Escribo estas líneas y metafóricamente estoy en condiciones de decir que siento el ruido del avance de los tractores de la protesta del campo. No dejo de sorprenderme de lo que mi amigo Rinconete llamaría “estos tiempos trepidantes”. Hace apenas una semana, el sector de los productores rurales hacia escuchar su voz por la falta de gasoil que era –según decían— inminente. Pero malos adivinos resultaron ser, toda vez que hoy están haciendo una manifestación en la Capital Federal a lomo de tractores y camionetas que no tienen empacho –y sí gasoil, por cierto— para movilizarse cientos de kilómetros y protestar en la Capital Federal.
El motivo de la protesta ni siquiera ellos lo saben. No pueden enunciarlo, siquiera. Es super divertido ver cómo los periodistas de medios hegemónicos tienen que ofrecerles un stock de respuestas cuando los entrevistan, para que no balbuceen cosas que van de lo cómico a lo inverosímil.
Ojo, yo entiendo que no todos los manifestantes tienen que saber por qué están manifestando. Muchos de ellos son en realidad peonada que conduce vehículos que son propiedad del patrón. El arriero pero versión tracción a combustible fósil, digamos. Uno de esos patrones de estancia, entrevistado por un canal de TV, dijo que no sólo venía él, sino que había enviado además ocho camionetas. Las infinitas ventajas de ser dueño de los medios de producción…
Lo cual me hizo reflexionar sobre cómo hacen sentir su voz aquellos que no cuentan con esas facilidades esenciales, tales como tener una tropilla de camionetas y tractores para hacer oír sus reclamos y mucho menos los recursos económicos para el gasoil que demanda desplazarse cientos de kilómetros.
En general, quienes no se caracterizan por ser los dueños de los medios de producción usan sistemas de protesta menos vistosos, pero igualmente visibles. Irrumpen en el espacio publico y así revelan presencia. No muy distinto a lo que está sucediendo ahora en el espacio publico de Capital Federal, invadido de tractores y camionetas.
Siempre recuerdo un texto maravilloso de Carmen Feijóo sobre los piqueteros. Hablando sobre el origen de esos movimientos, decía que el ciudadano caído del estado de bienestar, expulsado del sistema laboral, del sistema de salud y del sistema de seguridad social, se acuerda entonces de lo único de lo cual no han podido despojarlo: su condición de ciudadano. Cuando los periodistas le preguntan por qué está ocupando el espacio público, responde con sencillez pasmosa: “Porque tengo derecho”. De esa noción de tener derecho surgen las protestas ciudadanas.
Y tener derecho es un concepto que no tiene condicionantes fisiocráticos. Tienen derechos los ricos, los tractores y las camionetas y también tienen derecho los que no tienen nada –nada mas que derechos— y en muchos casos, hambre.
Me da algún nivel de espanto cuando me cruzo o escucho por los medios a los sommeliers de protestas. Como si para protestar hiciese falta tener algún derecho especial o alguna razón en particular. Cada uno de nosotros juzga sus propios motivos de protesta y también juzga los motivos de protesta que esgrimen quienes protestan.
A titulo de ejemplo, yo juzgo perfectamente válido ocupar los espacios públicos –plazas y calles— para hacer sentir mi voz en pos de la defensa de la vida de las mujeres que son víctimas de la violencia, si bien es cierto que yo no lo soy, en términos específicos.
Inaceptable y violenta me parece la condición de exigir estar de acuerdo con los motivos que cada uno pueda tener para permitir una determinada manifestación pública. Que cada uno diga lo que tiene que decir. Eso es lo correcto y lo válido en términos democráticos,
Como vivo y circulo en estas mismas calles que todos, sé que el derecho a protestar crea inconvenientes para circular. Estemos o no estemos de acuerdo con los motivos de protesta. Y tengo claro que algunas reglas mínimas tienen que cumplir quienes ejercen su derecho a protesta. A titulo de ejemplo, permitir la circulación de ambulancias, porque por sagrado que sea el derecho a manifestar, no se puede pasar por sobre el derecho a a salud o la vida de un tercero. Pero ese me parece uno de los pocos límites claros que me atrevería a imponer a quienes están ejerciendo su derecho a protesta.
Con independencia de los motivos que la fundan, la protesta altera muchos otros derechos, como el de circular libremente – derecho que también sé alterado por los peajes, aun cuando a nadie parece molestarle tanto como molestan los cortes de calles— , el derecho a trabajar e incluso el derecho al orden público. Y hablo con plena noción de lo que estoy diciendo, sigo creyendo que es mas importante ponderar por encima de todos esos derechos el derecho a la protesta, porque sin ese derecho tan básico, seria imposible la vida en sociedad.
Porque atendida o no, la protesta es un modo de descompresión válido del conflicto social. El derecho a visibilizar lo que sea que te está pasando es un derecho que nos salva a todos, colectiva e individualmente, de ser los “Mr. Cellophane” de esta sociedad. Gente invisible y que nadie mira ni toma conciencia de las necesidades e inquietudes que nos llevan a manifestar en la vía pública.
Y sé que es incómodo y hasta enojoso sentirse muchas veces rehén de las calles y de las protestas de otros; otros que no conozco y otros con los que incluso no estoy de acuerdo.
Hace muchos años leí un magnífico libro de Roberto Gargarella que se llama El derecho a la protesta: el primer derecho. Y debo señalar que, si bien no pienso como Roberto en todo, en la defensa del Derecho a la protesta estoy terriblemente de acuerdo. Gargarella considera que en materia de protesta hay grupos especialmente desfavorecidos en sus derechos.
Pienso en voz alta, por ejemplo, que quienes protestan hoy con camionetas y tractores podrían haber obtenido el mismo nivel de visibilidad mediante solicitadas en periódicos, y por un costo mucho menor que el traslado de la parafernalia que realizaron. Y sin duda ese modo de protesta hubiese provocado menos inconvenientes a quienes se vieron impedidos o demorados de transitar por las rutas y las calles. En el mismo sentido pienso que si un grupo de desempleados corta una calle, no tiene a su alcance método más idóneo y disponible de visibilizar su protesta o su reclamo.
Pero sea cual sea el método de protesta por el que los individuos optan, el juicio de valor que hagamos los demás también es ajeno por completo, Como lo es nuestro juicio de valor sobre la validez, y legitimidad de los motivos de protesta.
A título de ejemplo, uno de los motivos enunciados por un manifestante de esta protesta del sector agro-productor fue su deseo de volver al país de Alberdi. Y claramente yo podría estar muy de acuerdo, hasta que recuerdo que en las épocas de Alberdi, las mujeres como yo no tenían derecho a votar y éramos ciudadanas consideradas incapaces relativas de derecho. Y entonces me doy cuenta de que claro que quiero el país de Alberdi, pero con todos los avances en materia de derechos que vinieron después.
Todos preferiríamos un país ordenado, calles donde se pueda circular y ausencia de protestas. Pero antes que preocuparnos por los motivos de protesta y pretender juzgarlos, deberíamos preocuparnos por las causas de la desigualdad y cómo terminar con ella. Porque es feo llegar tarde al trabajo y perder el presentismo, pero más horrible aún –a mi juicio— es acostar tus hijos con hambre porque no tenés con qué darles de cenar. Y creo que en la ponderación de derechos que hacemos para juzgar las protestas y sus modos, nos olvidamos de algo trascendente que está en el articulo 16 de la Constitución inspirada por las Bases de Alberdi. Allí se dice que en la Argentina “todos sus habitantes son iguales ante la ley». Y por ello todos tienen derechos. Y ello incluye el derecho a la protesta. Sea que vengan a pie, en colectivo o montados en tractores.