Si bien el presente panorama económico de la Argentina es complicado, está cada vez más claro que el del conjunto mundial tampoco es muy promisorio y aparece lleno de conflictos.
La crisis nacional tiene su propia lógica, pero como la atribulada economía mundial está cada vez más integrada, conviene separar lo que atañe exclusivamente al fenómeno local y lo que es propio de la crisisinternacional para entender en qué medida hay cuestiones que sólo puedenresolverse en el ámbito doméstico y otras que únicamente podrán encontrar unarespuesta en la medida en que se comprenda el conjunto del problema.
No es muy difícil aceptar que las dificultades nacionales posteriores a la última gran crisis local, que fue la de 2001, se agravaron a partir de la crisis financiera mundial de 2008 y que ésta última fue una ruptura de gran envergadura, que suele remitir a el otro gran sacudón internacional que lo antecedió, el de 1929, que a la larga preparó las condiciones para grandes cambios en el ámbito mundial y en el nacional. De allí surgieron las motivaciones para la Segunda gran guerra y la paulatina aparición de una economía cada vez más integrada y globalizada, y en el ámbito nacional dio lugar tanto al deterioro económico como al cambio político representado por el peronismo. Es indudable que el uno y el otro están asociados, pero sólo un absoluto simplismo los puede identificar.
La crisis mundial de los años treinta obligó a aceptar que estas rupturas en el sistema económico mundial reaparecen periódicamente y suelen ser anunciadoras de posteriores grandes transformaciones, y cuando más se alejaba la aceptación de la inevitabilidad de los sacudones periódicos otorgándole una estabilidad indiscutible al sistema económico mundial del capitalismo, la crisis de 2008, que no termina de desaparecer, nos muestra que estamos ante otro período de fuertes transformaciones.
En el capitalismo la acumulación necesaria para invertir y expandir el sistema inevitablemente termina afectando a la demanda, ya que la acumulación creciente requiere recursos que sólo pueden provenir del consumo, pero si éste se ve afectado por la acumulación creciente, los salarios y los gastos sociales se resienten, la distribución del ingreso se vuelve más desigual y aparece la crisis social que termina conduciendo a la crisis política. A la vez, la caída de la demanda masiva lleva al cierre de empresas y conduce a una crisis de la que sólo se puede salir con una transformación que reformule la manera de producir y de acumular, generalmente a través de grandes cambios tecnológicos y sociales.
La crisis de 2008 lo está haciendo muy evidente.
La mayor dificultad para invertir en la producción por la complejidad del cambio tecnológico, privilegia la inversión privada de tipo financiero, pero el acrecentamiento del capital financiero en detrimento del productivo estrecha la base material a costa de una mayor carga rentística por el pago de intereses y da lugar a una paralela limitación del empleo.
La crisis de 2008 fue precisamente una crisis financiera, en el sentido que lo que se hizo insoportable para la base productiva fue la magnitud de la deuda contraída, y esa creciente dificultad es lo que se reproduce continuamente, cada vez a mayor escala y tanto en el escenario internacional como en el local. Vale decir que las dificultades actuales del país tienen una raíz propia pero dentro de una problemática de carácter universal. La crisis internacional de 2008 fue financiera y los problemas locales tienen, ante todo, una expresión financiera.
¿Por qué estos problemas financieros se acentúan? Para alimentar el flujo de préstamos y su renovación continua, que da lugar a un creciente pago de intereses, se necesita que el Estado gaste cada vez menos y que recaude cada vez más, lo que se refleja en una mayor tributación que termina afectando tanto a las empresas con baja de ventas y menor rentabilidad, como a los asalariados, con menos empleo y menores ingresos.
Esta situación se termina convirtiendo en un límite a la expansión productiva del capital que conduce directamente a la agravación de la crisis.
Si bien por un lado hay cada vez mayor volumen de capital disponible para prestar, lo hay menos para producir, y la falta de mercado, expresada en el cierre de empresas y en su menor rentabilidad productiva, conduce a sustituir los ingresos genuinos por los préstamos. Por eso crece el endeudamiento y la deuda se transforma en el gran problema, porque la base productiva y social no puede mantenerla, y esto es lo que ni por asomo ven los funcionarios gubernamentales.
La más clara expresión de este contrasentido es que mientras el gobierno nacional cree que baja el déficit fiscal porque se reduce el gasto primario, crece el déficit total por el aumento de los pagos por intereses.
La generación continua de deuda llevó al BCRA a crear la burbuja explosiva de las Lebac, pero su reducción no se pudo llevar a cabo más que por la creación de otra burbuja, la de las Leliq que, como observa Walter Graciano en “Ámbito Financiero”, no son otra cosa que un encaje remunerado sobre los depósitos a plazo fijo, que van creciendo y que por ese motivo no se pueden bajar las tasas de interés, porque si se lo hiciera se desataría el temor sobre la disparada del dólar, ya que la contención de la divisa depende de una tasa de interés creciente y de una deuda cada vez mayor.
Es obvio que ese camino no tiene salida. Conduce por un lado a una caída de la actividad económica porque las empresas no tienen mercado interno, soportan el proteccionismo internacional y la plena apertura local que privilegia las importaciones y deben hacer frente a una carga financiera cada vez mayor.
La presunta solidez fiscal sostenida por la deuda también es frágil.
Para muestra basta un botón: la recaudación fiscal de noviembre se incrementó en un 34% i.a, pero la inflación del período fue mucho mayor, de modo que la recaudación estaba creciendo unos 12 puntos porcentuales menos que la suba de los precios. Esto por la sencilla razón de que las tasas de interés que debe pagar el BCRA para mantener el actual equilibrio a través de sus pasivos remunerados, empujan al alza o no permiten reducir las tasas de interés. Entonces, el déficit fiscal total, aunque baje el déficit primario (situación que tampoco se podrá sostener mucho tiempo, salvo que se paralice aún más la actividad productiva), ya supera al 10%, ya que el déficit financiero se compone de 3,5% sobre el PBI por la deuda del Tesoro y 4% de déficit cuasi fiscal del BCRA, a lo que se debe agregar el 2,7% del déficit primario previsto para 2018.
Esta es la verdadera razón del incremento del riesgo país.
Lo que están viendo los inversores es lo que aparentemente no ve el FMI. La vuelta de un dólar en el límite de los 40 pesos, en el repunte más fuerte desde septiembre, se debe a que los fondos de inversión enfrentan una apuesta cada vez más corta: entran en el carrytrade asegurado a corto plazo por los préstamos del FMI y el déficit cuasi fiscal del BCRA, pero están cada vez más dispuestos a salir ante un dispositivo financiero que se hace cada vez más insostenible.
Ante esa situación, el esmero del FMI por sostener el precario equilibrio actual es la manera de cumplir con su función de resguardar el interés financiero de los prestamistas y apostar a que la continuidad política del modelo extienda esta situación en el tiempo.
Después de todo, Grecia, tras diez años de ajuste ininterrumpido en el que redujo su capacidad productiva y su nivel de vida, puede empezar a tener crecimiento y sigue siendo una fiel pagadora de sus préstamos; claro que con una ventaja que no tiene la Argentina: está atada a una moneda fuerte: el euro.
La consistencia de un modelo económico no se puede apoyar en la deuda sino en la estructura productiva, y eso es lo endeble en el planteo de Cambiemos. En la reunión del G-20 en la Argentina, el gobierno tuvo éxito en reforzar su imagen, pero muy poco en integrarse al mundo, porque en la era Trump, de la anterior apertura comercial, que nunca dejó de tener un fuerte sesgo proteccionista, se pasó a una situación en que la libertad de comercio quedó mucho más limitada, como defensa ante la persistencia de la crisis económica internacional.
En esas condiciones, la integración al mundo promovida por el macrismo en realidad es la opción por un libre comercio adaptado a la especialización alimentaria local, continuadora de la especialización agropecuaria tradicional en una economía mundial abierta que ya no funciona de esa manera.
El agro es un arma competitiva incontrastable para la Argentina, pero siempre que forme parte de un conjunto en el que la industria y sus sectores de avanzada tengan una perspectiva de desarrollo, ya que sostenerlo también con el petróleo y el gas de Vaca Muerta y con el turismo no es una salida adecuada para un país con más de 44 millones de habitantes.
El ejemplo lo ofrece Estados Unidos: el agro nacional más importante del mundo y un desarrollo petrolero creciente integrados a una industria defendida con el más crudo proteccionismo. Cualquier programa de desarrollo consistente y de salida de la crisis debe incluir todas las posibilidades de ramas primarias posibles, pero engarzadas a sistemas industriales orientados hacia reconversiones de punta tecnológica, como podría ser, por ejemplo, la industria del automóvil eléctrico y la explotación del litio con su complemento de fabricación de baterías.
En la senda de la prioridad financiera también existe futuro, pero es el porvenir de la adaptación a una realidad de estrechez productiva, deterioro social y dependencia eterna del crédito. La realidad internacional no está desprovista de ejemplos: el de Grecia es uno de ellos. Corresponde decidir entre una opción limitada para un mundo más complejo o profundizar la diversidad nacional para sostener un porvenir compatible con el de países que han alcanzado un mayor desarrollo productivo y social. Integrarse al mundo es hacerlo a esa realidad renovada que nos ofrece el nuevo siglo en medio de las acechanzas de una crisis internacional que, como la nacional, todavía está lejos de desaparecer.