El Mercado es la entelequia que regula el contenido de la civilización actual. Ubicado entre lo humano y lo social se ha transformado en un constructo omnipresente en nuestra cotidianeidad. Y no sólo como idea sino como comportamiento.
El concepto «precio» está naturalizado de manera simple en nuestras acciones, pero es uno de los desvelos de la economía. El hombre acciona en sociedad mediante transacciones interhumanas de manera permanente como resultado de una vitalidad existencial. Los intercambios implican siempre algún «dar y recibir» que lleva a un precio implícito o explícito.
El saber popular -aquí habría que buscar la esencia de la corrupción- reconoce esa realidad cuando plantea que «todo hombre tiene su precio». El precio como condición humana sanciona la prevalencia de la economía material por sobre la moral subjetiva. Y hasta el poder cede ante el precio y sus circunstancias: en tiempos históricos, el rey-sol estableció una equivalencia entre el valor de su reino y el precio de un caballo.
La ciencia económica ortodoxa delega las potencialidades de determinación del precio en una construcción artificial y el discurso dominante impulsa la necesidad de obrar según las conveniencias del Mercado. Es el rey al cual se someten políticos, empresarios y trabajadores tanto para tomar decisiones como para justificarlas.
Sin embargo, los lingüistas afirman que el término pretium «precio» es de etimología difícil relacionada con inter-pret- en el sentido de «regateo, fijado de común acuerdo». Desde sus orígenes en las civilizaciones antiguas los términos valor y precio no se vinculan con las transacciones de compra-venta sino en el pago. Curiosamente, algo es a-preciado cuando no tiene precio.
El Estado ante el Mercado
Antropológicamente el precio emerge del tira y afloja entre el comprador y vendedor, una construcción sucesiva de tomas y dacas argumentales, de convencimientos sobre intereses y conveniencias. Es absolutamente inexacto que el Mercado fijara un precio. También lo es hoy. ¿Acaso discutimos el precio del pan con nuestro panadero? ¿O el del agua con la distribuidora? ¿O la tarifa con el taxista? La realidad indica que adaptamos el precio que fija la oferta o no concretamos el intercambio. Siempre. O casi siempre.
Hay que mirar -entonces- hacia el lado de la oferta. Y analizar cómo se forman los precios en un escenario donde la tendencia es maximizarlos. Todos los precios son políticos y hay formadores de precios, así como hay formadores de opinión.
Si todas las empresas son públicas -los estudios demuestran que son más públicas las PYME´s que las grandes corporaciones- y todos los costos son políticos -los salarios, las tarifas, los insumos- ¿cómo es que la política de control del Estado cede ante la economía del Mercado, una suerte de altar del sacrificio de la realidad?
Necesidades y valores
El ser humano porta necesidades, por eso es un sujeto económico. Pero también porta valores, por eso es un sujeto ético. La civilización occidental -a pesar de sus tendencias recesivas- es una civilización de precios, no de valores. Está basada en comportamientos oligopólicos de la oferta de mercado. Los modelos de administración política neoliberal se consolidan en el rechazo a la intervención de la política en los temas económicos. Pero los precios y su formación son definitorios para estudiar y comprender los procesos sociales y actuar en consecuencia.
La estructura socioeconómica es multidimensional y admite distinguir al menos dos componentes: el real, dado por la producción y el consumo de bienes y servicios (ente ellos, el trabajo), y el monetario, que incluye los aspectos financieros derivados de los medios de pago que -sea dinero nacional o dólar- no son sino deuda.
La productividad de una economía depende de sus componentes reales (naturaleza, trabajo, tecnología) y la distribución del producto es consecuencia de sus componentes monetarios (capital, deuda).
La economía produce por la energía y distribuye por la tasa de interés; así funciona el capitalismo.
El innombrable «precio justo»
El «precio justo» es una innombrable palabra, un vituperado concepto que contradice la racionalidad del capital y trae la moral humana a la economía. Por eso se lo oculta en el discurso. El capitalismo -que carece de ética dado que es amoral- prefiere relacionarlo con una suerte de decisión del Mercado. Si un precio se fija por el mercado, si es aceptado y pagado por el consumidor, es justo. Así de simple. El nombre de lo justo es el nombre del Mercado y sus ideólogos afirman que es el empresario quien, mediante el mecanismo de los precios, determina la relación entre el capital y el trabajo en la producción.
En Argentina, el neoliberalismo de Cambiemos ha tenido un éxito tan sustantivo como oculto: destruyó los compromisos éticos y humanos de la economía popular. Arrasó el sistema relacional de precios internos -tanto los nominales como los reales-, redujo la capacidad adquisitiva del salario, acentuó la dolarización y dejó atado el desarrollo futuro a la deuda interna y externa. Esta situación de anarquía aparente acentúa nuestras contradicciones, aleja y dificulta soluciones nacionales e inserta las decisiones macroeconómicas en el mundo globalizado.
Cómo establecer un sistema de precios justos
Una de las más importantes tareas del gobierno nacional y popular será establecer un sistema de precios relativos y justos que fomenten la ocupación y satisfagan la necesidad de emerger de la pobreza. Debe hacerlo con las restricciones propias del sistema capitalista de base financiera y tecnológica: la correlación «tasa de interés-tipo de cambio-inflación».
Mal que nos pese, en la economía actual el salario real es una deriva cuya mejora necesitará un plan económico de largo alcance y eficiente, una política racional de recursos naturales y una administración pública ordenada. Se transita en ese camino, se está haciendo, pero surgirán conflictividades de clase, dogmas fundamentalistas y complejidades externas. Enfrentarlos será la tarea más difícil para la unidad del campo popular.