Introducción
Un septosegundo en la historia de América Latina, un nanosegundo en la de Colombia. Es el espacio temporal que nos trae Jorge Pulecio en su relato reflexivo y propositivo. Menos que un instante y más que un pensamiento.
En Colombia, la mágica, se conjugan las creencias religiosas con las convicciones políticas, los dolores sociales con el poder de fuego de las armas, la lentitud natural de las sierras con la vida musical de los océanos.
Jorge nos trae esa amalgama donde emergen la lucha guerrillera de siempre en la injusticia permanente de la distribución de la tierra, el poder del narcotráfico con la mirada asesina de los paramilitares, la fe en Diosito con la dura esencia del marxismo. La música con el baile y las balas con la muerte. Esta ha sido -me atrevo a decirlo- la historia cotidiana de su pueblo. Que la velocidad de la vida sea más que la de la bala.
Por eso las traiciones constantes del poder político, por eso las muertes cotidianas de dirigentes sociales. Siempre el poder agobiando la vida y la esperanza popular.
Algo ha cambiado. La vida se levanta ante la muerte, la paz del pueblo ante la violencia de las armas oficiales, se instala el buen vivir, en su versión de sabrosura, no cómo precepto leguleyo sino como cosmovisión social y de existencia.
Me emociona que Colombia haya dado vuelta la página negra de su historia.
Viene otra difícil como posible, la magia de la vida frente al espíritu del capitalismo. Que así sea.
Recomiendo la lectura. Es en realidad un cuento breve, que bien pudo haber sido escrito por el inmortal Gabo, pero que Jorge ha decidido compartirlo como vivencia. Y que -sin su permisito- reproducimos.
Tiempo de lectura: 3 minutos.
Tiempo de reflexión: continuo.
Jorge Gil
La principal diferencia mía con Luciano Marín Arango (Iván Márquez), cuando cursábamos bachillerato en Florencia, Caquetá, era que él estudiaba para cura en el Seminario y yo para seglar en el Colegio Nacional La Salle, regentado también por religiosos. Ambos éramos acólitos (monaguillos) en las misas de monseñor José Luis Serna y vivíamos a una cuadra de distancia en el barrio Circasia. Luego de bachillerato nos distanciamos, porque él siguió en los seminarios de Garzón y Bogotá y yo me perdí estudiando Economía en la U Nacional. Nos reencontramos en Florencia, a finales de los años setenta, cuando el régimen del terror y de la corrupción de Julio César Turbay. Él ya era profesor de bachillerato y militante del Partido Comunista y yo, profesor de la U de la Amazonia y miembro del Movimiento Nacional Firmes, dirigido por el maestro Gerardo Molina pero que a su sombra cohabitaba el M-19, incluyendo a Enrique Santos Calderón.
En la Amazonia (Amazonas, Caquetá, Guainía, Guaviare, Putumayo y Vaupés, hay que recordarlo) hemos hecho parte de una generación trágica los hijos de colonos, indígenas, negros y mestizos nacidos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. En el narcotráfico se han destacado Evaristo Porras, Miki Ramírez y Leonidas Vargas, entre otros. En el conflicto armado Raúl Reyes (Luis Devia), Iván Márquez y Antonio García (Eliécer Chamorro), este último comandante actual del ELN. Por fortuna en la academia y el arte también tenemos mucho por mostrar, entre otros a Dolly Montoya (U Nacional), César Julio Valencia Copete (que fue presidente insigne de la Corte Suprema de Justicia) y Carlos Jacanamioy, para nombrar solo otros tres. Hay que reconocer que los académicos somos pocos y en general fugados de la región, por eso de la tragedia.
Cuando las negociaciones de paz en La Habana, los colombianos nos familiarizamos con la imagen del curtido exseminarista que representaba entonces a la guerrilla más antigua y temida del hemisferio occidental. Ya Iván Márquez había sido condenado por la justicia colombiana por múltiples crímenes cometidos en el marco del Conflicto Armado. De eso se trataba y se trata el Acuerdo de Paz: los guerrilleros, que cometieron crímenes como retadores no institucionales del Estado (delincuentes políticos), hacen dejación permanente de las armas y pasan a participar de la vida política dentro de la institucionalidad; se someten a la justicia transicional (JEP); confiesan plenamente la verdad y repararan a las víctimas. Todo a cambio de que el Estado se compromete a realizar, por fin, la Reforma Rural Integral, ampliar la democracia, adelantar los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) y a sustituir de forma concertada de los cultivos ilegalizados (PNIS).
Algún día, Néstor Humberto Martínez, nos contará a los colombianos cómo fue que craneó el entrampamiento mediante el cual, Iván Márquez y otros guerrilleros, se convencieron de que serían extraditados y regresaron a la guerra, violando los compromisos del Acuerdo de paz.
Parece que Márquez, según el presidente Iván Duque Márquez, murió en la dinámica de la guerra por la que él decidió optar. Si eso se confirma, se le dificultará al presidente Gustavo Petro encontrar un interlocutor válido para reencauzar el Acuerdo de Paz con las disidencias de las FARC y aún con el ELN. Ese sería un cumplido más de Duque para con el expresidente Uribe. Pero habrá futuro. Colombia no puede resignarse a la guerra eterna que le conviene a un sector de la dirigencia política colombiana, como quedó explícito en las elecciones del 19 de junio.
El 12 de septiembre de 2016, cuando los colombianos teníamos esperanzas en que concluirían con éxito las negociaciones de La Habana, entrevisté en Neiva, con Francisco Barreto, a doña Carmen Arango, la vecina del barrio Circasia y madre de Luciano Marín (Iván Márquez). Vivía en una casa en arriendo, contando con la pensión de su esposo fallecido, la que complementaba con la venta de chucherías que financiaba con préstamos del “gota-gota”.
Al finalizar la extensa entrevista le pregunté:
—Bueno, doña Carmen, ¿por qué cree que Luciano se fue para la guerrilla?
—Ah, mi hijo era muy bueno, los que me lo dañaron fueron los curas del Seminario. Él regresó de allá con esas ideas.
Doña Carmen murió poco después, como lo reseñó Las2Orillas, el 6 de julio de 2016.
La semana pasada el papa Francisco fue elocuente en Roma: “Latinoamérica todavía está en ese camino lento de lucha del sueño de San Martín y de Bolívar, que es el sueño de la unidad latinoamericana, con los valores latinoamericanos. Y por supuesto siempre fue víctima y será víctima, hasta que no se termine de liberar de imperialismos explotadores. Eso todos los países lo tienen. No quiero mencionar porque son tan obvios que todo el mundo los ve, ¿no? Y el sueño de San Martín y de Bolívar es una profecía, eh, es encuentro de todo el pueblo latinoamericano, más allá de la ideología, con la soberanía de los pueblos, y esto es lo que hay que trabajar para lograr la unidad latinoamericana en este sentido, donde cada pueblo se sienta si mismo, con identidad, y a la vez necesitado de la identidad del otro. Y no es fácil…”
En realidad, en esa entrevista para Télam, el papa Francisco pide pensar el mundo desde la periferia, pero nunca desde la guerra. Por eso también nos separamos, en la vida, con Iván Márquez.
Hemos sido una generación trágica, en la guerra y en la paz. Todo puede cambiar, es nuestra esperanza, con Gustavo Petro y Francia Márquez. La Amazonia estará en el centro de la política exterior y de la política ambiental del nuevo Plan Nacional de Desarrollo: “Colombia potencia mundial de la vida”.