El liberalismo consiste en que el capital dominante pueda aprovechar su situación gracias a la plena libertad de las empresas y a la menor regulación posible, salvo en las épocas de crisis, en que el Estado regulaba con pleno consenso para volver a la situación previa, tal como aconteció con la crisis de 1929, la mayor parte de la década siguiente y la consecuencia final de la crisis, que llevó a la 2ª Guerra Mundial.
Cuando se terminó la posibilidad de expansión del sistema sobre la base de la moneda estadounidense, el dólar, dio lugar –para enfrentar la crisis del petróleo de los años setenta- a sustentar la expansión propia de la llamada Era del Bienestar a través del crecimiento del crédito, a tal punto que la inversión de capital financiero supera a la del capital productivo y la deuda se hace impagable, por la imposibilidad de hacerlo ante una deuda de valor mayor que la producción que debe pagarla.
El liberalismo instalado en los países industrializados acumulaba ventajas al concentrar el desarrollo industrial, a través de fomentar la especialización primaria de la periferia, pero eso ya no alcanza. Y Estados Unidos, que era su pilar básico de sostenimiento, ahora debe recurrir a la guerra sin su intervención directa o a debilitar a la Unión Europea, ya sea con el Brexit, que le quitó a Gran Bretaña, o mediante una participación europea más directa en la guerra.
De ahí que una economía nacional ya no pueda enfrentar al sistema mundial. Por eso, más que nunca, el centro del problema está en entender dos cosas fundamentales: la primera es que la respuesta no está en la moneda sino en la producción, y la segunda en comprender la situación internacional, en que el sistema mundial es decisivo, algo muy lejano para el peronismo que pretende seguir con la fórmula del mercado interno y tampoco comprende la paulatina integración del capitalismo como sistema.
El neoliberalismo consiste en el predominio de las finanzas en el sistema mundial, que modifica la economía y la política. A medida que avanza y se profundiza el neoliberalismo, el sector económico dominante pretende apropiarse del Estado no ya por el golpe militar, del que desconfía, porque debe enfrentar una crisis financiera final del sistema mundial, aunque de larga duración, pero no hay manera de hacerle frente más que desde adentro del mismo, porque ninguna economía nacional lo puede superar por sí sola.
Hasta ahora, sólo Estados Unidos podía hacerlo, pero no en la actualidad, sino a costa de los demás, fuera de sus aliados industrializados, a los que ayudó a resurgir en la posguerra y más tarde auspició la regionalización del conjunto, en la Unión Europea con moneda propia, el euro, y a Japón continuó ayudándolo, procurando que ese país mantuviera una región afín, propósito que a la larga fue frustrado por el intenso y continuo crecimiento de China. Esa inigualable ayuda a Europa y Japón, sólo se pudo mantener a costa de un exagerado crecimiento del crédito basado en títulos financieros. Por eso, el centro del sistema mundial pasó a las finanzas, y el liberalismo se transformó en neoliberalismo.
Algo muy sencillo pero que habitualmente se olvida por la influencia del monetarismo, es que el valor de la moneda se origina en la producción: una moneda nacional sólo puede valorizarse si se valoriza la producción, en cantidad, diversidad, productividad y desarrollo de los sectores de punta, empezando por la industria y actualmente, de acuerdo con la Cuarta Revolución Industrial, con la alta tecnología aplicada no sólo a los servicios sino especialmente a la misma industria, que en algún momento llegará a prescindir de la mano de obra directa con la automatización. Incluso no es posible –como lo pretendía el peronismo extremo- excluir al agro, pero tampoco se lo puede mantener indefinidamente como el eje de la economía.
A la salida de la convertibilidad, que fue el intento de estabilizar los precios mediante su correlación con el dólar, o a partir de medidas monetarias, la brecha cambiaria se situaba cerca de 200%, el doble que en la actualidad, y por eso la convertibilidad no pudo continuar, pero sus impulsores se detienen en la estabilización inicial, desvinculándola del final de 2001, como si esta crisis no tuviera que ver con su causa. La brecha subió con las fuertes devaluaciones de la administración macrista.
El mayor obstáculo que se presenta es lograr un acuerdo político, sobre todo en el peronismo, que combine la imposibilidad de hacer una política de ajuste con el empeoramiento de las condiciones de vida, y se podría decir que esta dificultad se está generalizando en el mundo, aunque no siempre por las mismas razones.
Entre septiembre y poco antes de hasta casi finales de diciembre, el BCRA acumulaba compras de dólares, especialmente por el aporte de las exportaciones de soja, lo que resultaba incompatible con el aumento constante de la brecha cambiaria, lo que evidenciaba una fuerte volatilidad, pero también un descarte de lo que muestran las perspectivas futuras del país, reconocida por el FMI y por personalidades financieras estadounidenses, lo que evidencia una presión local continua por el ajuste ortodoxo y la devaluación y adversa al curso político oficial.