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jueves, agosto 21, 2025

Los exilios y la política exterior

Habremos sido diez o doce los compatriotas que nos reunimos con Jesús Reyes Heroles, el ministro del interior mexicano, aquella fría y lejana mañana de marzo de 1977. Faltaba poco para que se cumpliera el primer aniversario del golpe de Videla y las distintas fracciones de exiliados argentinos habíamos decidido hacer un acto para denunciar la situación que atravesaba nuestro país. Y allí estábamos, unos y otros, con la intención de pedir permiso en representación del conjunto.

Reyes Heroles, que había completado su formación académica en Buenos Aires y La Plata, miró hacia la ventana de su amplia oficina, que daba al Paseo de la Reforma y, si mal no recuerdo, tosió sobre una mano antes de hablar. Por supuesto que sí, respondió. Ustedes y el resto de sus amigos pueden manifestar contra las dictaduras o sus gobiernos y hacer cuantas reuniones políticas quieran con total libertad –dijo, volvió la vista hacia nosotros y agregó: pero les sugiero que se abstengan de intervenir, como extranjeros que son, en cualquier asunto interno.

Estas pautas, en líneas generales, fueron las que guiaron el accionar del exilio argentino y también el de miles de latinoamericanos que por entonces buscaron refugio en México, en España y en otros lugares del mundo. Artistas, científicos, estudiantes y trabajadores que atravesaron un período de tiempo curiosamente cautivador para pensar, pero terrible de experimentar, como decía el profesor Edward Said.

Y la historia política argentina tiene muchos y distintos ejemplos al respecto. Alberdi, Rosas, Echeverría, Sarmiento, Marcelo Torcuato de Alvear y Juan Perón, entre otros, dependieron en su momento de la hospitalidad de otros países para resguardar sus vidas. Y para encontrar un sitio donde, según la etimología de asilo, nadie pudiera molestarlos o censurar sus ideas.

Pero Argentina, que recién en 1961 adhirió a la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados que había sido aprobada en los años cincuenta, también posee una importante trayectoria en cobijar exiliados. Fue un sinfín de contingentes que, a lo largo del siglo XX, terminó de pulir nuestra diversidad cultural. La lista puede comenzar con los desterrados por la guerra civil uruguaya y la primera guerra mundial. A estos le siguen los que emigraron por la revolución bolchevique, la guerra civil española y el nazismo. De hecho, Argentina fue uno de los países latinoamericanos que incorporó más refugiados judíos entre 1933 y 1945.

Y por último están los que escaparon durante la segunda guerra mundial, o cuando esta terminó, y los que fueron expulsados por las dictaduras de América Latina en las décadas pasadas o sufrieron los últimos conflictos que transcurrieron en África, Asia y Europa. Natalio Botana, Rafael Alberti, Manuel de Falla, Pablo Neruda, Mario Benedetti, entre ellos.

Por otra parte, es cierto que la política exterior argentina carece de un perfil totalmente estable y definido. Más aún: si se estilizan la historia y los conceptos, es dable afirmar que a lo largo del tiempo se han alternado breves períodos de autonomía relativa con otros de mayor o menor alineamiento con las potencias de turno. Pero, así y todo, es posible constatar que un puñado de valores se han mantenido de un modo constante en las etapas democráticas. La defensa de la paz, del multilateralismo, de la integración regional y, como se expuso más arriba, la protección y promoción de los derechos humanos y humanitarios. Cuatro o cinco principios que, en suma, constituyen nuestro capital simbólico y que hasta ahora, junto con la causa Malvinas, nunca pudieron ser monetizados. Es decir, intercambiados por una promesa de inversión, de un acuerdo comercial o por una efectiva negociación de la deuda pública.

¿Por qué estas reflexiones? Porque en los días que corren algunas voces han cuestionado el asilo que el gobierno concedió a Evo Morales. Es una jugada que procura un doble objetivo. Primero, distanciar al personaje de Bolivia, pidiendo su salida de Argentina justo cuando las nuevas elecciones en ese país han sido fijadas para mayo próximo y la agrupación política de Morales, el Movimiento al Socialismo (MAS), se apresta para cumplir un rol destacado en este proceso. Segundo, promover su desprestigio pretendiendo que se pase por alto que Morales fue elegido en forma democrática en tres oportunidades y que durante sus gobiernos se respetaron, sin limitaciones, las libertades públicas. Y que, a pesar a sus errores en cuanto a forzar la prolongación de los mandatos, como él mismo admitió, fue compelido a renunciar por una coalición de opositores y fuerzas represivas. En otras palabras, mejor mantenerlo lejos y, si es posible, proscripto para siempre. Pero en su afán, desconocen que buena parte de nuestra sociedad civil y política suele honrar su pasado de exilios y desexilios, y las tradiciones solidarias, a veces a cambio de nada.

Eduardo Sguiglia
Eduardo Sguiglia
Estuvo exiliado en México durante la última dictadura militar argentina y desde principios de los años ochenta vive en Buenos Aires. Estudió en la Universidad de Rosario, luego se graduó de magister en ciencias sociales (FLACSO) y ejerció la investigación y la docencia universitaria por concurso de oposición y antecedentes en la Universidad de Buenos Aires y el CONICET. Publicó cuentos y novelas -Fordlandia (1997); No te fíes de mi, si el corazón te falla (1999); Un puñado de gloria (2003); Ojos Negros (2010) y Los cuerpos y las sombras (2014), sobre la «Operación Gaviota» - que fueron traducidas al portugués, inglés, italiano y alemán y resultaron finalistas en los concursos internacionales Dublín Literary Award,1​ Grinzane Cavour y Tusquets. Fordlandia fue seleccionada una de las cuatro mejores obras de ficción por The Washington Post (2000).2​ The New York Times, por su parte, consideró que las novelas de Sguiglia remiten a las obras de Conrad o Kafka, en las que, frente a los extremos de un universo indiferente, los seres humanos tienen que ponerse de acuerdo con sus propios paisajes interiores.3​ Su última novela se titula El miedo te come el alma (Editorial Edhasa, 2017)456​. También integró jurados de narrativa en Casa de las Américas (Cuba) y en Casa del Teatro (República Dominicana),7​ y en 2016 fue elegido entre los siete creadores latinoamericanos que premiaron la Fundación Jumex y la Rockefeller Foundation.8​ Por otra parte, escribió distintos artículos y ensayos sobre la economía y la sociedad argentina. Entre otros, Agustín Tosco (1984), El Club de los Poderosos (1991), Infraestructura y Competitividad (1997) y Las ideologías del poder económico (2006). En este campo fue distinguido con dos premios nacionales (Fundación Arcor 1993, Fundación Roggio, 1998) y, por su labor en las relaciones exteriores, fue condecorado por los gobiernos de BoliviaChile y Brasil.9​ Sguiglia tuvo un papel destacado, en representación del gobierno argentino, en la resolución pacífica de los conflictos que jaquearon a Bolivia en octubre de 200310​. En la función pública se desempeñó como director nacional de organización económica (por concurso de oposición y antecedentes), presidente del ente regulador de los aeropuertos y de la comisión nacional de defensa de la competencia, subsecretario de política latinoamericana y primer embajador argentino en Angola.11​ Impulsó, entre otras iniciativas, el plan nacional forestal, el sistema nacional de calidad, la conexión vial Rosario-Victoria y las leyes de defensa de la competencia, de defensa del consumidor y de protección del medio ambiente y los recursos naturales como así también el Consenso de Buenos Aires.12

Habremos sido diez o doce los compatriotas que nos reunimos con Jesús Reyes Heroles, el ministro del interior mexicano, aquella fría y lejana mañana de marzo de 1977. Faltaba poco para que se cumpliera el primer aniversario del golpe de Videla y las distintas fracciones de exiliados argentinos habíamos decidido hacer un acto para denunciar la situación que atravesaba nuestro país. Y allí estábamos, unos y otros, con la intención de pedir permiso en representación del conjunto.

Reyes Heroles, que había completado su formación académica en Buenos Aires y La Plata, miró hacia la ventana de su amplia oficina, que daba al Paseo de la Reforma y, si mal no recuerdo, tosió sobre una mano antes de hablar. Por supuesto que sí, respondió. Ustedes y el resto de sus amigos pueden manifestar contra las dictaduras o sus gobiernos y hacer cuantas reuniones políticas quieran con total libertad –dijo, volvió la vista hacia nosotros y agregó: pero les sugiero que se abstengan de intervenir, como extranjeros que son, en cualquier asunto interno.

Estas pautas, en líneas generales, fueron las que guiaron el accionar del exilio argentino y también el de miles de latinoamericanos que por entonces buscaron refugio en México, en España y en otros lugares del mundo. Artistas, científicos, estudiantes y trabajadores que atravesaron un período de tiempo curiosamente cautivador para pensar, pero terrible de experimentar, como decía el profesor Edward Said.

Y la historia política argentina tiene muchos y distintos ejemplos al respecto. Alberdi, Rosas, Echeverría, Sarmiento, Marcelo Torcuato de Alvear y Juan Perón, entre otros, dependieron en su momento de la hospitalidad de otros países para resguardar sus vidas. Y para encontrar un sitio donde, según la etimología de asilo, nadie pudiera molestarlos o censurar sus ideas.

Pero Argentina, que recién en 1961 adhirió a la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados que había sido aprobada en los años cincuenta, también posee una importante trayectoria en cobijar exiliados. Fue un sinfín de contingentes que, a lo largo del siglo XX, terminó de pulir nuestra diversidad cultural. La lista puede comenzar con los desterrados por la guerra civil uruguaya y la primera guerra mundial. A estos le siguen los que emigraron por la revolución bolchevique, la guerra civil española y el nazismo. De hecho, Argentina fue uno de los países latinoamericanos que incorporó más refugiados judíos entre 1933 y 1945.

Y por último están los que escaparon durante la segunda guerra mundial, o cuando esta terminó, y los que fueron expulsados por las dictaduras de América Latina en las décadas pasadas o sufrieron los últimos conflictos que transcurrieron en África, Asia y Europa. Natalio Botana, Rafael Alberti, Manuel de Falla, Pablo Neruda, Mario Benedetti, entre ellos.

Por otra parte, es cierto que la política exterior argentina carece de un perfil totalmente estable y definido. Más aún: si se estilizan la historia y los conceptos, es dable afirmar que a lo largo del tiempo se han alternado breves períodos de autonomía relativa con otros de mayor o menor alineamiento con las potencias de turno. Pero, así y todo, es posible constatar que un puñado de valores se han mantenido de un modo constante en las etapas democráticas. La defensa de la paz, del multilateralismo, de la integración regional y, como se expuso más arriba, la protección y promoción de los derechos humanos y humanitarios. Cuatro o cinco principios que, en suma, constituyen nuestro capital simbólico y que hasta ahora, junto con la causa Malvinas, nunca pudieron ser monetizados. Es decir, intercambiados por una promesa de inversión, de un acuerdo comercial o por una efectiva negociación de la deuda pública.

¿Por qué estas reflexiones? Porque en los días que corren algunas voces han cuestionado el asilo que el gobierno concedió a Evo Morales. Es una jugada que procura un doble objetivo. Primero, distanciar al personaje de Bolivia, pidiendo su salida de Argentina justo cuando las nuevas elecciones en ese país han sido fijadas para mayo próximo y la agrupación política de Morales, el Movimiento al Socialismo (MAS), se apresta para cumplir un rol destacado en este proceso. Segundo, promover su desprestigio pretendiendo que se pase por alto que Morales fue elegido en forma democrática en tres oportunidades y que durante sus gobiernos se respetaron, sin limitaciones, las libertades públicas. Y que, a pesar a sus errores en cuanto a forzar la prolongación de los mandatos, como él mismo admitió, fue compelido a renunciar por una coalición de opositores y fuerzas represivas. En otras palabras, mejor mantenerlo lejos y, si es posible, proscripto para siempre. Pero en su afán, desconocen que buena parte de nuestra sociedad civil y política suele honrar su pasado de exilios y desexilios, y las tradiciones solidarias, a veces a cambio de nada.

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