Hay otra serie de cuestiones que también influyen en la inflación y que son comunes a la mayoría de los países de menor desarrollo, pero que en la Argentina adquieren tal característica e intensidad que lo diferencian de otros países de similar desarrollo y determinan la pronunciada fuerza y persistencia de la alta inflación: entre ellas la fuga de capitales.

La fuga de capitales contribuye a vaciar de dólares las reservas internacionales del Banco Central y a desvalorizar la moneda nacional, el peso. La desvalorización de la moneda se expresa en la suba del tipo de cambio –que adquiere así un carácter permanente, lo mismo que el alza de los precios, ya que, contra la absurda suposición de las autoridades monetarias y económicas del país, transmitida también en su momento por el presidente Macri, de que la suba del dólar no significaba necesariamente la suba del resto de los precios –como si el dólar fuera una mercancía y no una moneda-, la experiencia muestra que el alza del dólar se transmite paulatinamente a los precios a medida que va influyendo en los costos y en las expectativas de que los aumentos del dólar tendrán continuidad. Esta práctica subsiste a pesar de que ya no la pregonan porque sería ridículo, y por eso se esfuerzan en retrasar la suba del dólar aunque promuevan la suba de precios y no se inquieten en lo más mínimo por controlar los abusos.

En todos los países hay fugas de capitales. La característica de los países desarrollados es que si esas fugas responden a mayores alzas de precios, pueden ser corregidas por módicas alzas en las tasas de interés que corrigen o previenen otras alzas de precios porque el potencial productivo tiende a ser similar. En los países de menor desarrollo, esas fugas de capitales provocan ajustes que si bien no corrigen la diferencia de costos con los países desarrollados, no tienen un carácter continuo y permanente sino que aparecen más espaciadamente que en la Argentina. En cambio, en  nuestro país como las devaluaciones son constantes, las subas de precios son permanentes y cuando se encara el ajuste, también tiene un carácter continuo. Ésta es su característica distintiva, que da lugar a una inflación imparable con tendencia a intensificarse, hasta que se la limita transitoriamente con medidas excepcionales que conducen a un desbarranque de la producción.

Es obvio que el gobierno y los liberales ortodoxos no entienden el problema, además de que apuestan a una expansión financiera que promueven a cualquier costo, y con la que –directa o indirectamente- se benefician de ella. El FMI tampoco lo entiende, porque como la ortodoxia del ajuste funciona y consigue con más facilidad los objetivos buscados en los países desarrollados, y la inteligentzia del establishment de estos países no concibe otra respuesta que no sea la teoría construida en ellos –el monetarismo-, tiende a ver las realidades y teorías diferentes en gran parte como anormalidades propias de seres inferiores. Por eso aplican la misma receta monetarista a todo el mundo, aunque diferencian muy bien la política económica que les aconsejan seguir a los menos desarrollados, que es la contraria de la que siguen ellos, ya que los fuerzan a especializarse en las materias primas, en industrias vinculadas a ellas y en las que producen componentes a menores costos (por menores salarios) para industrias más complejas localizadas en los países avanzados. Claro que no es sólo falta de comprensión; también así hacen un buen negocio y, en el caso del FMI, garantiza la rentabilidad financiera en la que hay una explícita intervención del Estado, ya que estas políticas no sólo surgen para respaldar los créditos sino porque los países desarrollados la apuntalan con todo tipo de presiones. Aunque Trump no se caracteriza por prescindir del Estado, hizo saber enseguida su apoyo a Macri y a su política económica, y la caracterizó como lo mejor que le podía suceder a la Argentina.

El monetarismo privilegia la moneda en el análisis de la realidad económica hasta convertirla en un elemento decisivo y fundamental. Su máxima expresión es la curva de Phillips, de fines de los años cincuenta, que expresaba la relación entre salarios e inflación, de tal manera que las fuertes subas de precios sólo pueden reducirse con el aumento del desempleo. Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía en 1976, cuando el monetarismo se empezó a imponer en el mundo capitalista como manera de enterrar al Estado de Bienestar de la posguerra, arremetió contra la intervención del Estado, pero no del Banco Central en la oferta de dinero, para que por su intermedio pudiera reducirse la expansión monetaria y subir el desempleo como medio de bajar los salarios.

Pero ni siquiera el monetarismo se encuentra al día, ya que con el mayor avance tecnológico disminuyó el peso de los costos salariales y la curva de Phillips tampoco expresa la misma situación que cuando fue formulada, hace más de medio siglo. Hasta Martín Redrado lo reconoció el 17/12/18 en “Ámbito Financiero”, cuando dijo que la Fed había sobrestimado “los riesgos inflacionarios sin tener en cuenta los cambios estructurales en las economías más desarrolladas”, refiriéndose al avance tecnológico. Claro que la Fed subió las tasas -aunque pausó la suba después- porque lo que ve con preocupación es el aumento de la deuda y los peligros que se produzca otra crisis crediticia, como en 2008. Respecto a esto último hay que señalar que el contrapeso aludido por Redrado (el desarrollo tecnológico que baja el costo salarial) ni remotamente termina con el riesgo de que una burbuja financiera   (en el BCRA con la continua emisión de letras, que acompañan a las Letes que emite el Tesoro bajo la batuta de Dujovne), por lo que la baja del costo salarial que emplean Macri o de Bolsonaro es un recurso que hasta Trump rechaza profundizar más de lo que está en su país, ayudado por el proteccionismo que sus socios subordinados latinoamericanos no tienen permitidos.

Con la fuga de capitales que solventa el monetarismo, la Argentina se convirtió en un país que usa dos monedas o bimonetario. Esta característica denuncia el carácter permanente de la fuga de capitales. Si bien todos los países en desarrollo fugan capitales, cuando esta fuga no es permanente, el dólar tiene un  uso más limitado.

La fuga de capitales está relativizada en otros países de menor desarrollo por los ingresos de capital para inversiones productivas, ya que en la Argentina, estos ingresos son predominantemente especulativos.

Además de lo común a todos los países menos desarrollados, que son:

1) los mayores costos, visto en la primera exposición, otros factores que influyen en la inflación, siempre con diferencias específicas para la Argentina son, además de

2) la fuga de capitales, examinada en esta entrega,

3) una renta extraordinaria originada en la suba de los precios como forma no sólo de neutralizar sino también de aprovechar la inflación;

4) la renta financiera extraordinaria obtenida con la elevada tasa de interés, que a su vez influye en el alza de precios a través del alza de costos;

5) la dolarización de los precios;

6) el ajuste perpetuo financiado por el FMI -en lo que se convirtió el programa del PRO, apoyado políticamente por Estados Unidos como parte de la contención de los populismos latinoamericanos para evitar o limitar el acercamiento de estos países a China y el aumento de sus exportaciones a ese destino como forma de incrementar su propio desarrollo;

7) el sostenimiento forzado del precio del dólar o atraso cambiario, como forma de contener transitoriamente la inflación, que a la larga provoca una inflación mayor;

8) la baja del déficit fiscal primario, que tiene como contrapartida el aumento del déficit financiero, y

9) sobre todo, la forma peculiar elegida por el macrismo para integrar al país al mundo, que excluye una creciente participación de la industria, como sucede en los otros países en desarrollo y especialmente a los que aspiran en serio a convertirse en emergentes.

Cada uno de estos factores será examinado en próximas entregas, y sobre todo el último de ellos –el de la forma peculiar de integrarse al mundo-, que es lo que puede resignificar el sentido histórico del peronismo y que debe servir como un elemento decisivo para discutir si su unificación es posible o si los argumentos que se esbozan para negarlo son consistentes.