Foto:Juan Ignacio Roncoroni

¿Saldremos indemnes de esta pandemia? ¿O los efectos letales del covid-19 provocarán cambios permanentes en los individuos, la política y la sociedad? Estas preguntas, y otras de similar naturaleza, han circulado de un modo frecuente en las últimas semanas. Pero la experiencia indica que es demasiado pronto para entender el alcance del fenómeno y elaborar respuestas definitivas.

Es sabido, por ejemplo, que las víctimas, los enfermos y los desempleados se cuentan por millares. En New York y en París, en Dublín y en Melbourne pero también en los arrabales de Andalucía, Sao Paulo y Teherán. Y que la mitad del planeta permanece confinada y en suspenso. Mientras que el personal sanitario se bate a destajo, dondequiera que esté.

Sin embargo, ni el tiempo transcurrido desde sus orígenes, apenas un cuatrimestre, ni la historia y el conocimiento acumulado permiten en estos momentos prever sus consecuencias en forma completa. Salvo que incurramos en el mismo error que Bertrand Russell advertía en la prosa filosófica de Hegel. Seleccionar algunos hechos para acomodar el mundo a nuestro gusto. Y hacerlo de una manera compleja para que la gente nos considere profundos.

Como los analistas que, a raíz de las sucesivas caídas en las bolsas de valores, se apresuran en vaticinar el fin del neoliberalismo y su paradigma productivo. Incluso del propio sistema capitalista y las coaliciones de poder que defienden sus intereses sin que, hasta ahora, medien actores sociales o políticos relevantes que los cuestionen con fuerza.

Además, las características globales y transversales de esta crisis solo pueden compararse con las que tuvo la llamada gripe española en el siglo pasado. Los virus del Ébola, el Marburgo y del síndrome respiratorio agudo (SRAG) causaron tragedias recientes. Pero en ciudades y regiones de África y de Asia de escasa relevancia para los medios de comunicación y los mercados financieros.

La gripe española, en cambio, se propagó por cinco continentes, sin distinción de género ni de clase social. Aunque la humanidad demoró en reconocer el daño ocurrido. En el campo económico casi no hubo registros. Tampoco en el arte y las ciencias sociales. A pesar de haber sesgado, entre otras, la vida de Max Weber, Egon Schiele y Gustav Klimt. Y los principales escritores norteamericanos de entonces, Hemingway o Scott Fitzgerald por caso, narraron secuelas de la primera gran guerra y de la era del jazz, más no de este flagelo que nació y recorrió de punta a punta su propio país.

De todos modos, si los perjuicios del covid-19 no se extienden por un largo período, es posible trazar algunas perspectivas. En la esfera privada, por ejemplo, las investigaciones revelan que estas circunstancias, sumadas a un encierro transitorio, producen graves deterioros en la salud mental de las personas. Incertidumbre, angustia, cambios de humor, violencia en los hogares y, sobretodo, una natural dosis de preocupación en los asalariados que tienen riesgos de contaminarse o bien, sufren la disminución o la pérdida de sus fuentes de ingresos.

Por consiguiente, pueden pasar meses hasta que la población más perjudicada retome su nivel de consumo y los adultos mayores vuelvan a hacer planes o acorten distancias sin temor al contagio. Aunque los valores primarios, aclaran, subsisten sin grandes modificaciones en quienes ya los tenían. Es decir, el amor y la honra. La memoria y el orgullo. La compasión y el esfuerzo.

A la vez, los recursos que los países desarrollados están dispuestos a utilizar para mitigar el colapso causan asombro. Créditos sin límites junto a enormes subsidios a empresas y ciudadanos. Y sus gobiernos, a diferencia de lo actuado en materia de salud, han obrado rápido y sin trabas para auxiliar la producción industrial. En especial, a las grandes corporaciones.

Aun así, el impacto de los parates inducidos resulta tremendo. Y la reactivación se presume desigual y escalonada. Primero en China. Luego en Europa y Estados Unidos. Con fuertes quiebras y fusiones en algunos sectores. La energía, los bienes exportables y el turismo, entre ellos. Actividades donde no habrá creación de capital sino combinación del que ya existe, junto a innovaciones en las modalidades de trabajo. Por tanto, es dable suponer que la intervención de los Estados, muy justificada por cierto, se mantendrá por un ciclo. Sobre todo en las áreas sociales.

En el plano internacional, es factible que la irresponsabilidad y la falta de colaboración de las grandes potencias entre sí y con el resto de las naciones sigan en pie. Al menos, mientras la mayoría de los líderes actuales continúen en sus cargos. Constituyendo un panorama desalentador para las naciones emergentes. Argentina, por su declive en los últimos años, deberá esforzarse el doble para atenuar la caída, resguardar el empleo y generar divisas. Aunque el contexto favorece la actual renegociación de la deuda pública y, por ende, el uso de esos fondos para sostener el tejido productivo y social.

En los albores de este siglo no fueron pocos los que, gracias a los saltos tecnológicos, enviaron las hambrunas y las pestes al rincón del olvido. Hay varios ensayos al respecto. Sin embargo, en estas horas aciagas reverdecen aquellas palabras que Herodoto puso en boca del sabio Solón dos milenios atrás. Mientras haya vida, todo puede acontecer.

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