La negociación de la deuda y su resultado no se entienden sin comprender los cambios en la situación internacional que tuvieron lugar con la llegada del presidente Trump a la presidencia y que desembocaron en una guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Esta guerra modifica el encuadre de la articulación en la economía mundial de cada uno de ellos y también en forma particular de América Latina y particularmente del Mercosur, a partir de los cambios en la relación de Argentina con Brasil y del derrotero que pueda seguir en el futuro.
La situación internacional anterior se había modificado previamente al comienzo de los años noventa. Por un lado, la perspectiva del socialismo fue derrotada con la caída de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, quedó claro que el sistema mundial no podía subdividirse, porque la economía mundial es una sola y lo que prevalece es el sistema que la sostiene, que en el mundo contemporáneo obviamente es el del capitalismo.
China comprendió a fondo esa situación a partir de la experiencia soviética y entendió que su economía solo podría progresar integrada al sistema mundial. De ahí que a la muerte de Mao y después de una oscura y compleja lucha interna, se impuso la búsqueda de un acuerdo con Estados Unidos.
El objetivo fue crecer ofreciendo la única ventaja comparativa de que podía disponer: su mano de obra masiva y barata, que constituyó el máximo atractivo de ese momento para las grandes empresas transnacionales. Éstas, sólo ingresarían al mercado chino para producir en él a través de un desarrollo de empresas de ese país con las características de las privadas del mundo capitalista y capaces de asociarse con las grandes empresas transnacionales. Así atrajeron las inversiones y realizaron a su vez inversiones propias en un entramado de integración como única manera de captar nuevas tecnologías e innovaciones esenciales para el desarrollo productivo.
Esa situación dio lugar, a la vez, a un impulso significativo en el crecimiento mundial, a tal punto que China se convirtió por lejos en la mayor posibilidad de crecimiento del sistema y posibilitó una generalización de la segmentación de tareas de las grandes industrias. Este fenómeno, si bien se desató en el transcurso de la Primera Revolución Industrial, se intensificó después, sobre todo a través de las inversiones estadounidenses en el exterior, y encontró en la electrónica y en la paulatina digitalización de los servicios, una generalización sin la que no se comprende la lógica de la industria moderna, de la conversión de parte de los países en desarrollo en emergentes ni de la financiación que la acompaña.
El secreto consiste en que la economía china se rige por una política de desarrollo que se planifica, a diferencia de la que surge casi exclusivamente de la iniciativa privada, cuya máximas expresión es Estados Unidos.
El avance de los servicios digitales fue posibilitando, al mismo tiempo, la paulatina desaparición del trabajo obrero a la usanza de la industria tradicional, su menor importancia numérica, cualitativa y política, el ascenso de la clase media al centro de la escena laboral, la creación de formas de trabajo cada vez más inteligentes y diferenciadas y el comienzo del advenimiento de los robots, es decir la paulatina sustitución de la mecánica por la digitalización industrial o la Cuarta Revolución Industrial. Esto es: el mayor cambio tecnológico conocido y la aparición de un mundo completamente diferente al conocido.
Ante esta situación y por el diferencial de desarrollo entre China y el resto de la economía mundial, lo que aparecía a fines del siglo XX como una integración mundial unidireccional se fue convirtiendo en el siglo XXI en una rivalidad entre China y Estados Unidos, porque el diferencial de crecimiento en favor de China empezó a plantear la no lejana posibilidad de una sustitución del liderazgo internacional.
Los cambios mundiales, por lo tanto, son el resultado de la incorporación de China con sus características especiales al sistema y la amenaza más reciente para Estados Unidos de su desplazamiento como país líder, lo que se agudizó con la crisis de 2008 y en los años siguientes, y que el presidente Donald Trump se propone revertir y que, como tal, se sumó a la gran magnitud de los cambios que se enfrentan.
Para Estados Unidos el objetivo es recuperar el pleno liderazgo y para eso le resulta necesario ganar la carrera de la Cuarta Revolución Industrial con China y afirmarse como potencia rectora en el mundo, aun a costa de ensombrecer la globalización con un fuerte proteccionismo, lo que requiere también afirmar a América Latina como su patio trasero.
Éste es el aspecto en que la posición de la Argentina resulta más complicada, no así para los otros dos grandes países de la región, Brasil y México. La cuestión se centra en el derrotero de la industria. El establishment local eligió desde los inicios de la nacionalidad la especialización agropecuaria, porque una profunda división del trabajo sin fisuras aseguraba su papel de proveedor privilegiado agroalimentario de Gran Bretaña, la primera potencia global del sistema.
La acumulación conseguida entonces por esa vía fue de tal magnitud que hizo de la Argentina un país rico y potencialmente capaz de industrializarse ya a principios del siglo XX, cuando esa posibilidad no existía en ningún otro país de la región. El establishment local lo descartó, porque para asegurar su permanencia en la cúspide económica y en el poder político eligió dos alternativas que dieron lugar a las características esenciales del país en la segunda mitad del siglo XX y a su decadencia económica: renunciar a convertirse en una burguesía industrial y afirmar su dominio en la economía primaria.
Por lo tanto, bloqueó una inmigración masiva en la pampa agraria como la que llevó a cabo Estados Unidos en sus llanuras del medio oeste y que dio lugar a la mayor agricultura mundial mediante la capitalización de una burguesía agraria cuya cúspide se convirtió en industrial. En cambio, la concentración de la propiedad agraria en grandes extensiones, aunque más recientemente se relativizó, privilegió la renta sobre la ganancia y la inversión financiera de la renta en vez de la reinversión productiva intensa de la ganancia.
Para el derrotero estadounidense, esencial para el progreso económico futuro, fue primordial, a diferencia de lo ocurrido en la Argentina, que la iniciativa económica de su economía colonial inicial correspondiera a una rápida industria en la costa este y a la creación de una burguesía sobre esa base, que pronto pudo conquistar el predominio mundial y, con el avance hacia el oeste y la Guerra de Secesión contra las formas económicas más atrasadas diera lugar, ya en la segunda mitad del siglo XIX, a la economía nacional más avanzada del mundo.
Desde su ascenso a ese lugar privilegiado, Estados Unidos visualizó el papel subordinado que le asignaría al resto del continente, y por eso apoyó de distintas maneras el proyecto de la dirigencia agraria argentina, a la vez que se enfrentó tempranamente con ella, porque nunca dudó de la posibilidad económica del país y del papel que podía llegar a cumplir su clase dirigente.
La importancia del peronismo está relacionada con que a lo largo de su historia se presentó como la única fuerza política cuyo horizonte era la industrialización, por lo que Perón trató de ser un tardío Bismarck en el país, y cuando no pudo concretarlo por el bloqueo de la clase agraria dirigente, se empeñó en desarrollar una industria sustitutiva que el país pudo liderar y que siguieron Brasil y México. Finalmente en la Argentina también quedó relegada por la disputa que tenía a la industria y al poder del salario en el mercado interno como forma de capitalización. Con ese retraso respecto a Brasil y México, la Argentina tampoco puede aspirar en lo inmediato a integrarse como apéndice de la industria estadounidense, como ya lo hizo México y como se propone hacerlo Bolsonaro en Brasil.
En los últimos años vivimos el último capítulo de este enfrentamiento nacional inexistente en los otros grandes países de América Latina y llevaron a la situación actual, agravada por la pandemia universal y el cambio mayúsculo que tiene lugar en la economía mundial. Y como el saldo es un endeudamiento imposible de enfrentar, que fue renegociado exitosamente, ahora se impone acordar una política y terminar con el fraccionamiento destructivo de dos alternativas antagónicas.
Ahora, el pago de la deuda y la reconstrucción económica requieren una economía fuerte, de rápido crecimiento y capacidad exportadora, que se apoye tanto en un agro y una agroindustria en expansión. Pero con en una industria que resulte cada vez más competitiva y respaldada por la nueva tecnología que caracteriza el desenvolvimiento de la Cuarta Revolución Industrial. Además con una creciente actividad interna que resuelva el consumo cuando se ha reducido al mínimo el nivel de ocupación laboral y fomente una inversión que, al crecer, pueda ascender en su escala competitiva y aprovechar la mejor herencia que nos dejó la pasada trayectoria industrial: el desarrollo de pymes tanto para las manufacturas más cercanas al consumo como ingredientes esenciales en la carrera competitiva y en el desarrollo tecnológico.
Esta nueva formulación económica tiene su correlación política: Cristina Kirchner comprendió que tenía que ampliar la base y modificar el programa y que ella no podía ser quien apareciera como conducción, y además que había que reformular la relación con el agro, aguantarse el aumento de la deuda con los bonistas y encontrarle una solución, que sigue ahora con el desafío de encontrar un programa de crecimiento.
Todo eso en el marco de una situación internacional que ya cambió ostensiblemente y que va a modificar el curso de desarrollo de la economía mundial. La guerra comercial USA China, al reducir la globalización que conocíamos por el proteccionismo USA, se va a enfrentar con la globalización que China va a tratar de intensificar con la Ruta de la Seda y que tiene un capítulo especial en América Latina. México ya está pegado a USA y se va a pegar todavía más, y también Brasil, que con Bolsonaro va a seguir la ruta de México, integrando su industria a la de USA. Solo si Lula consiguiera volver, se recrearía el Mercosur y habría otra perspectiva.
Pero, en soledad, Argentina queda más agarrada a China y, a la vez, sonriente con el FMI y obligada a volver a elevar al agro sobre otra base y acompañada de una economía exportadora competitiva, que es el gran desafío por delante, sobre todo porque para tener éxito tiene que estar acompañado por un ascenso del mercado interno que será más lento de lo esperado pero imprescindible. Las otras grandes patas exportadoras serán el petróleo y el gas ya en marcha, y extender la pampa a los cultivos del norte y de la Patagonia e industrializarlos, más la pesca y el litio.
Hasta el fin del primer mandato de Cristina este cambio mundial no se había hecho presente. Se hizo presente en el segundo mandato, como resultado de la crisis internacional de 2008 no resuelta.
No lo supimos entender y por eso nos estancamos y nos debilitamos políticamente, pero es un cambio muy difícil de entender. Hay una guerra comercial y se desarrolla en gran parte en la integración empresaria. Por eso el capitalismo es un medio necesario para China y muy incomprendido, que va a tener que apelar a una globalización mayor contra Trump, que a su vez se va a apoyar en el proteccionismo.
Lo que no está dicho ahí, es que retroceder en la globalización para USA es reforzarse para ser la plataforma política del mercado. Hasta ahora, el mercado se imponía a través del Estado, pero como la crisis económica capitalista se profundiza, hay que saltar a la Cuarta Revolución Industrial. Pero como ahora está China, si ésta pasa a ser dominante, el Estado pasa a controlar el capital, que es la manera de manejar el capitalismo en la crisis. Como el fundamento de China está determinado por el PC, el mercado (o sea el capital consciente) no puede menos que proponerse que apoderarse del Estado y suprimirlo, como en las intenciones de los libertarios ultra liberales, del que Macri fue un adelanto y a los que internacionalmente expresa Trump.
De ahí que el conflicto que se avecina y la manera de darle respuesta general y particular pasa a ser completamente diferente a lo conocido.
Modestamente, creo que es un muy buen análisis. La semblanza por puntos y por ejes desde (bien) atrás a hoy, en este grupo que integra sólidos economistas y expertxs y experimentadxs debería llevarnos a fortalecer el debate del tema que Carlos desenrolla (y desarrolla).
Al llegar al final de su trabajo se escuchan los ruidos de la pelota al picar que creo Nos insta a tomar posiciones en la discusión pública, también como grupo La Capitana.
Vaya espacio el que abrió en domingo…
Saludos, buena semana.
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