A lo largo de casi ocho décadas de vigencia política, el peronismo ha transitado cinco experiencias de gobierno. Un denominador común es que todas tuvieron que insertarse en momentos de cambios estructurales del orden internacional. Los gobiernos peronistas debieron conducir los destinos de la Argentina ampliando los márgenes de maniobra de autonomía frente al cambio global o subordinándose pasivamente al mismo, habida cuenta de que un país de tamaño medio en su economía no puede fijar rumbos, pero sí construir alianzas que le permitan transitar el escenario mundial de modo más soberano. Algunas veces actuó en esa dirección y otras, no.

Las primeras presidencias de Perón (1946-1955) se iniciaron con el nacimiento del mundo bipolar emergente del fin de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en el marco de la Guerra Fría fue abordado por Perón con una definición, la Tercera Posición, procurando alianzas en Suramérica y apoyándose en el proceso de descolonización que agudizaba las tensiones de la Guerra Fría.

Este escenario posibilitó la puesta en valor de la producción alimentaria argentina y la aplicación de la renta extraordinaria a acelerar un proceso de industrialización muy inclusivo socialmente, que marcó notables diferencia respecto de otros países del naciente Tercer Mundo.

El segundo Perón

La visión del líder respecto a un conflicto directo entre las grandes potencias se fue diluyendo a partir de la Guerra de Corea (1950-1953), que reafirmaba los límites impuestos por la conferencia de Yalta (1945). Consecuentemente, la política exterior viró hacia una mayor inserción occidental y la búsqueda de acuerdos con EE.UU. que le permitieran a la Argentina acceder a un flujo de inversiones que expandieran y modernizaran el primer impulso industrializador.

Estos cambios generaron tensiones al interior del frente peronista, sobre todo en torno a la participación de los salarios en el reparto de la riqueza, debilitando su capacidad de resistencia ante el golpe sangriento de la oligarquía en 1955. Explorar acuerdos con los EE.UU. nunca va a ser fructífero para el peronismo, tampoco para la Argentina.

El tercer Perón

El peronismo de la tercera presidencia de Perón (1973-1976) también transcurre en el contexto de la crisis del petróleo (1973), que significó la clausura del modelo de crecimiento de posguerra y un cambio de paradigma productivo científico-tecnológico.

La discusión mundial sobre la tasa de ganancia de Occidente, que se había estrangulado después de tres décadas de pleno empleo, altos salarios y aumento de los precios de las materias primas resultante del avance de los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo, impactó de lleno desde el inicio del gobierno peronista, retornado después de 17 años de proscripción.

Se recomponía la tasa de ganancia del capital o se avanzaba en procesos de socialismo con distintas variantes que concluyera por anularla definitivamente. El intento de acuerdo social, el Pacto Social (1973), ensayado por Perón tuvo un notable éxito para relanzar la economía con buena distribución. Sin embargo, la presión internacional desatada por los precios de la energía golpeó el esquema y la muerte del Presidente en 1974 dejó un vacío de poder que nuevamente fue aprovechado por las fuerzas oligárquicas para desatar una barbarie sin precedentes a partir de 1976 y recomponer la tasa de ganancia del capital a expensas de los trabajadores. El rol de EE.UU., definido por su secretario de Estado, Henry Kissinger, fue de respaldo pleno al golpe.

El peronismo neoliberal de Carlos Menem

Las presidencias de Carlos Menem (1989-1999) revierten lo estructurado por Perón 40 años antes. Se inician con el fin de la Guerra Fría, cuando el colapso de la Unión Soviética y del modelo de socialismo real convierten al mundo en unipolar, con la hegemonía absoluta de EE.UU. La potencia triunfante implementa el Consenso de Washington para las naciones del Tercer Mundo, que consiste en un programa de apertura exterior a bienes y capitales, desregulación interna de mercados y privatización de empresas estatales.

En efecto, se trata de una reversión de los modelos autonómicos nacionales surgidos de la descolonización y promovidos por la Conferencia de Bandung (1955). Los agentes económicos globales serán los asignadores de recursos en todos los países, conformando redes mundiales de empresas solventadas por crecientes recursos financieros. El modo en que Menem aborda esta corriente es absolutamente subordinado a los dictados del Consenso de Washington. En su favor cuenta la crisis del Estado y de la moneda provocada por la hiperinflación (1989), el fracaso de un frente empresario nacional en el inicio de su gobierno conocido como el Plan Bunge y Born y la necesidad de alcanzar el complejo productivo electrónico respecto del que Argentina presentaba fuertes retrasos.

La modernización de shock de la economía de la mano del capital extranjero tuvo una primera etapa expansiva, incluso en el consumo asalariado. Sin embargo, a partir de 1994 el desempleo abierto se situaría en dos dígitos y no dejaría ese nivel hasta el final de su gobierno.

La pérdida de competitividad de la economía como consecuencia del régimen de tipo de cambio fijo prolongado en el tiempo causaría estragos entre los trabajadores, sobre todo durante su segunda presidencia (1995-1999). Menem fue el presidente que produjo el mayor acercamiento político a los EE.UU. en la historia argentina hasta el presente.

El alineamiento automático, conocido como “relaciones carnales”, llevó a la Argentina a abandonar su política exterior de no intervención, enviando tropas a la Primera Guerra del Golfo (1991) acompañando la coalición bélica occidental encabezada por EE.UU. contra Irak. Las consecuencias de este hecho inédito (Perón había rechazado enviar tropas a Corea) fueron determinantes para que el país sufriera el brutal atentado contra la asociación mutual israelí (AMIA) en 1994, cuyas secuelas siguen vigentes.

Sin embargo, la llegada masiva de inversiones estadounidenses no ocurrió. La venta de activos estatales benefició a empresas europeas. El predominio de España en ese proceso reflejó la débil inserción internacional emergente de la apertura generalizada. Una economía de segundo orden como España carece de un flujo de comercio e inversiones suficiente para expandir una economía del tamaño de la argentina.

La «década ganada» Néstor Kirchner y CFK

La presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007) y las de Cristina Fernández de Kirchner(2007-2015), también se inician en un momento singular del orden internacional. El mundo unipolar surgido del fin de la Guerra Fría da paso a la emergencia de un escenario multipolar definido por la recomposición del poder militar y económico de Rusia y la aparición de India y sobre todo de China como potencia económica gravitante en la demanda global.

A estas naciones, que a principios de la década del 90 representaban apenas el 9% del PIB internacional, las encontrará el siglo XXI incidiendo en 26% de la economía mundial. La “década ganada”, como se conoció a este ciclo peronista, se apoyó en dos vectores internacionales: la era de “desbalances globales” y la estrecha alianza con Brasil. Los “desbalances globales” fueron el resultado del proceso por el que EE.UU. se abastecía de productos industriales masivos a través de China y esa demanda externa aceleró el desarrollo de la nación asiática. La elevación de vida del pueblo favoreció el crecimiento de los precios internacionales de los alimentos y la energía, impulsando la mejora del sector externo de Suramérica.

Este cuadro de situación favorable fue abordado con visión estratégica por Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, desarrollando un proceso de desendeudamiento nacional y de integración regional que expandió el comercio entre los países suramericanos y en particular entre Argentina y Brasil, asegurando un espiral virtuoso de crecimiento en la primera década y media del siglo.

La resolución del sector externo y el respaldo regional constituyeron las bases sobre las que Néstor y Cristina dinamizaron un proceso de crecimiento económico de recuperación industrial con expansión del empleo y el salario, inédito respecto de las últimas décadas. Fue la experiencia más parecida al primer peronismo.

La modernización de la economía encarada por Menem fue altamente excluyente, tanto del capital nacional como de los trabajadores. La alta productividad del capital sobre el trabajo y la extranjerización de ese período fueron revertidas durante el ciclo de Néstor y Cristina. La recuperación de empresas privatizadas, el retorno de un sector privado nacional relevante y la incorporación de millones trabajadores al circuito de producción y consumo, elevando la productividad del trabajo por sobre el capital, fueron el rasgo central de estos gobiernos.

La constitución de la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR) surgida del rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovida por los EE.UU. fue la decisión más relevante de la alianza Argentina-Brasil, que colocó al continente como un espacio de decisión autonómica política y económica en el nuevo mundo del siglo XXI.

La debilidad de Alberto Fernández

La presidencia de Alberto Fernández (2019-2023) es la última experiencia peronista hasta el presente. Al igual que las anteriores, se desarrolla en el marco de un fuerte cambio del escenario global. El surgimiento de potencias económicas alternativas a las occidentales a principios del presente siglo desembocó en la vertebración de bloques contrapuestos y conflictos crecientes. La guerra en Ucrania, iniciada en 2022, es la expresión de la agudización de este conflicto que amenaza con extenderse.

Las tensiones internacionales expresadas en la puja por acceder a insumos críticos, minerales, alimentos y energía dispararon los precios de esos bienes y desataron una presión sobre Argentina como productora que la colocó de un modo singular en la escena global.

El del Frente de Todos fue un gobierno de coalición peronista encabezado por una figura débil en términos de representación política, surgida de consensos inestables. La coalición gobernante no pudo abordar con éxito el desafío internacional en términos de afirmar un modelo económico, a pesar de contar con condiciones favorables en términos de precios globales y excedentes de la balanza comercial. La debilidad frente a los fondos de inversión acreedores y el FMI, la falta de cohesión política ante el empresariado y una política exterior errática impidieron la consolidación del gobierno peronista.

Entonces, las décadas de Perón y los Kirchner reflejaron una capacidad singular de optimizar las oportunidades que brindaba el escenario internacional y avanzar en un proceso de autonomía nacional; la década de Menem -si bien tuvo condicionantes fuertes- se subordinó de tal manera al contexto global que condujo a la Argentina a la peor de sus crisis; el peronismo del retorno y el gobierno del Frente de Todos fueron incapaces, por distintos motivos, de abordar el cambio mundial y sucumbieron con saldos muy negativos (y luctuosos en el primer caso).

Volver a Perón

Por último, el panorama mundial presente es muy favorable para la Argentina. Solo se requiere la audacia de Perón para afrontarlo. Sin embargo, la dirigencia actual parece bajar la cabeza ante una generala estadounidense.

En cualquier caso, el norte trazado por Perón hace casi 80 años, sintetizado en las consignas de independencia económica, soberanía política y justicia social, sigue siendo el programa más avanzado que se ha dado hasta el momento la Argentina para construir una patria capaz de contener a todos sus habitantes. Esas tres banderas nos dieron los mejores años y son la garantía para abordar una salida superadora al angustiante presente nacional.

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