Desde hace algunos años han resurgido los trabajos sobre la plutocracia. El régimen llamado plutocracia es, según la Real Academia de la Lengua Española, aquel en el que “los ricos ejercen su preponderancia en el gobierno del Estado”. Algunas experiencias recientes consideradas plutocráticas en el marco de democracias representativas, como el Gobierno de Donald Trump (2017–2021), han generado una mayor atención y eso ha estimulado la evaluación de la política exterior de las plutocracias. Si bien son pocos los ejemplos analizados hasta el momento, ello ha permitido indagar sobre nuevas experiencias y así realizar investigaciones de política comparada más robustas. El mandato de Trump, en particular, resulta un caso testigo sumamente interesante.
Algunos ensayos destacan los rasgos personales que, si bien no determinan, sí influyen en la política exterior de un país. Entre otros, Asaf Siniver y Christopher Featherstone subrayan el peso de las cosmovisiones individuales y las lógicas binarias por sobre las miradas multi-dimensionales y los razonamientos complejos. Asimismo, el juicio y la visión personales del líder se suponen más importantes y preponderantes que la experiencia y las perspectivas de los funcionarios especializados. Eso, a su turno, deriva, según Ruth Deyermond, en una política exterior opaca en la que las preferencias presidenciales alteran y quiebran las políticas de las áreas responsables. Valga acá señalar algo que se revela en los nombramientos y salidas de funcionarios, tanto en el terreno de la política doméstica como la internacional: se premia a quien obedece y se castiga a quien contraviene. Como mostró Kathryn Dunn Tenpas el total de la renovación del personal durante el cuatrienio de Trump alcanzó al 92% (frente al 78% de Ronald Reagan, el 74% de Bill Clinton, el 71% de Barack Obama, el 66% de George Bush padre y el 63% de Bush hijo). En cuanto al estilo de los mandatarios, se señalan su inclinación impulsiva, su actitud impredecible y su comportamiento confrontativo.
A diferencia de experiencias plutocráticas de comienzos del siglo XX en Estados Unidos y Europa, que se apoyaban en la expansión y protección del capital industrial, en Estados Unidos ahora es central el papel del capital financiero, como resalta James Kurth. A lo que se suman actualmente los multimillonarios de Silicon Valley que, en la elección de este año, respaldan activa y materialmente la fórmula Trump-Vance. Cabe decir que ambos –los magnates de las finanzas y de la tecnología– detestan las regulaciones y defienden un Estado mínimo. Sin embargo, y en particular en el segundo tipo negocios, les interesa un Estado grande (para ellos) si es un comprador de sus bienes y servicios.
Algunos estudios abordan también las políticas públicas concretas de las plutocracias con su proyección en el ámbito externo. Es proverbial una insensibilidad frente a la inequidad y la justicia social; lo cual genera, de acuerdo con Kristin Goss, “experimentos mal concebidos sobre la población más desventajada”. Se trataría de iniciativas y medidas que procuran un nuevo balance entre Estado-Sociedad-Mercado en favor del mercado y de las grandes corporaciones. Además, una presunta autoridad moral de los detentadores de poder (con el consentimiento tácito o expreso de sus sectores de apoyo) contribuye a llevar a cabo cambios extremos. Eso se acompaña, en el frente externo, con posturas radicales que ambicionan una transformación igualmente drástica, sean o no operativas o aceptadas por el resto de la comunidad internacional. En todo caso, esa indiferencia frente a la desigualdad tiene implicaciones normativas en lo doméstico y en el posicionamiento internacional del Gobierno.
En cuanto a políticas exteriores específicas, algunos trabajos mencionan la racionalidad material que prevalece en las acciones, los nombramientos, las votaciones y las posturas en el terreno internacional. Siniver y Featherstone, por ejemplo, aluden a la administración Trump y su rechazo al cambio climático, a la posición en referencia a Israel, la cuestión Israel-Palestina y Arabia Saudita; entre otros varios. Por su parte, Sidra Khan enfatiza el menosprecio ante los compromisos multilaterales, así como un trato hostil ante distintas contrapartes; incluidos ciertos aliados. Una combinación de personalismo exagerado e inadmisibilidad de restricciones refuerzan ambas conductas.
Finalmente, resulta interesante reparar en dos hechos. Uno, la potencialidad de que si llegase a la Casa Blanca nuevamente, Trump pudiera consolidar una plutocracia en Estados Unidos. Eso posiblemente aliente a sus pares en el mundo de la Internacional Reaccionaria a replicar lo que autores como Paul Pierson llama plutocracia populista. Por otro lado, existe una dimensión global que merece mucha atención y que trasciende las relaciones gobierno-gobierno y es la multiplicación de reuniones, conferencias, encuentros de miembros de aquella internacional que van estableciendo lazos cada vez más estrechos y se nutren de modos de comunicación y fuentes de financiamiento comunes. Ello podría derivar en la mayor expansión y eventual imposición de una nueva agenda mundial que facilitara el ensayo y experimentación de proyectos plutocráticos.
En breve, en la elección en Estados Unidos de noviembre próximo no solo hay en juego algo que hace a ese país y su democracia, sino el asomo de un ejemplo plutocrático con ambición de consolidación interna y de impacto global.