En Gran Bretaña, los conservadores eligieron como líder del partido a Boris Johnson y en pocos días fue elegido nuevo primer ministro en sustitución de Theresa May, que se había propuesto concretar el Brexit y llegar a un acuerdo a tal fin con la Unión Europea (UE), con un plazo que vence el próximo 31/10. Johnson es un firme aliado del presidente estadounidense Donald Trump justamente porque está contra la permanencia del Reino Unido en la UE, se dispone a cumplir con el Brexit de cualquier manera pese a las dificultades de su antecesora y su designación podría tener especial repercusión para la Argentina, porque Johnson,como Macri, añora la edad dorada previa a 1945 y asegura que volverá con su nombramiento. Para Macri, era una edad dorada por ser la era previa al peronismo, y para Johnson por la relación especial de su país con Estados Unidos, anterior a la paulatina unificación de Europa, efectuada entonces con el apoyo estadounidense para frenar la influencia soviética en el Viejo Continente y asegurar las bases de un pleno resurgimiento del capitalismo, tal como sucedió, y que culminó conla creación de la UE.
Antes de asumir como primer ministro, Johnson estuvo en Buenos Aires, ciudad de la que se declara fanático, mostró su interés en renovar la era dorada de la relación tradicional argentina con el Reino Unido, acordó con Macri un deshielo en las relaciones respecto a las Malvinas, proyecta a la salida de la UE firmar un acuerdo comercial con la Argentina, favorecer la reinserción del país en el mundo y de paso incrementar la participación británica en las licitaciones de infraestructura. Con todo, su tarea no será fácil. Las grietas son bien concretas en los períodos en que el cambio en los grandes ciclos estratégicos golpean todas las ideologías y obligan a reformularlas: así como divide al peronismo, divide también a los conservadores y a los laboristas británicos ante las incógnitas y las amenazas del Brexit. No es seguro que el Parlamento apruebe todos los proyectos de Johnson, porque ante el Brexit está tan dividido como la opinión pública, y esa división atraviesa a todos los partidos.
Marcelo Cantelmi en “Ni sangre, ni sudor, ni lágrimas” (Clarín, 26/7/19) compara a Johnson con Trump por su nacionalismo, su repudio al multinacionalismo, la inclinación a mentir y por la grieta que han generado en sus países: Trump para ser reelecto en 2020 y Johnson con el Brexit, ya que la idea del renacimiento fuera de Europa no la comparte la mitad de los británicos. Cantelmi tampoco le encuentra lógica porque el Banco de Inglaterra estimó que, en una ruptura sin acuerdo las pérdidas alcanzarán a 100.000 M de libras, y la moneda caería (ya la libra se devaluó de 1,50 dólar por libra a 1,25), el PBI se podría reducir -2% para 2020 y el país se deberá endeudar en unos 40.000 M dóls anuales mientras crece el déficit fiscal. El paralelismo que Cantelmi ve con Trump se podría extender a Macri (sacando el nacionalismo y el repudio al multilateralismo salvo cuando se trata del nacionalismo estadounidense), por las devaluaciones de más de 100% en un año, presentadas como una estabilización y sostenidas por el fuerte endeudamiento, y tasas de interés que contribuyen a que el retroceso del PBI pueda continuar en 2019 por dos años seguidos, por el aumento de la parte financiera del déficit fiscal y también por el apoyo de Macri a Estados Unidos en la crisis con Irán, que Cantelmi reconoce que la generó Trump en 2018 al denunciar el acuerdo nuclear y lanzar las sanciones contra ese país.
La ofensiva de Trump, que se define con el America First, no sólo implica reformular el Mercosur sino alcanzar un dominio mundial muy concentrado, reviviendo la relación tradicional con el Reino Unido, que empieza con su separación de la UE, y que sigue con revivir el área británica tradicional de influencia, que incluía no sólo la Commonwealth sino su relación especial con la Argentina. Ahora Estados Unidos apoya esa relación especial, al contrario de su posición en 1945, porque entonces limitaba el America First y hoy lo favorece.
La guerra comercial con China, indisolublemente ligada a la guerra tecnológica, tiene por finalidad definir nada menos que la supremacía estratégica de uno de los dos países, una batalla que se libra en el terreno de la Cuarta Revolución Industrial (4ª RI) en desarrollo. Para asegurar su supremacía económica necesita esta vez no sólo limitar el crecimiento de China, sino disputar comercialmente con Europa y con México; por eso reformula tratados que antes propició, aunque Cantelmi le asigne menor relevancia. Para profundizar su dominio exclusivo y debilitar a Europa tiene que separarla del Reino Unido, pero esta vez por lo menos le debe dejar un atractivo, dándole un lugar como el que tenía en el glorioso pasado y que ya los británicos no tienen por peso propio exclusivo.
Y esto no es un invento ligero de Trump. El America First requiere quitarle al Mercosur la complementariedad que venía teniendo con China y controlar el abastecimiento a ese país de soja y petróleo, de la misma manera que necesita reformular en serio el mercado regional de la UE para restarle potencia con el alejamiento británico. Así puede atraer la industria brasileña como ya lo hizo con la mexicana a una relación subordinada a la industria estadounidense. La cuestión industrial es más compleja en la Argentina porque restaurar un poder distinto al peronismo implica apoyar a una clase dominante no industrialista. Y para eso se necesita intensificar el negocio agropecuario argentino volviendo a la complementariedad con el Reino Unido. Esto no tiene nada de glorioso pasado ni de brillante porvenir porque la Cuarta Revolución Industrial (4ª RI) tiene como finalidad innovar los procesos productivos, y sólo puede desplegarse en la industria manufacturera, donde se fijan los costos y precios de producción en función de la mayor productividad.
China llevó a cabo en los últimos cuarenta años la 1ª, la 2ª y la 3ª RI y como sólo podía hacerlo con empresas como las del sistema mundial y con una clase empresaria capaz de desarrollarla, el Estado popular creado por Mao en 1949 desenvolvió una burguesía a partir de las reformas de Deng Xiao Ping, en 1978. La diferencia con un capitalismo convencional es que en China hay un capitalismo dirigido por el Estado, y sólo atada y subordinada al Estado esa burguesía pudo sortear las tres revoluciones industriales anteriores y ahora con Xi Jinping está llevando a cabo la 4ª RI.
Aunque Estados Unidos está en la punta tecnológica, China avanza a gran velocidad. Para el JP Morgan, la expansión de las economías asiáticas y principalmente de China representan “dos tercios del crecimiento económico mundial y el 50% del PBI global”, y el desenvolvimiento de las tecnologías financieras también puede causar dificultades para el dólar y para Estados Unidos, por lo que “en las próximas décadas la economía mundial pasará del dominio de Estados Unidos y el dólar estadounidense a un sistema en el que Asia ejerza un mayor poder«.
El presidente Trump ha resuelto encarar este desafío por todos los medios. El proteccionismo, la guerra comercial y forzar la atracción de los capitales no sólo exige disputar con China sino también desde Alemania hasta México y reformular toda la economía mundial. El inicio fue una reforma impositiva que financia con la valorización del dólar, aunque pelea para que el resto del mundo no deprecie las monedas locales para no perjudicar su propia competitividad, la modificación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Canadá y México, y ahora sigue con el apoyo al Brexit británico y la reformulación del Mercosur. No se trata sólo de que el Mercosur no se consolide como un eje regional independiente, hacia donde pareció encaminarse en el 2005, sino que se integre a Estados Unidos, quizá con un Tratado de Libre Comercio, como el que anunciaron Macri o el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Y no sólo por la industria brasileña o la especialización agropecuaria argentina. En su disputa estratégica con China, Estados Unidos se propone controlar el petróleo y el gas shale en los que alcanzó la máxima productividad y el menor costo, y sólo se completaría controlando también la gran producción de petróleo y gas shale prevista de la Argentina, donde las mayores inversiones en Vaca Muerta ya parecen estar a cargo de la anglo holandesa Shell.
La edad dorada tradicional no sólo es un sueño para Macri: también parece estar atada a los planes de Trump y del conservadorismo inglés.
Reflexiones culturales sobre el artículo por Felo Ferreyra