En Occidente la salud suele verse como una cuestión individual, la economía como una consecuencia de las transacciones humanas y la política como una deriva de administración de la organización social. Está claro que son interdependientes.

Sin embargo, desde el coloquio Lippman (París, 1938), tanto desde la ideología como de la praxis neoliberal -en realidad, la causa de los costos sociales de la actual pandemia del COVID19- se incentiva la diferencia entre lo público y lo privado.

Lo público se nos muestra como ineficiente, improductivo y obstaculizador; algo digno de ser minimizado. Lo privado -en tanto- se ve como libertario, útil y creador de valor, deseable de maximizar.

Los más influyentes autores -H. Spencer (1820-1903), J. Rueff (1896-1978) y F. von Hayek (1899-1992), entre otros- impulsaron la toma de conciencia para la construcción de una nueva sociedad sustentada en la economía.

Desde sus propias perspectivas propusieron poner en duda y deteriorar el papel del Estado. Por eso el neoliberalismo configuró un sentido común que forma conciencia social y lo introdujo en los criterios decisionales de la política, la economía y la salud.

El homos economicus se presenta como individualista, portador de necesidades y maximizador de las conveniencias en todas sus dimensiones de vida. Se desprecia la circunstancia de que el hombre solamente es hombre en sociedad y se plantea que el individuo priva sobre la especie.

«Mi salud» vs. «nuestra salud»

El discurso económico orienta las decisiones de los CEO´s, presidentes y principales accionistas de los grandes conglomerados internacionales. Y también de algunos políticos restauradores del orden conservador, y se disemina a través de un periodismo del establishment rendido ante la postverdad.

La financierización de la vida humana alcanza casi todos los ámbitos de la cotidianeidad, inclusive los relativos a la salud. El sentido común neoliberal impulsa el convencimiento por «mi salud» y la despreocupación por «nuestra salud». Esta fuerte privatización-financierización de la salud ha deteriorado -en el mundo- la idea de la salud pública que pasó a entenderse como «algo para los pobres necesarios».

En Argentina la sapiencia presidencial actual le atribuyó la característica de «miserable» a un grupo empresario que despidió a 1450 empleados ni bien comenzó una cuarentena por salud pública que implica un gran esfuerzo para la población. Muchos vieron en esa miserabilidad una verdadera canallada del poder económico frente a la opción por la salud.

Un tema existencial

Los temas de salud pública son temas existenciales. Que la salud es un ax-ante de la cuestión económica se deduce tanto de su concepción antropológica como de su propia etimología. Salud refiere al buen estado físico, a la razón y al buen sentido. No pudo haber economía sin la energía humana actuando sobre la naturaleza para adecuarla a sus necesidades. Sin hombres saludables no hay transacciones posibles.

La definición más conocida de salud es la que propone la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1946), como «un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad». Es bienestar y no-enfermedad, dos sentidos que se complementan, y que posibilitan que la palabra pueda analizarse desde una infinidad de perspectivas: filosófica, sociológica, económica, política.

La salud individual condiciona la economía doméstica y la salud pública es un requisito de la economía social. A su vez, la economía incide en la salud. Pero la última palabra siempre es de la política que pone orden en esa relación en nombre del bien común.

El cálculo económico cede frente al número social de una sin-salud que puede terminar en enfermedad y muerte. Por eso la sociedad necesita confiar en la política y sospechar de los argumentos económicos en cuya trastienda anidan intereses individuales.

El político como organizador social

El «que se vayan todos» o «fuera los políticos» o «que se bajen los sueldos» disgrega la sociedad, la licúa y la hace más débil frente al poder, pero también frente a las pandemias.

Aplicando cierto reduccionismo, un político no es sino un organizador social. Se transforma en estadista cuando es capaz de acompañar y orientar estrategias de base popular de largo aliento. Es decir, cuando presentan ciertas ideas sobre la realidad y el futuro. Por eso Perón, Castro, De Gaulle, entre muchos otros, son estadistas. Miraron más allá del corto plazo. Son constitutivos de la sociedad humana.

Quizás la ocasión sea propicia para retomar algunas ideas de la denominada tercera posición. Un camino que pueda albergar la productividad económica del capitalismo y la equidad distributiva del socialismo. Donde la salud pública sea un «factor de producción» existencial. Es tarea muy compleja -quizás una quimera- pero vale la pena plantearla. Argentina está un paso más adelante porque el peronismo estableció la concepción de lo popular y ofrece experiencias históricas en ese sentido.

Al Estado como organizador social a través de la política y del gobierno público se le presentan dos cuestiones: la economía de la salud y la salud de la economía. Ambos son productos históricos y dependen de las medidas políticas que se hayan adoptado en el pasado. Y en el presente. Y pueden ser contradictorios.

Prepagas, hospitales y acumulación financiera

Desfinanciar la salud pública restringiendo inversiones y gastos sirve -en el ideario neoliberal- para reducir el gasto publico y el déficit fiscal, lo cual reduce la inflación, alienta la inversión privada en salud y permite segmentar la salud pública. Una suerte de meritocracia como premio a la acumulación.

Por eso se justifica que unos pocos tengan prepagas de alto costo y servicios amplios y abarcativos mientras las grandes masas irredentas tienen que recurrir a hospitales públicos, desmantelados, empobrecidos y atendidos a pulmón por su personal.

En condiciones «normales» ese funcionamiento del sistema económico se ve como propio del mercado, es deseable y aceptado socialmente. Un Estado sin déficit (el famoso déficit cero) se presenta como sano en términos de la salud de su economía. Detrás del velo de esa salud financiera está el bienestar de los poderosos y la crisis del hospital público.

En Argentina esa concepción permitió acumular capital financiero a costo de desmantelar la salud pública. Le toca ahora a la economía restaurar esa situación mediante el sistema fiscal de impuestos indirectos y progresivos sobre las riquezas. En definitiva, el covid19 vino a desnudar la deshumanización implícita del capital y su rasgo principal: la disgregación social.

 

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