inversión privada productiva se destina a una empresa que produce en la actividad industrial, agropecuaria o minera y en el comercio y los servicios, siempre que en estos dos últimos casos no exceda de la magnitud requerida por la producción y su perspectiva o por la generación de ingresos y la demanda derivada de ella. La colocación de dinero en un banco es una inversión financiera necesaria si se complementa con la actividad productiva a la que potencia y por la que percibe una tasa de interés. Pero si la colocación financiera desborda en magnitud a la que absorbe la actividad productiva y el interés rinde más que la ganancia, hay financierización y provoca una menor actividad productiva, encarecida por los altos intereses. Y cuando los altos intereses frenan la producción, el endeudamiento ya no se destina tanto a la producción sino a renovar las deudas en continuo crecimiento, que también provienen de quienes perciben ingresos laborales; por eso la crisis inmobiliaria por imposibilidad de pagar los intereses llevó a la crisis bancaria (Lehman Brothers) de 2008. De ahí que la financierización está asociada al sobreendeudamiento. Y el Estado se sobre-endeuda cuando rescata a los bancos quebrados por el exceso de préstamos que no se pueden pagar, como está sucediendo en todos los países desarrollados, mientras que en los menos desarrollados o periféricos, el Estado se sobre-endeuda para pagar a los bancos y fondos financieros extranjeros que adquirieron bonos de esa deuda excesiva. Si el Estado se sobre-endeuda, se desestabilizan las monedas y desaparecen las paridades fijas duraderas.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos quedó como la potencia económica hegemónica, fruto de su relativo aislamiento previo y de la rápida  transformación y acumulación de capital con la que desplazó a Gran Bretaña, pero solo pudo desalojar a Alemania como otra gran potencia económica emergente porque consiguió delegar en la Unión Soviética el principal esfuerzo militar en Europa, y la consecuencia fue que el poder militar soviético impidió que el potencial económico de Estados Unidos pudiera significarle la hegemonía absoluta de poder. Para asegurar su gran ventaja económica y preparar la liquidación del condicionamiento resultante de la presencia de la Unión Soviética, la obligó a realizar un gasto militar que limitó su crecimiento económico, de por si condenado por su aislamiento del sistema mundial. Al mismo tiempo, utilizó la gran tenencia de oro en sus reservas y el consiguiente poder del dólar derivado de su condición de única gran potencia económica para imponer al resto del mundo capitalista en Bretton Woods (1944) el patrón de cambio dólar oro que, al funcionar como un virtual sustituto del antiguo patrón oro, le permitió crear y regular el dinero mundial.

En 1971 Estados Unidos perdió esa capacidad porque ya sus reservas de oro eran insuficientes para respaldar la masa monetaria. Debió abandonar el patrón de cambio dólar oro y dos años después tampoco pudo sostener el tipo de cambio fijo y tuvo que devaluar. Es posible que los soviéticos hayan contribuido inesperadamente a esa decisión –evidencia de la pérdida relativa del poder estadounidense- al depositar los dólares requeridos para respaldar el comercio internacional del bloque que encabezaban en bancos europeos de Londres, para no depositarlos en Estados Unidos. Así se originó el mercado del eurodólar, que tuvo gran crecimiento desde fines de los años ´60 porque los bancos europeos no dejaron perder la oportunidad de colocar allí sus dólares y pronto fueron seguidos por los mismos bancos y empresas transnacionales estadounidenses, dando lugar a un mercado mundial de capitales cada vez más desprovisto de control, que incorporó funciones como la de los seguros de cambio y los derivados, para protección de riesgos cada vez mayores, que empezaron con la inestabilidad de las paridades. Al eurodólar después se le sumaron los mercados offshore, que repitieron la experiencia del eurodólar en un contexto aún más desprovisto de controles y de ocultamiento tributario para los capitales.

En repetidas ocasiones el gobierno de Estados Unidos intentó retomar el control de la creación y control del dinero mundial y otras tantas lo perdió en manos del capital mundial, dando lugar a la pregunta de si no existía una contradicción entre el dominio del mercado por el capital y su condicionamiento a la regulación estatal. El presidente Donald Trump obligó a reiterar esta pregunta cuando llevó el proteccionismo al mayor nivel de una época marcada por la globalización del capital y  pidió a empresas estadounidenses radicadas en China que vuelvan a Estados Unidos. La imposibilidad del dólar de controlar el dinero mundialse hizo evidente cuando el titular del fondo de inversión BlackRock observó que su papel como moneda de reserva no era seguro ya que 40% del déficit estadounidense se financia con deuda externa, por lo que “recomendaba no pelear con los acreedores externos”, como apuntó Mónica Peralta Ramos (El pez por la boca muere, El Cohete a la Luna, 3/5/20). La decisión de Trump, de entregarle a BlackRock la gestión de los programas especiales de la Fed de defensa del dólar, también señalado por Mónica, implica no sólo incrementar enormemente la riqueza de un pequeño grupo sino que muestra que aquella contradicción no existe. El control del Estado sobre el dinero mundial afirma el poder de Estados Unidos y no se puede separar de su objetivo de mantener al mismo tiempo el dominio del capital sobre la economía mundial,  particularmente el de los grandes grupos financieros con sede en ese país, y constata que el eje actual del capitalismo es el financiero y por eso la financierización del capital es lo decisivo.

BlackRock es el mayor fondo gestor de inversión del mundo y principal accionista de 88% de las empresas que en mayo de 2018 integraban el índice S&P 500, constituye el más grande y más concentrado monopolio privado, uno de sus principales negocios se orienta a sustituir al Estado en gestionar los planes de pensión de los asalariados sobre la base del capital tecnológico (la Inteligencia Artificial) y en ese momento administraba unos 6,3 billones de dólares, un monto casi igual al PBI de Alemania y Francia sumados (La Vanguardia, Barcelona, 6/5/2018). En Argentina es uno de los fondos de inversión que más bonos posee y rechazó la oferta del gobierno nacional, mientras Jeffrey Sachs, que apoyó la oferta por “realista y favorable”, le pidió que la acepte para “evitar una catástrofe global” (El Cronista7/5/20).

Ahora es posible entender por qué en la actualidad no hay sobreinversión y por qué el Premio Nobel Paul Krugman se pregunta “La economía se hunde, la bolsa sube en tiempo de coronavirus: ¿qué está pasando?”, en una nota de TheNew York Timesque Clarínreprodujo el 4/5/20. El razonamiento de Krugman puede sintetizarse así: Los precios de las acciones estadounidenses, que bajaron cuando empezó el coronavirus, se recuperaron hasta volver al inicio de la caída, cuando parecía que la economía marchaba muy bien. Por eso recomienda muy especialmente recordar “que la bolsa no es la economía”,y señala que “los inversores están comprando acciones en parte porque no tienen ningún otro sitio al que ir”,ya que “la deuda pública ofrece una rentabilidad increíblemente baja”en Estados Unidos, con tipos de interés de los bonos a 10 años del 0,6%, de rendimiento real negativo, que lo explica en razón de que el mercado de bonos prevé que la economía se mantenga deprimida varios años”, que la Fed seguirá con tasas bajas “en un futuro predecible” y concluye que “las acciones están fuertes precisamente porque la economía real está débil”.

En la Argentina, con el rodrigazo que prologó el golpe de 1976 y la dictadura, se instaló la economía del ajuste y la deuda y se reforzó en la democracia por el efecto buscado de la deuda a lo largo de los últimos 45 años, con excepción de los 13 años del kirchnerismo y los últimos más de cinco meses de la presidencia de Alberto Fernández. El kirchnerismo la renegoció, redujo los pagos y rompió con la política del FMI. Alberto Fernández volvió a frenar la deuda y a renegociarla y es cada vez más hostigado por los mayores diarios del país, que funcionaron como la prensa del macrismo después de haber sido la prensa de la dictadura y de una cerrada oposición al kirchnerismo, porque su prédica fue y sigue siendo esencial para crear y sostener una opinión y un partido de derecha que permita profundizar la política de ajuste y de deuda en la democracia, que en la Argentina es una absoluta novedad.

La política de Macri fue una perfecta muestra de que la acumulación puede no tener nada que ver con la inversión en la época del capital financiero y la financierización y sí con el hundimiento de la economía y el aumento de la pobreza y la desigualdad social, beneficiando a quienes acumulan sin invertir, ingresan o compran dólares, los prestan subiéndose al endeudamiento continuado y después lo fugan. Por eso Macri y su primer ministro de Economía, Alfonso Prat Gay, provocan risa al afirmar que no se debe asustar a los inversores con impuestos o reglamentaciones y controles capaces de hundir la inversión porque ellos ya la hundieron con la deuda, premiando a los mayores especuladores -los fondos buitre-, afirmando la especulación como política de endeudamiento paralela a la toma de créditos y utilizando el ajuste para financiar los pagos y la fuga de capitales. Y lo que se puede constatar es que esta política de inversión divorciada de la acumulación es también una realidad de la economía mundial.

En cuanto al otro fundamento presente en Johsua para explicar la crisis de 1929 -el paso de la hegemonía británica a la estadounidense-, en la crisis internacional iniciada en 2008 habría que marcar la rapidez de la emergencia china y la posibilidad que llegue a sustituir la hegemonía de Estados Unidos, lo que también se está dirimiendo en un período que empieza a extenderse, porque si bien esta posibilidad recién se puso de manifiesto el decenio pasado, con Xi Jinping al frente de la República Popular y del Partido Comunista Chino (PCCh), va a cobrar virulencia en lo sucesivo, y se confirma con la política de Trump de resguardar y afirmar el papel plenamente hegemónico que su país pretendió conquistar con la Segunda Guerra Mundial, que apenas pudo disfrutar desde la caída de la Unión Soviética y que empezó a diluirse con el vertiginoso ascenso chino. Y lo curioso es que coincide con la nueva crisis del capitalismo, como ocurriera en medio de la transición anterior de hegemonía, un siglo atrás.

Hay una infinidad de cuestiones que caracterizan la peculiaridad del ascenso chino y que pueden ayudar a comprender sus incógnitas. La experiencia soviética, de intentar construir un sistema diferente fuera del sistema mundial, es posiblemente lo que hizo entender al PCCh que para superar un sistema mundial, hay que hacerlo desde adentro, y no es una cuestión ideológica, porque ninguna teoría puede ser inmune a los cambios en el sistema y en las clases sociales y convertirse en una teología, sino que en el capitalismo no hay manera de alcanzar la tecnología y la participación en el comercio sin el concurso de la inversión extranjera y la creación de empresas privadas, porque difícilmente las empresas estatales podrían cumplir esa tarea y asociarse con las grandes empresas capitalistas para hacerlo. Gracias a ese concurso, China ha conseguido avanzar en tiempo récord y es tan indudable que su régimen económico no es socialista como que representa un desafío para la hegemonía estadounidense. Sin embargo, también parece indudable que en la República Popular el Estado orienta la conducta del capital de modo que el comportamiento de las empresas privadas se rige por la planificación estatal, mientras que en Estados Unidos es el capital el que determina la acción del Estado, como quedó más que claro cuando Trump delegó en BlackRock gestionar la defensa del dólar.

La situación intermedia china difícil de explicar (Néstor Restivo, “China: cómo entender si diagnosticamos mal”, AdSina, 10/5/20) tampoco parece resolverse definiéndola como capitalismo de Estado. Se asemeja más bien a un capitalismo bajo la tutela de un Estado regido por un partido comunista cuya finalidad no es el capitalismo, y éste aparece como un medio ineludible dictado por la presencia en el sistema mundial, en el que la burguesía sería prisionera del Estado. Precisamente por eso y por su inevitable desenvolvimiento dentro del capitalismo mundial, nadie puede asegurar cuál será la fórmula definitivao que incluso en algún momento el capital pueda asumir el control del Estado si el actual Estado no se afirmara en la relación de fuerza con Estados Unidos. Todo esto es lo que se juega en esta guerra virtual que en algún momento será también una guerra interna, como ya lo fue en distintos momentos del pasado, sobre todo si la transición se prolongara, posibilidad que seguramente se encuentra también en los cálculos estadounidenses como parte de la defensa de su estatus actual de potencia dominante amenazada.

No por eso la dirigencia china va a forzar el aumento de la velocidad de tránsito, porque –a pesar de los grandes avances- su economía todavía es 6,4 veces menos rica que la de Estados Unidos, si se las compara por el PBI per cápita (9.771 dóls vs. 62.800 dóls, según el Bco. Mundial), aunque esa diferencia se reduce a la mitad (3,4 veces) si se toma en cuenta la paridad del poder adquisitivo. En ese caso, China más bien podría modificar el sentido de su política. Así comohasta ahora prevaleció la apertura inaugurada por Deng Xiaoping, Xi Jinping está poniendo más énfasis en el desarrollo interno, que ya había iniciado antesqueEstados Unidos apelara al proteccionismo, aunque esta orientación tiene muchas otras causas difíciles de sintetizar. Por algunos motivos coincidentes y por otros muy distintos, Trump vuelve a colocar el eje de la inversión estadounidense en el desarrollo interno, intensificándolo ante el agravamiento de la crisis y buscando afirmar su dominio mundial, no por nacionalismo y menos para permitir el nacionalismo de los demás. Sobre todo, porque colocar el eje en el centro estadounidense es situarlo en el centro del sistema, disminuir el papel de los emergentes y volver a la división internacional del trabajo, para lo que el macrismo se especializa con su política de desindustrialización, que diferencia más que nunca la estrategia del peronismo. Habrá que ver si, en esas condiciones, China consigue consolidar su propio desarrollo interno sin dejar de lado su Ruta de la Seda.

Todavía es posible avanzar más para entender la crisis actual apoyándose en la experiencia de 1929. En el análisis deJohsua, la relación entre los distintos factores que la provocaron parece más equilibrada que en la crisis que comenzó en 2008; en ésta -sin duda- lo que prevalece es el endeudamiento como consecuencia de la financierización, y no en vano se suele especificar que el neoliberalismo es el dominio del capital financiero y a la crisis de 2008 se la designa siempre como financieray, como hemos procurado destacar al principio, todos los otros factores aparecen subsumidos en el financiero y el de la deuda, o como sus consecuencias. En su análisis de 1929 Johsua le concede especial gravitación a la emergencia estadounidense y a la velocidad con que se desarrolló.

La emergencia china actual es aún más veloz, pero tiene menos que ver en forma directa con la crisis capitalista, puesto que cuando la República Popular inició su incorporación al mercado mundial no era un país capitalista y ahora sería muy difícil clasificarlo así, aunque haya apelado al capitalismo orientado y controlado por el Estado para desarrollarse, ya que en el PCCh impera la idea de que sin desarrollo no hay socialismo, y no hay duda que al haber puesto en marcha esa premisa desencadenó su emergencia y acaba de obligar a Estados Unidos a defenderse con su peculiar proteccionismo.

Pareciera que el problema hay que atacarlo desde otro frente. El capitalismo es un sistema mundial. En 1929 también lo era pero no estaba consolidado como tal, no tanto por la lucha competitiva que llevó a las dos guerras mundiales sino porque no se había desenvuelto plenamente, al contrario de lo que sucede en la actualidad con la globalización, el alcance de la inversión extranjera y la emergencia de la periferia a una más profunda integración en los años ochenta y noventa, que incluso la llevó a protagonizar la crisis internacional de los noventa, que en la Argentina culminó a fines de 2001.

En el sistema capitalista el equilibrio se rompe periódicamente y en forma continua. El sistema se destaca por el capital privado y la relación salarial, y el equilibrio reside en que el capital se invierte en la medida que obtiene rentabilidad, vendiendo su producción en el mercado, lo que requiere un ingreso salarial que crezca en proporción con la producción y la productividad, porque de lo contrario no hay mercado suficiente. En los años del Estado de Bienestar que siguieron a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el aumento de la producción y la productividad marchaba en el mismo sentido que el de la capacidad de compra, y era también una premisa política para impedir el avance del comunismo y para aislar a la Unión Soviética, puesto que si bien su producción crecía muy rápido, su productividad no, porque estaba separada del sistema mundial y debía afrontar un gasto en armamento que Estados Unidos podía solventar con su enorme diferencial de productividad, con la que también pudo reconstruir y desarrollar a Europa con el Plan Marshall.

En los años sesenta ese equilibrio se empezó a romper con más frecuencia: la rentabilidad caía porque la demanda crecía más lentamente, la renovación del capital fijo era menor que en la inmediata posguerra, reaparecía la competencia entre las economías nacionales y en los años setenta ya Estados Unidos no pudo mantener la base oro de sus reservas a tono con la expansión monetaria, y el dólar y todas las paridades se volvieron inestables. La necesidad de sostener la producción llevó al crecimiento de las deudas y el capital financiero se liberó de la tutela del Estado a partir del eurodólar y de los mercados offshore, alcanzando una autonomía que colocó a las finanzas, la deuda y los instrumentos para asegurar los riesgos en el centro de la acumulación y ésta se divorció de la inversión productiva, dándole su característica al neoliberalismo. Cada vez más, como dice Krugman, las bolsas se desentendieron de la economía y con el clima recesivo sobrevino una continua presión a la baja de los salarios, otra característica del neoliberalismo.

Algo de esto ya había sucedidoantes de 1929, pero no en la enorme medida actual y como algo inseparable del sistema. El crédito siempre fue necesario y más en los períodos recesivos, pero salvo en los países coloniales o subdesarrollados, la deuda no provenía sobre todo de fuentes externas. Si bien el capitalismo se estaba conformando como sistema mundial, todavía imperaban las economías nacionales y la acumulación en cada país, aunque el auxilio de la explotación y la inversión colonial fueran enormes, pero el desequilibrio en el centro del sistema todavía era controlable. El secreto consiste en que allí el capital en su forma financiera estaba sujeto a la regulación del Estado nacional.

La excepción fue la deuda alemana por las reparaciones de guerra. Los pagos demoraban la reconstrucción, impedían el crecimiento, llevaron a la hiperinflación en Alemania y su freno contribuía a frenar también la recuperación europea. Esa realidad obligó a Francia a aceptar la reducción de la deuda alemana y al final Alemania terminó pagando no más del 15%. Aun así las deudas influyeron en la baja actividad de la segunda mitad de los años veinte porque se dispararon y muchas se volvieron impagables por esa baja actividad, aunque la falta de pago golpeaba a las economías nacionales desde adentro y no como una crisis internacional de pagos, pero su gravitación en la crisis de 1929 es indudable. Cuando Jeffrey Sachs pide a los acreedores “evitar una catástrofe global” aceptando la oferta de pago de la deuda argentina actual, busca impedir que –por la amenazadora magnitud del endeudamiento global- se transforme en el gran detonante de la presente crisis. Sin embargo, no imperan los criterios razonables: BlackRock, que gestionará la defensa del dólar, rechazó de plano el acuerdo con la misma insensatez que tuvieron Macri al endeudar al país y Trump frente al coronavirus.

En la crisis iniciada en 2008 el papel de las finanzas es mucho mayor porque el sistema adquirió su carácter global implícito por el resultado de la Segunda Guerra Mundial, pese a la imposibilidad de la política monetaria de Estados Unidos de sostener el control del dinero mundial, que llevó al capital financiero a librarse del control de los Estados nacionales creando un mercado de crédito efectivamente global y el dominio de las finanzas impulsó la acumulación a través del crédito sin regulación –tal como sucedió en la Argentina de Macri con el visto bueno del FMI dirigido por Christine Lagarde-. El resultado inevitable es que el peso creciente de las deudas las hace cada vez más impagables y las convierte en las mayores responsables de la recesión. Por consiguiente, aunque la crisis a la que asistimos no es igual a la de 1929, ésta nos ayuda mucho a entender la actual y a comprender que si bien la pandemia la empeora, la gravedad es propia de la crisis, a tal punto que  su enseñanza más inquietante es que únicamente fue superada cuando el sistema logró reconfigurarse a costa de una guerra mundial.