Gabriel Delgado es un personaje difícil de encasillar. Cuestionado tanto por el ruralismo clásico de la Mesa de Enlace como por las corrientes ambientalistas, se la pasa tirando diagonales para salir por arriba del laberinto agrario argentino. Formado entre el INTA y el CEMA –usina académica del liberalismo autóctono–, fue la mano derecha del último ministro de Agricultura de Cristina Fernández, Carlos Casamiquela, fallecido hace poco a causa del COVID-19. Los baqueanos del conflicto campestre lo recuerdan por su habilidad para mantener a raya, entre 2013 y 2015, a los grandes jugadores del agronegocio, mientras pulseaba con la mismísima ex presidenta para impedir un acuerdo con Monsanto que hubiera favorecido a la trasnacional estadounidense en el estratégico mercado de las semillas.
Sin embargo, fuera de los círculos palaciegos del mundillo agropecuario, Delgado saltó a la fama cuando apareció sentado a la derecha de Alberto Fernández en aquella famosa conferencia de prensa donde se anunció la expropiación de Vicentín. La agresiva reacción de las huestes propietarias motivó el recule del gobierno nacional, que no supo ni quiso dar pelea. El flamante interventor intuyó temprano que, tal y como fue planteada, la batalla estaba perdida desde el arranque.
¿Por qué salió tan mal la intervención a Vicentin?
—»Error de cálculo». Creo que Alberto lo reconoció en las últimas declaraciones. De hecho, salió por decreto la intervención. Después que una empresa afectara a tanta gente con un default tan grande, a nadie se le ocurrió pensar que la sociedad iba a interpretar esto como un ataque a los derechos de propiedad en general. O que la política pudiera construir ese mensaje. Acá lo que se quería era garparle a la gente que estaba empernada, en particular a los más chicos que ahora difícilmente zafen de un arreglo muy hostil. Alberto no quería ayudar a la empresa y que los beneficiarios sean los accionistas. Él dijo: «vamos a salvar a la empresa, no a los accionistas». Parece lo mismo, pero no es lo mismo. Nosotros creíamos que la forma de salvar a la empresa era cuidar a los acreedores también. Primero, porque un tercio de las acreencias son del Estado nacional, que es quien iba a ayudar. Otro tercio son las deudas comerciales, que son de las que te van a traer la materia prima para volver a producir. Y los bancos internacionales, que después de Vicentin han cambiado un poco la mirada sobre la Argentina.
¿Había un plan o fueron a ver con qué se encontraban?
—Hicimos un plan de negocios junto al gobierno de Santa Fe. Lo presentamos ante el Juez. Vicentin tiene varios problemas, pero el principal es la materia prima para darle de comer: sin los granos, ese bicho es un depósito de fierros viejos. Vicentin necesita moler ocho millones de toneladas de soja para maximizar su valor y a partir de ahí ofrecerle un buen arreglo a los acreedores. Ocho millones de toneladas de soja son el 20% de la producción Argentina. ¿Y quién te la va a entregar después de que la empresa no le garpó a los productores? La forma que tenés de convencerlos es comprar de contado. Pero Vicentin no tiene plata. No quedó nada de capital de trabajo. No tenés ni dinero ni reputación para hacerte de la molienda. Con un daño reputacional de ese calibre, no fue la mejor idea partir de una “expropiación”, porque necesitabas generar confianza.
¿Pero había alguna posibilidad de que el Estado pusiera plata sin anunciar la expropiación? Es decir, ¿cómo podías evitar que los mismos accionistas fraudulentos se quedaran con la empresa luego de ser saneada con fondos públicos?
—Es una buena pregunta. A lo largo del proceso presentamos tres propuesta distintas de intervención: la de Alberto a través del Decreto, la que proponen el Banco Nación y el Banco BICE como acreedores en el marco mismo del Concurso, y la tercera alternativa fue de la Inspección General Provincial de Justicia de Santa Fe, a través de un fideicomiso. Pero el Juez no le dio lugar a ninguna de las tres propuestas. Entonces el presidente Fernández dijo: «bueno, si el Juez no quiere ninguna intervención, yo no puedo llevar adelante una recuperación de la empresa con este directorio que es el que generó el default, ni hacer un beneficio para la empresa si la propiedad va a quedar en manos de los accionistas». Viendo ya que todos estos caminos eran imposibles, porque no hay ninguna otra forma de intervenir, bueno… game over.
Más allá de la urgencia financiera de esta empresa en particular, ¿no había una voluntad de dar un primer paso para la participación estratégica del Estado en la comercialización de granos?
—Para eso yo hablo de YPF Agro, no de Vicentin. YPF vende mucho gasoil históricamente, y ahora también agroquímicos y fertilizantes. Tiene un departamento dentro de la petrolera muy prolijito. No posee un puerto propio, pero sí cuenta con cien acopios de originación. Sería algo muy interesante que YPF Agro aparezca como una empresa de referencia para la política agraria, porque tiene un potencial muy grande. Por ejemplo, podría invertir en los proyectos que el Estado considere estratégicos, así como hoy YPF invierte en Vaca Muerta. Podríamos tener sucursales en Shanghái y en Rotterdam para vender nuestros propios alimentos en destino, como hacen las grandes traders. Y socializar un poco los beneficios de la producción de granos en el conjunto de la sociedad, como hacemos con el petróleo. YPF podría ser una empresa que implemente planes de promoción, por ejemplo del riego; o para el desarrollo de nuevas cuencas agrícolas que hoy no están disponibles por problemas de agua, flete u otros; orientar la inversión pública en materia de caminos, conectividad, un montón de cosas. Si COFCO está en Argentina, ¿por qué nosotros no podemos tener una sucursal de YPF en China? Yo digo por la reciprocidad. Es como que nos achicamos los argentinos, ¿viste?
¿Sería la función que en su momento cumplía la Junta Nacional de Granos?
—La Junta de Granos tenía poder de policía. Y facultades para imponer precios. Vos no te olvides que en la época en que existía la Junta no había precio futuro. Y había un mercado financiero alrededor del agro muy rudimentario. Yo no digo una Junta de Granos sino algo moderno, que esté acorde al desarrollo del mundo de hoy. La Junta era el brazo regulatorio del Ministerio de Agricultura en materia de comercio de granos. Pero en realidad lo que se deshace solamente es la facultad de comercializar, todas las otras funciones de regulación están en la ONCCA, fundada por Felipe Solá en 1992, que hoy se llama Dirección de Control Comercial Agropecuario. Distinto es que no haya decisión para regularlos… o criterios.
La reforma agraria sin tierra
Nacido y criado en Coronel Suárez, en el sur del territorio bonaerense, en los límites de la pampa húmeda, es uno de los intelectuales que mejor conoce las miserias y potencialidades del modelo agroexportador. Por eso habla de la Logia Primarizante Argentina (LOPA), un término irónico acuñado por él para referirse a esa compulsión por exportar materias sin valor agregado.
Delgado se exaspera porque visualiza la jugada de pizarrón con la que cree poder sacar a la Argentina de su escasez de dólares y a millones de personas de la pobreza. Pero la pelota no quiere entrar. Y la principal resistencia proviene de una suerte de “chip” transversal a todo el espectro político, que impide pensar más allá de la venta de commodities al mundo. Para Delgado, cortar ese nudo gordiano obliga a imaginar un cambio radical en la fisonomía del campo argentino del siglo XXI.
¿Cuáles creés que son las líneas principales de esa famosa “Vaca Viva” de la que habla el agro?
—Yo creo que tendríamos que centrarnos en una o dos políticas, mirando a la alimentación del mundo y a la química verde. Para eso es necesario derribar el mito de que Argentina produce alimento para 400 millones de personas, porque eso no es cierto: Argentina produce alimentos para engordar animales.
O sea, en vez de exportar productos primarios como maíz o soja, vos dirías de procesarlos acá. ¿El acuerdo con China por los cerdos se inscribe en ese horizonte?
—Creo que las carnes deberíamos aprovecharlas todas. No sólo la de cerdo. También la carne de vaca, de pollo, de pescado, hay muy pocos proyectos ictícolas acá. No puede ser que en Argentina, con todo el maíz que tenemos, importemos el salmón. Que Argentina recién ahora, después de 200 años de existencia, se esté autoabasteciendo en carne porcina es una obscenidad. Mientras tanto, tenemos el récord de exportación mundial de maíz. Hay cosas que están mal.
¿Y qué pasa con las críticas ambientalistas a ese modelo de producción de alimentos?
—Hay que vincular el proyecto exportador del sector agroindustrial con la pobreza urbana. Porque una ventaja muy grande es que estos proyectos no compiten por la tierra. Es como una fábrica. Lo que sí tenemos que mirar es que la tendencia vegana es irreversible. Y que el 80% de los chicos de menos de veinte años no comen carnes o quieren dejar de comer carnes. Esto de los chanchos es para los próximos diez años, mientras podamos darles de comer a los chinos, pero ya tenemos que estar pensando en lo que viene. Hay una empresa que se llama Beyond Meat (“Más allá de la carne”), que ya está acá en Argentina comercializando hamburguesas vegetales con gusto a carne. Cuando salieron a cotizar en Wall Street, la primera semana la empresa llegó a valer lo mismo que el rodeo de vacas de cría de la Argentina. O sea, todas las vacas de cría de la Argentina valían lo mismo que la empresa que hacía carne vegetal con gusto a carne. El principal insumo de estas hamburguesas es la arveja amarilla, que no hay en Argentina o hay muy poquito. Y no podemos sembrarla acá, a pesar de que en el NOA sería fácil de hacer, porque no hay ningún semillero de arvejas amarillas en toda la Argentina. ¿Por qué? Porque no hay ley de semillas. Uno de nuestros principales rubros exportadores está siendo sustituido «in your face», porque hay una movida vegana imparable en el mundo y no tenemos este cultivo. Cuando rascás un poco por qué no tenemos ley de semillas, en realidad es porque Monsanto ya tiene una patente sobre la soja y no le importa el resto, bloquea lo que haya alrededor.
¿Pero no es Monsanto el que quiere imponer una ley de semillas y los productores quienes la resisten?
—Acá existe lo que yo llamo la “Logia Primarizante Argentina”, que controla la política agrícola desde hace muchos años y también domina la oposición a la política agrícola. El objetivo es mantener el statu quo, casi siempre es en voz baja, nunca salen en los diarios. Es gente muy poderosa, generaciones que se van pasando la posta, y una porosidad muy grande entre el sector público y el sector de estas traders, también integrantes de muchos partidos políticos, te diría de casi todos. En este tema las antípodas se tocan y tienen a veces intereses muy parecidos, porque también abarca a una parte del progresismo que termina avalando seguir vendiendo maíz. Hablo también de los que dicen que las políticas agrícolas tienen que ser para los pequeños agricultores, porque entonces dejamos a los grandes que sigan exportando granos. Hay mucha gente que, sin saber, participa de esta logia que concibe a la Argentina como un granero del mundo. Está en “el gen” de sectores que terminan estando a favor de aquello que putea. Es muy funcional esa convivencia entre el liberalismo del interior y el progresismo porteño, hay una complicidad subyacente, tácita, no estructurada, no hay una mano negra, no estoy hablando de eso. Pero pienso que la historia del país se ha ido estructurando en esas zonas de confort, de no disputa a lo largo del tiempo, y se ha ido sedimentando.
Cuando Alberto insertó la expropiación de Vicentin en un horizonte de soberanía alimentaria, masificó el debate sobre este concepto: ¿vos qué pensás?
—Es un concepto importado. No le veo mucha raigambre, pero son palabras que caen bien. Igual que la idea de la agricultura familiar.
Pero soberanía alimentaria implica pensar ante todo qué se come y cómo se produce lo que se come acá.
—Sí, está bien, pero yo digo: antes nosotros tenemos que pensar cómo salimos del 40% de pobreza. Me parece una agenda muy cómoda esa, muy cool, muy palermitana. Es un océano de dos centímetros de profundidad. El problema es cómo salimos de este atolladero que en los últimos 45 años multiplicó por diez la pobreza en Argentina. Te cambio el concepto: en lugar de soberanía alimentaria, hablemos de geopolítica de los alimentos. Porque si vamos a llegar a los nueve mil millones de personas en el mundo en 2050 y está tan complicado el tema ambiental, la cuestión de las proteínas va a ser uno de los temas geopolíticos más importantes. Y así como el petróleo dominó la geopolítica del siglo XX, las proteínas pueden dominar la agenda del siglo XXI. En ese marco, creemos una empresa nacional de alimentos. Y solucionemos el problema de la alimentación que tiene el 40% de los pobres de la Argentina, metiendo el tema del hambre dentro de la política agrícola. Yo creo que el Ministerio de Agricultura tendría que ser el Ministerio de Agricultura y Alimentación.
Palos, zanahorias y ratones
Mucho antes que China nos comprara soja y propusiera producir millones de cerdos, el líder Deng Xiao-Ping ya había acuñado una de sus frases célebres que pavimentaron el después de Mao: “no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”. Es decir, da lo mismo si el modo de producción es socialista o capitalista, el objetivo consiste en desplegar al máximo las fuerzas productivas.
Algo de esto se respira en el desarrollismo nacional y popular de Gabriel Delgado, un horizonte de modernización en el que cabríamos todos, pero que se apoya en los grandes jugadores del agronegocio. El problema es que tales actores no parecen estar en sintonía con el cuentito de agregar valor, generar empleo y dejar de fugar capitales. Nada que no pueda resolverse apelando a dos herramientas milenarias: el palo y la zanahoria. El verdadero problema a resolver es quién tiene la “voluntad política”.
Si el problema es salir de la primarización, ¿nuestra esperanza sería el Consejo Agroindustrial Argentino?
—De las 53 organizaciones que forman el Consejo Agroindustrial hay solamente 3 o 4 que son del sector primario. Es una lógica mucho más industrial. Y no están los dos actores principales de la oposición al peronismo, que son la Sociedad Rural Argentina y CREA, que tuvieron el control de la política agrícola durante la gestión del PRO. Pero hay de todo: la pesca, las frutas finas, casi todas las economías regionales, las organizaciones de la leche, de la carne, algunas de frigoríficos. Es recontra heterogéneo y muy incipiente. Ojalá que dure mucho porque yo creo que es muy bueno para la Argentina.
En el Consejo Agroindustrial están los intereses más poderosos de ese sector, incluso más poderosos que la propia Sociedad Rural: ¿no es peor el remedio que la enfermedad?
—Entiendo el punto. CIARA-CEC (Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina y Centro Exportador de Cereales) tallan fuerte ahí adentro y traen los dólares, pero la verdad es que el Consejo Agroindustrial reúne a 53 cámaras. Menos CIARA-CEC y algunas químicas, son todas representaciones nacionales. Me parece que eso es lo valioso del armado.
El Consejo Agroindustrial le pide una serie de garantías al Estado para invertir y exportar más: ¿cuál es la garantía que puede tener el Estado de que esos dólares que entran no se van a fugar como pasa hoy?
—Esto funciona así: los productores retienen a los granos como reserva de valor. Ahora, esos 70 mil productores no pueden hacer una acción colectiva. Las grandes traders dependen de que ellos liquiden, es decir que se deshagan de la mercadería; por eso ellos tienen el botón de la aspiradora. Si dicen: «bueno, salgo a comprar soja porque voy a exportar», avisan a los 10 mil acopios que trabajan para ellos y toda esa maquinaria, toda esa aspiradora de la pampa húmeda, empieza a chupar soja porque cada uno de los compradores de los acopios empieza a llamar a los productores. El tema es que esa aspiradora tiene que prenderse. Porque si vos no prendés la aspiradora no te vas a hacer nunca de los granos.
¿Vos decís que esa aspiradora no se prendió en 2020 y por eso hubo que sentarse con las traders para que aprieten el “botón rojo”?
—Yo creo que no se prendió. Vos tenés que empujar un poquitito la pelota. Si encima están en un contexto de inflación y de expectativa de devaluación, siempre hay que empujar a los gauchos para que te liquiden.
¿Pero para obligarlos el Estado siempre tiene que ceder o hay alguna manera menos extorsiva de regular?
—Mil formas tenés. Primero, si querés podés sacarle la matrícula para que no exporten más. El Ministro de Agricultura tiene a tiro de firma impedir que cualquiera de las traders exporte en la Argentina. Claro, hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño. Yo creo que, en un marco de confianza, podés tener una posición negociadora dura. No tenés que ser un entreguista del país para generar respeto. Podés ser un tipo duro y generar credibilidad. ¡Mirá la Merkel!
Pero es evidente que el interés de los traders y las necesidades del país mucho no coinciden.
—Esos jugadores tienen vía libre para mover el valor de la moneda de un país, imaginate lo que eso significa. Y quizás no de un solo país, sino de muchos. Hay muchos especialistas en finanzas que generan martingalas con posiciones financieras y si le pasa algo a la moneda argentina se hacen millonarios. ¿Cómo haces para contrarrestar ese incentivo?
¿Cómo?
—Para mí la solución, lamentablemente, es arreglar en el corto plazo y tratar de salirte en el mediano y largo, si no te van a tener de rehén toda la vida. Nosotros tenemos problemas con el clima y ya sabemos que la moneda se devalúa al otro año, o tenemos alguna demora en la liquidación de dólares y hay que mover el valor de la moneda. Mientras sigamos así vamos a estar expuestos a que nos chupen la sangre de por vida. Por eso la única solución es salir de la exportación de materia prima pelada. Todo lo que nos permita subir en la cadena trófica, salirte del vegetal e ir a otros escalones, te ayuda a ir amesetando el riesgo climático, porque ya vas produciendo en base a lo que guardaste. Es diferente la lógica.
¿Qué hace falta para eso?
—Falta conducción desde hace años en la política agrícola. Porque lo que tenemos es una guerra de bandos, entonces el incentivo para las autoridades de la cartera agropecuaria es tomar partido y dar respuestas a uno de los sectores. Yo soy un convencido de que existe una diagonal para salir de ahí, que supere las soluciones extremas o contrapuestas. Necesitamos un político que conozca el sector y ponga en marcha un nuevo principio de industrialización en la Argentina. Si nosotros llegamos a tener vectores industrializantes de aviones en Córdoba, ¿cómo no vamos a industrializar el maíz?
¿O sea que todo depende de que tengamos al ministro de Agricultura indicado?
—No, de Economía. Ahí es donde se corta la pizza.
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