El XX Congreso del Partido Comunista (PCCh) que tendrá lugar a partir del 16 de octubre significará un momento bisagra en la historia de la República Popular China (RPC). Si Xi Jinping lograse ser electo para un tercer mandato, significaría una transformación fundamental del sistema político chino que ha estado vigente desde el pos-1989. Para comprender mejor  su significancia, es necesaria una breve revisión de la naturaleza del liderazgo político de la RPC hasta el presente.

La muerte de Mao Zedong en 1976, padre de la patria y líder indiscutido del país por casi tres décadas, dejó cuestiones irresueltas en cuanto el modelo de sucesión política. Luego de una corta, pero intensa disputa de poder, emergería el nuevo gobernante Deng Xiaoping, camarada de Mao y miembro también de la Primera Generación de Líderes.

Con la intención de que nadie volviese a concentrar el poder como había hecho Mao, Deng utilizó su autoridad indisputada para formalmente repartir el poder entre un puñado de sucesores con el objetivo de que la Segunda Generación de Líderes se constituyese como un liderazgo colectivo. A su vez, en función de reforzar sus ambiciosas políticas de reforma de mercado y apertura económica, Deng elevó a dos cuadros más bien “liberales” (es decir, pro-reforma): Zhao Ziyang y Hu Yaobang.

Una vez asegurada la asunción de sus protegidos, Deng equilibró entre las facciones de jóvenes reformistas encargados de llevar adelante la apertura y los llamados Ocho Inmortales, un grupo prominente, más conservador, de líderes de la Primera Generación del Partido que mantenía un alto nivel de influencia y buscaba regular la velocidad de las transformaciones.

Los cambios acelerados que transitó la sociedad china a lo largo de los 80’s generaron fuerzas sociales que acabarían con este modelo y las perspectivas de la Segunda Generación de Líderes. De hecho, fue el funeral de Hu Yaobang en 1989 lo que desencadenó las protestas de Tiananmen, que condujeron a la caída de Zhao Ziyang.

Las protestas de Tiananmen, duramente reprimidas, y la paralela desintegración del Bloque Socialista liderado por la Unión Soviética, condujeron a una súbita reorganización de los altos cuadros del Partido. Un ya mayor Deng Xiaoping tuvo que, por segunda vez en 10 años, intentar resolver el complejo y delicado tema de la sucesión del liderazgo nacional; dando lugar a un período de transición que duró entre mediados de 1989 y principios de 1993.

De esta crisis surgió el modelo político chino vigente hasta la actualidad. A partir de este momento, el liderazgo indisputado de la RPC sería ejercido por el hombre que ostentase simultáneamente tres cargos clave, a lo largo de dos mandatos consecutivos de cinco años: Secretario General del Partido Comunista, Presidente de la República Popular, y Presidente de la Comisión Militar Central.

El primero en desempeñar esta triple función fue el carismático exalcalde de Shanghai, Jiang Zemin; miembro de la Tercera Generación de Líderes que guió al país a lo largo de la vertiginosa década de 1990. Si bien esto aseguó la sucesión de poder que Deng había estado ensayando desde la década anterior, la consolidación de Jiang (quien para 1993 había completado esta transición) supuso el fin del modelo de poder compartido que Deng había intentado estructurar durante los años ochenta.

En la temprana década del 2000, Jiang sería sucedido por Hu Jintao, un tecnócrata de bajo perfil, miembro de la Cuarta Generación de Líderes, quien fue ungido como sucesor por Deng Xiaoping antes de su muerte en 1997. Dentro del marco de la historia de la RPC, la transición fue inusual por dos motivos centrales. En primer lugar,  fue la primera sucesión no supervisada por alguno de los “padres de la patria”, de la Primera Generación de Líderes. En segundo lugar, se concretó sin  crisis alguna ni purga de miembros de la dirigencia.

El carácter más apolítico y tecnocrático que Hu mantuvo a lo largo de su gobierno parecía indicar que la cultura política de la RPC se alejaba de los liderazgos carismáticos de Mao y Deng (y de, en menor medida, Jiang) dando lugar a un sistema de gobierno colectivo, en el cual el líder fuese un primus inter paris.

La presidencia de Hu, que dio lugar a un período de estabilidad política prolongado en años de crecimiento acelerado y transformaciones internas clave,  generó también cierto vacío a medida que se acercaba a su fin. La creciente prosperidad económica había garantizado la paz, pero no había generado un nuevo marco ideológico que tomase el lugar antiguamente ocupado por el ya abandonado fervor revolucionario maoísta. Esto suponía un problema complejo para un sistema de gobierno muy consciente de que su legitimidad no podía descansar, exclusivamente, en su capacidad de brindar continuamente a su población  resultados económicos positivos.

Esta tensión se vio agudizada, en 2012, por la caída de Bo Xilai, un prominente miembro del Partido que se posicionaba como sucesor de Hu hasta que fue condenado a cadena perpetua por crímenes de corrupción.  A pesar de ello, el traspaso de mando se produjo hacia finales de ese mismo año sin grandes sobresaltos. Entre noviembre de 2012, cuando asumió como Secretario General del Partido y Presidente de la Comisión Militar Central, y marzo del 2013, cuando asumió como Presidente de la República Popular, Xi Jinping acumuló rápidamente los tres títulos que le otorgaron el liderazgo indisputado de su país sin mayores inconvenientes.

Desde sus inicios, Xi, representante de la Quinta Generación de Líderes y miembro de la llamada nobleza roja (su padre, Xi Zhongxun, fue un alto dirigente del Partido de la primera hora), buscó contrarrestar la corrosión ideológica resultante de la penetración del consumismo y el crecimiento de la desigualdad, a través del desarrollo de un discurso integrador y coherente, que lograse desarmar las subyacentes tensiones sociales. Colocó al marxismo-leninismo y al Socialismo con Características Chinas no como una ruptura sino como una continuidad de la larga y “hermosa tradición cultural china”, a fin de construir una línea histórica coherente, reforzada por un tercer pilar ideológico: el resurgimiento del nacionalismo chino.

A medida que Xi Jinping se aproximaba al fin de su primer mandato en 2017, el presidente chino se hallaba en un punto alto de su carrera al haber liderado exitosamente a su nación en medio de un contexto global cada vez menos esperanzador. Gracias a ello, en octubre de ese año, con la ocasión del XIX Congreso Nacional del Partido logró dar un giro inesperado que acarrearía consecuencias políticas e ideológicas trascendentes para el desarrollo de la RPC: una reforma de la Constitución del Partido para la inclusión del Pensamiento Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para la nueva era. Es decir, la articulación de la ideología político-económica del presidente y su proyecto nacional. Solamente las ideas de dos líderes habían sido incorporadas de esta manera: el Pensamiento Mao Zedong, en el VIII Congreso del Partido en 1945, y la Teoría Deng Xiaoping,  en el XV Congreso del Partido en 1997; unos meses después de su la muerte.

En consecuencia, la canonización del Pensamiento Xi Jinping puede definirse tanto como una elevación de las contribuciones teóricas del presidente chino, que lo colocan a este en un plano por encima de sus predecesores inmediatos (es decir, Hu Jintao y Jiang Zemin), como un reconocimiento de las particularidades fácticas del liderazgo de Xi. Las especulaciones  de cómo se traduciría este reconocimiento doctrinario al plano de la política tuvieron su respuesta en marzo de 2018 durante la sesión anual de Asamblea Popular Nacional, al ser eliminado el límite a dos mandatos presidenciales.

Gracias a ello, Xi pasó a contar con la legitimidad ideológica y los mecanismos legales para abrir un nuevo capítulo en la historia de la dirigencia política de la RPC; un capítulo que probablemente comience a ser escrito con el inicio del XX Congreso.

 

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