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Mi Lucha es la razón burguesa
llevada a su límite más extremo y coherente.
ncluso le diré más, me dijo Tardewski,
la razón burguesa concluye de modo triunfal en Mein Kampf.
Ricardo Piglia, Respiración artificial
En el artículo del 10 de Febrero de 2025 titulado “Para Juanito/que lo mira por TV”, un pensador político lúcido como Horacio Verbitsky, toma como fuente un artículo de Roy Hora en la que pretende restringir el uso del significante “fascismo” a las experiencias europeas de la primera mitad del corto siglo XX (1917-1990). Textualmente el autor señala (el entrecomillado es cita del original de Roy Hora):
Pero ese «sermón reaccionario» no implica que «la amenaza fascista está a las puertas de la ciudad», como fue moneda corriente «en las arengas de dirigentes e intelectuales, en las conversaciones en la plaza y las redes sociales». Esto permite movilizar voluntades ante un desafío existencial. Pero «también revela dificultades para comprender los dilemas del presente».
En esta argumentación pueden advertirse graves falacias. El sermón reaccionario del fascismo era fascismo antes de la marcha sobre Roma. Para ser fascismo no hace falta estar a las puertas de la ciudad. De hecho, Adolf Hitler llega a la cancillería como consecuencia de los votos de los alemanes que dieron una exigua primera minoría al NSDAP pero que pudo adueñarse de la situación con el colaboracionismo de los “partidos democráticos y dialoguistas”. Fundamentalmente del Zentrumspartei, el partido occidental y cristiano que luego daría origen a la Democracia Cristiana alemana. El cabo austríaco impuso su orden con el apoyo de los parlamentarios que creían que era posible negociar con él, sin advertir el delirio paranoico y megalomaníaco vinculado a un mandato del destino. Hitler no era un cínico, estaba a merced de su mandato perverso de construir un Tercer Reich racial y moralmente puro como eran en el origen los pueblos de la mítica Germania.
Si el fascismo fuera una experiencia histórica temporalmente circunscripta, de nada valdrían las políticas de memoria. En este orden de ideas no faltará quien proponga al gobierno Polaco que haga de Auschwitz un centro comercial o un resort. El texto de Verbitsky, citando a Hora continúa:
El abuso del término fascismo refleja «dificultades para entender lo nuevo y, sobre todo, incapacidad para aceptar las razones por las cuales medio país acompaña al gobierno. Y pone de relieve la orfandad de ideas y propuestas que campea en la oposición».
La idea del abuso de un término recoge la ontología de la “sustancia”. Esta proposición deriva de la metafísica aristotélica que presupone una relación entre el ser y la palabra que la nombra. Es el origen del concepto de la verdad como correspondencia entre el pensar y la cosa (Adaequatio intellectus ad rem). De allí también que la definición correcta sea aquella que dice lo que la cosa es.
Esa identidad entre la palabra y la cosa nombrada (sólo así puede hablarse del “abuso” de un término) nos lleva a dos problemas.
El primero, ejemplificado por Saussure, es si el tren de Paris a Ginebra de las 9.45 sigue siendo ese tren si parte a las 9.47 o el de la nave de Teseo para los antiguos atenienses que, al conservarla a lo largo de los siglos, fueron cambiando uno a uno todos los maderos que la componían hasta preguntarse si la Nave de Teseo que estaba consagrada a Apolo seguía siendo la nave de Teseo. Es el problema de la identidad de lo que cambia.
El segundo: Si cada cosa es particular e individual, solo se podrían utilizar nombres propios. Es el problema borgiano de Funes el Memorioso y de todos aquellos que trazan con tiralíneas y escuadra la “definición” de fascismo.
El problema de la definición en la escolástica es que presupone la subsunción de una especie en un género. Esta especificación supone el atributo como una característica de la cosa o de la especie. Es lo que se llama diferencia específica. Para el pensamiento medieval toda cosa es idéntica a sí misma y es una (omne ens est unum) y los distintos objetos aparecen como diferentes en sí mismos.
Saussure y Gödel rompen con esta metafísica. El primero, en sus Escritos sobre lingüística general señala:
Así como en el ajedrez sería absurdo preguntar qué serían una dama, un peón, un alfil o un caballo si se los considera al margen de ese juego, tampoco tiene sentido tratar de ver qué es cada elemento por sí mismo.
Es que la definición es un problema de la lengua y en ella no hay objetos en sí mismos sino que estas diferencias sólo existen en función del sistema lingüístico al que pertenecen. La definición no se encuentra con individuos, especies o géneros ya determinados. Es el punto de vista el que engendra el objeto. Obvio es decir que este punto de vista presupone un sujeto y un sistema en que las distinciones tienen lugar. Un significante sólo tiene sentido en su relación de diferencia con otro significante. Y la definición es una operación de la lengua. Volviendo a Saussure “no hay en la lengua ninguna determinación ni de la idea ni de la forma; no hay otra determinación que la de la idea por la forma y de la forma por la idea”. Significante y significado sólo existen el uno por el otro.
De este modo no existe un “fascismo en sí” como pretende Hora, sino fascismos. Considerar fascismo o no una determinada aparición no depende de una “sustancia” sino de un criterio de demarcación que surge de un punto de vista, es decir, de un sujeto. Menos aún puede decirse que la definición de fascismo aplicada a una aparición contemporánea “revela dificultades para comprender los dilemas del presente”. La creencia medieval en la sustancia u ousía, sí demuestra incapacidad para entender los dilemas de la ciencia contemporánea.
Aquí no hay un debate escolástico sobre la esencia del fascismo sino un debate político entre diversos puntos de vista y razones para actuar.
Continúa Verbitsky señalando:
Hora recuerda que en 1945, el «error histórico» de creer que acá como en Europa «se libraba una batalla entre fascismo y democracia», abrió «una brecha insalvable entre la reforma social y la democracia política que tardó décadas en cerrarse». Es llamativo que no lo adviertan algunos jóvenes militantes que se creen peronistas.
Cuando se pretende asimilar situaciones diversas por parecidos de familia sin entender los rasgos estructurales que hacen posible proponer calificaciones (sin olvidar que estas son siempre el resultado de un punto de vista) el resultado es la opacidad completa. Con estos criterios meramente imaginarios Marco Polo, al encontrar al rinoceronte asiático creyó haber hallado al mítico unicornio.
Esas concepciones imaginarias son propias de lo que Lacan llama la era teológica. El análisis estricto de la función del significante es propia de otra era, marcada por correlaciones que no pueden justificarse en una axiomática del estilo euclidiano, sino por el uso extendido del significante (Libro 9 de El Seminario, clase del 29 de Noviembre de 1961).
Lo que debe preguntarse es qué rasgos, en el contexto de 1945 llevaron a considerar al peronismo como una aparición del nazifascismo. Para ello deben tenerse en cuenta decisiones históricas que nos permitan analizar mejor las razones estructurales. En particular, los efectos del golpe de junio de 1943 y de la segunda guerra mundial sobre los partidos hasta entonces representativos de la clase obrera. El partido socialista, ya había girado hacia posiciones cada vez más prooccidentales y tendía a entender el mundo desde esa perspectiva. Mas interesante y dramático es el posicionamiento del Partido Comunista que al momento del golpe y durante el período de incremento de huelgas que lo precedió ya había adoptado la política de Frente Popular con vocación policlasista.
Esto situaba a la clase obrera en una alianza con sectores de la pequeña burguesía y de la burguesía nacional desvinculada del capital extranjero y la oligarquía. Casi se podría decir que es la línea mayoritaria del Peronismo moderno.
Como señalan Diego Ceruso y Silvana Staltari en su trabajo “El Partido Comunista argentino y su estrategia sindical entre 1943 y 1946”, cuya lectura recomiendo (Izquierdas no.39 Santiago de Chile, febrero de 2018 http://dx.doi.org/10.4067/S0718-50492018000200110)
Materializando las tensiones y justificando sus propios itinerarios, caracterizan al accionar del PC en el período peronista como “error histórico” o “traición a la clase obrera”, lo que habría imposibilitado el acercamiento a la clase trabajadora. Si los escritos “oficiales” y “militantes” deben ser matizados por apologéticos, los recaudos aquí deben ser análogos.
Por tanto la introducción de la calificación de error histórico, sin explicitar los rasgos sobre las cuales el PS y el PC de 1945 consideraron al peronismo como una forma de fascismo constituyen también una forma de apologética de la relación entre las instituciones de la democracia liberal y la reforma social como si entre ambas no existieran hiatos y discontinuidades que deben ser precisados. Es llamativo que no lo adviertan algunos viejos militantes que se creen peronistas.
Vincular el fascismo con la exaltación del Estado y el nacionalismo implica afirmar la categoría de totalitarismo de la cursada de “educación democrática” que imponía la dictadura de los herederos del ‘55. Tal como lo señala el propio Marx el Estado es una hipóstasis de las relaciones sociales, una transustanciación imaginaria de las lealtades y prácticas que cementan las sociedades.
Esta posición mágica se ancla en considerar la estructura del Estado como un todo. Eso hace que los “liberales” que afirman la necesidad de desmantelar la estructura del Estado sean quienes abogan al mismo tiempo por el reforzamiento de los aparatos represivos del Estado.
No son los rasgos aislados, los atributos como propiedades de la cosa los que hacen posible una definición. Por el contrario, la propiedad o atributo es el medio para constituir un conjunto.
Consideraciones similares pueden hacerse respecto del concepto de nacionalismo, considerado como rasgo identificador del fascismo. Considerar la exaltación o el fortalecimiento del Estado como los atributos que determinan la existencia del fascismo lleva naturalmente a considerar como fascistas a líderes como Nasser o Perón. A su vez, los ustachas croatas no sostenían un fortalecimiento o exaltación de un Estado Nacional (se sentían muy cómodos con la dominación italiana o alemana) y su rasgo más distintivo era confesional, en su oposición a las religiones “inferiores” como la islámica o la ortodoxa ya que compartían con los serbios y los bosnios el idioma y la ascendencia. De allí concluir que lo característico del fascismo sea el catolicismo (rasgo que compartían con las dictaduras fascistas de España y Portugal) sea un absurdo innegable.
Sostener la preeminencia de los rasgos “esenciales” después de la experiencia histórica argentina del Proceso o sabiendo que ese acento en el Estado y la nación es la base sobre la cual el negacionismo neonazi del holocausto construyó la idea de una guerra civil europea, consideró al fascismo como una instancia de la época para concluir que comunismo y fascismo son casi indiferentes. Esa es la base para la construcción del revisionismo negador del holocausto. No por casualidad los tres libros que conozco de Ernst Nolte tienen esos títulos “La guerra civil europea (1917/1945)”, “El fascismo en su época” y “Fascismo y Comunismo”.
El acentuamiento de los rasgos Nacionalismo más exaltación del Estado es la salida para definir el fascismo por quienes se niegan a ver las discontinuidades y contradicciones que existen entre la democracia liberal y las reformas sociales.
Como señalan Fabio Nigra (a quien le debo el recordatorio de Respiración artificial que encabeza el presente escrito) y Federico Cormick en su artículo “¿El nacionalsocialismo es de izquierda? Por qué la creencia de Milei no es sólo ignorancia sino también fanatismo” publicado el 8 de Febrero de 2025 en Tiempo Argentino on line señalan que el neoliberalismo cuando nace en Alemania luego de la segunda guerra mundial afirmaron una operación discursiva en la que el Estado estaría al servicio del mercado invirtiendo la imaginaria subordinación de los capitales al Estado que se atribuía como característica del nazismo.
Con ello, sectores de las clases dominantes que habían apoyado al nazismo negaron su historia reciente (…) El neoliberalismo nacía así, unificando nazismo, socialismo y presencia del Estado como mecanismo de autojustificación.
Teniendo en cuenta la función que dio origen a todos los fascismos, lo que los caracteriza en mi opinión es ofrecerse al servicio del capital concentrado y los sectores dominantes de una sociedad por una vía no liberal como consecuencia de estas fricciones entre reforma social y democracia liberal.
Por ello el fascismo nace en los momentos de crisis que, como decía Gramsci, son aquellos en el que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir.
Podría decirse que algunas formas del fascismo, como la nazi, atacaron también a capitales importantes en tanto daban prioridad a “razones” de pureza racial. O que en definitiva subordina el capital al Estado. Pero el Estado Fascista se caracteriza por servir al capital y los sectores hegemónicos (como el clero en España del ´36). Los Krupp, Junkers, Siemens, al igual que Ford, vieron con gusto al ascenso y empoderamiento de Hitler en tanto servía a sus intereses.
El discurso fascista tiene por objeto el restablecimiento de las jerarquías absolutas: La de los padres sobre los hijos, la del varón sobre la mujer, la del patrón sobre los obreros y, sobre todo, la del hombre del destino y sus cortesanos, con veleidades imperiales.
El fascismo es también anticientífico (excepto en aquello referido a lo técnico), partidario de la recuperación del mito y de lo inefable, pone en cuestión toda política de los cuerpos por que es una política sobre los cuerpos docilizados.
El fascista no necesita preguntar porque ya sabe (la duda es la jactancia de los intelectuales), por eso no existe la pregunta fascista.
El nacionalismo fascista, por el contrario, requiere la existencia de una clase dominante nacional que sirve a los intereses de la Nación mítica. Cuando las clases dominantes, por el contrario, se encuentran subordinados a los intereses del mercado mundial y aceptan su rol subordinado el nacionalismo es prescindible. Por eso el nacionalismo en el tercer mundo nunca es fascista y el fascismo, como forma de afirmación de los poderes dominantes, no requiere en estos países del nacionalismo. Es que las posiciones de alianza de clases con la pequeña burguesía y la burguesía nacional, propia del peronismo y de la estrategia de frente popular del PC no pueden ser confundidas con el nacionalismo de los países dominantes ya que justamente por su posición subordinada, los objetivos nacionales antiimperialistas implican una transformación (y no el afianzamiento) de las relaciones de dominación. El fascismo es siempre una respuesta desviada a una pregunta que no se supo plantear.
Finalmente, el fascismo requiere la construcción de una víctima a la que se le quitan los rasgos humanos (son parásitos, untermensch, planeros o ratas). Son el virus que es necesario exterminar. Y la desviación de la respuesta es, a mi entender, lo que por razones genéticas y funcionales constituye el fascismo.