Durante los gobiernos de Néstor y Cristina, con módicos altibajos, el consumo de carne vacuna promedio “per cápita” oscilaba en los 60 kg anuales, el de pollo en alrededor de 35 kg anuales y el trigo enviado a los molinos para satisfacer las demandas de panificados y pastas se acercaba a los 7,8 millones de toneladas.

El consumo masivo de alimentos era prioritario para el gobierno de entonces. Consecuentemente, las exportaciones de esos productos se subordinaban al abastecimiento del mercado local. Sólo se habilitaban las ventas al exterior de carnes, maíz y trigo una vez que la oferta hubiera satisfecho la demanda alimenticia de los argentinos y las argentinas. De este modo, el precio interno no fluctuaba al compás de los precios internacionales de los alimentos y era menos sensible a las variaciones del tipo de cambio. La existencia de un mercado interno protegido de alimentos permitió una fuerte reducción del hambre en el país y aproximarse al objetivo de “hambre cero”.