La convocatoria de La Capitana a debatir  por el cambio de gobierno en Brasil y la inserción de Argentina en América del Sur en el Sindicato de Farmacia, tuvo un alcance mucho mayor del que parecía, y terminó centrándose en la crisis mundial por la intervención de Juan Tokaltian. Yo iba a intervenir desde mi casa por mis problemas de salud y mi más reciente dificultad para movilizarme, pero hubo problemas técnicos para hacerlo, además de que las dos intervenciones previas a la mía se habían extendido mucho más de lo previsto, la discusión se habría alargado demasiado, y –como participante final- me hubiera obligado a sintetizar excesivamente mis respuestas. Después de la pausa del campeonato de fútbol seguida por los festejos de fin de año, hoy 8/1/23, van por escrito, y como también se alargaron de acuerdo a lo que había proyectado, incluso me obligan a encarar el tema de la inflación, esencial para explicar la crisis, sobre todo en Argentina. Esta respuesta es una síntesis inicial, a la que seguirán otras, por cada uno de los temas involucrados.

No estoy del todo de acuerdo con la presentación de Tokaltian, aunque coincido en que la crisis mundial es muy grave. Sin embargo, mi opinión es que resulta mucho más grave de lo que se deduce de su presentación, porque es irreversible, lo que no quiere decir que no se extienda por mucho tiempo, a costa de un sufrimiento social cada vez mayor, y que llegaría mucho más lejos si desemboca en una guerra abierta, que no podrá ser menos que atómica, en cuyo caso las condiciones de persistencia de la vida en la Tierra podrían desaparecer enseguida o en poco tiempo. El principal límite para que no se produzca es que esta vez el territorio estadounidense no escapará de la guerra, ya que este país en 1945 no tuvo reparos en lanzar dos bombas atómicas sobre Japón, cuando ya estaba vencido (Hiroshima y Nagasaki). Lo hizo para advertir a la Unión Soviética (URSS) y también para que Japón, en su reconstrucción financiada por Estados Unidos, no se apartara jamás de subordinar su política internacional a la de ellos, como volvería a suceder del todo con Europa si en la incierta guerra de Ucrania, Rusia no consiguiera llegar a un acuerdo de paz que acepte resguardarla de la avanzada de la OTAN sobre su territorio, tal como lo acordado cuando se desintegró la URSS, a fines de los años noventa, y que se empezó a concretar en el Primer Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START I), firmado por Gorbachov y el presidente de Estados Unidos, George H. W. Bush, en Moscú el 31/7/1991. Es posible que el presidente, Vladimir Putin, se haya excedido al acudir a la guerra en Ucrania si la presión sobre las peores condiciones de vida no dividiera a Europa y favoreciera un arreglo con Rusia, a lo que se tendrá que sumar Estados Unidos para no quedar aislada.

Pienso que Rusia tendría que haber insistido más en llegar a un acuerdo con Europa antes de apelar a la guerra, si bien era difícil de lograr. Putin reeditó así la política de la URSS de alcanzar a contener a Estados Unidos por su potencial militar, algo decisivo de entender en el actual contexto internacional. Igual que la URSS, ahora Rusia pareciera que no podría ganar la actual guerra, porque –empujada por Estados Unidos- Ucrania tiene todo el apoyo de Occidente, aunque Putin haya vuelto a colocar a su país como gran potencia militar, recuperando un alto ritmo de crecimiento económico nacional. Esto no es suficiente, ya que, como la antigua URSS, Rusia enfrenta al sistema mundial del capitalismo, y el sistema mundial está siempre por encima de cualquier economía nacional, salvo la mayor de ellas –Estados Unidos-, aunque cada vez en menor medida en la crisis financiera, consecuencia de la crisis económica sin fin del capitalismo, y también de su nueva etapa de integración posibilitada por el ascenso de China y la industrialización de los países emergentes.

Menos aún estoy de acuerdo con Tokaltian en que hay dos Nortes: el verdadero norte es el de los países industrializados, que incluye a Estados Unidos, Europa Occidental, Canadá y Japón, que está en el centro de la crisis, y otro China y el sudeste asiático. Este último no es un bloque totalmente industrializado, que es lo esencial.  China es un país de renta media, tampoco completamente industrializado. Su PBI era en 2021 de 17,7 billones (B) de dóls frente al de 23,3 B de Estados Unidos, y la diferencia es mayor si se compara el ingreso per cápita, de 12.800 dóls en China, 20% del de Estados Unidos. La guerra comercial iniciada por el presidente Donald Trump mediante aranceles fue replicada por China, lo que elevó la inflación en Estados Unidos y redujo el crecimiento chino, y los demócratas mantuvieron los aranceles, que para algunos analistas –que en Estados Unidos son mucho más objetivos que en Argentina- las sanciones no tienen sentido porque China “ya no es un neóficto manufacturero”. Sin embargo, China tiene el PBI más alto del mundo en términos de paridad del poder adquisitivo, lo que indica que su economía es mucho más equilibrada en términos de ingresos que la de Estados Unidos. Esta descripción diferencia a China del norte conformado por los países capitalistas más avanzados, y más aún si se incluye a los países más cercanos a ella en el sudeste asiático, salvo Corea del Sur. El sur de Corea se mantuvo con ayuda estadounidense en el bloque capitalista, al contrario de Vietnam, cuyo pueblo ganó la guerra a Estados Unidos en  1975 y en 1976 se reunificó como República Socialista de Vietnam. Así que no hay ninguna similitud entre el Norte industrializado y China.

El sur es un conjunto muy diferente de países semiindustrializados, con gran presencia de materias primas, decisivas en sus exportaciones, en que se puede diferenciar a África subdesarrollada por efecto del colonialismo imperialista, salvo en parte en la República de Sudáfrica, con un PBI cercano a 400.000 M dóls, muy similar al de Argentina, pero con un PBI per cápita menor, de casi 6.600 dóls, por su mayor población, y un crecimiento anual elevado, que exportaba en 2020 casi 90.500 M dóls anuales en materias primas, e importaciones casi similares a las exportaciones, sin masivas fugas de capital.

En el sur se destaca América Latina. Allí, la Argentina, después de las guerras civiles que duraron cincuenta años y terminaron en 1870, llegó en 1895 a tener el mayor PBI del mundo y se mantuvo en un sitial privilegiado en la región hasta los años sesenta del siglo XX, donde era el país más rico, pero de allí en adelante, y sobre todo después de 1976, con la dictadura militar y las políticas de ajuste, aceleró  su retraso frente a Brasil y México por motivos estructurales: permanencia del agro como eje de la economía, seguida por su clase social dominante, la oligarquía terrateniente pampeana, la exportación fomentada de materias primas del agro y la política antiindustrial, bases de su inflación estructural, negada por los monetaristas.

En la democracia heredada de la dictadura se mantuvo la política económica tradicional, para lo que, ante todo, hay que entender el papel de la renta del suelo (1). Si bien el ingreso se divide en a) salarios, b) ganancia, c) renta por intereses del capital financiero, d) renta por el uso y la apropiación de la tierra y e) impuestos para financiar al Estado, la apropiación de la tierra por los terratenientes (o grandes propietarios) da lugar a la renta de la tierra, que constituye un límite a la ganancia, aunque también es necesaria para el capitalismo, que por eso no la destruye, sino que la adecúa a mejores condiciones para acumular, lo que depende de la relación de fuerza entre la clase terrateniente y la burguesía industrial. Si la explotación terrateniente tiene lugar mediante el trabajo de los campesinos a cambio del pago de una renta, o por la intermediación de una burguesía que paga salarios, unos y otros consumen la producción que da vida a la acumulación de capital, y tanto los terratenientes como la burguesía impiden el acceso directo de los trabajadores a la producción. De por sí, la agricultura progresa más lentamente que la industria (2). Si predominan los terratenientes, éstos se convierten en una oligarquía y si llegan a detentar el poder del Estado, como en la Argentina, se reduce el poder de los capitalistas industriales y los obliga a avenirse a esa situación, aceptando un menor desarrollo industrial como política oficial. Sin embargo, la necesidad del capitalismo de hacer más productivo el trabajo, también obliga a los terratenientes a mejorar con técnicas que aumentan el ingreso industrial, o, al dividirse las propiedades por las herencias, pierden fuerza los terratenientes, y a la larga éstos tienden a perder su autonomía y se transforman en una fracción del capital, sobre todo porque buscan alcanzar un ingreso mayor convirtiendo parte de la renta de la tierra en capital financiero colocado a interés, también propio de la Argentina, pero siempre en función de la fuerza y el potencial político de la economía agraria.

La limitación de la política económica condicionada de la democracia sólo se abrió para la agroindustria, y el peronismo es el único partido político industrializador de Argentina, pero su política no la siguió después de la dictadura todo el peronismo sino principalmente su heredero el kirchnerismo, que sostuvo la política industrial y el crecimiento desde 2003 hasta la aparición de la crisis financiera mundial, en 2008, y por eso concita el odio de la clase dominante, pero la situación actual se caracteriza porque tampoco el kirchnerismo entiende plenamente el alcance de la crisis financiera mundial y de lo que implica un capitalismo internacional más integrado, que impide la vuelta a la política centrada exclusivamente en el mercado interno.

La principal razón es que la economía mundial está en otra etapa diferente desde que China se integró al mundo y posibilitó la industrialización de la periferia capitalista. La pasada grandeza argentina es propia de fin del siglo XIX y principios del XX, en que fue la contraparte agraria de Inglaterra cuando ésta era la mayor potencia mundial por haber alcanzado la Primera Revolución Industrial. Con la Primera Guerra Mundial ( IªGM), de 1914 a1918, el privilegio inglés empezó a extinguirse y por eso también el de Argentina: casi toda Europa Occidental se industrializó y Estados Unidos, después de la Guerra Civil en que el Este industrial derrotó al sur agrícola algodonero y esclavista, se fue posicionando como la mayor potencia industrial, desplazando paulatinamente a Inglaterra.

La industrialización europea centrada en los mercados nacionales (salvo la conquista colonial), sin converger en uno regional, como sería después la Unión Europea (UE), llevó antes de la IªGM) y hasta el inicio de la Segunda (IIªGM), en 1939, a una continua lucha de cada economía nacional por no perder mercados, mediante aranceles frente a la competencia, que fue una verdadera  guerra civil considerando el conjunto de la región europea, como lo hace Ernst Nolte (3). En su inicio, esa guerra civil desembocó en la IªGM de 1914-1918, terminada con el armisticio del 11/11/1918 entre Alemania vencida y los aliados, que incluía a Estados Unidos, el país extra europeo que podía decidir el final del conflicto y unificar a Europa Occidental, pero no lo hizo sino después del desarrollo de esa guerra civil, con sus extremos en el comunismo soviético y el nazismo alemán y, en el medio la mayoría del capitalismo industrial con la democracia liberal. En lo que en el calendario actual sería el 7/11/1917 (entonces en Rusia en octubre), un año antes de la firma del armisticio, ya había triunfado la revolución rusa (por eso llamada de octubre), que debió acordar con Alemania la Paz de Brest-Litovsk (3/3/1918), con la firma de Lenin, máximo jefe de la revolución.

El análisis de Nolte muestra la absoluta combinación de la revolución bolchevique con la IªGM. Los bolcheviques tomaron el poder con la revolución rusa. Si bien ésta fue una muestra de la posible revolución europea, no podía llegar a ser más que una revolución nacional, salvo que hubiera sido acompañada desde el principio por la revolución socialista alemana de noviembre de 2018, al final de la IªGM, encabezada por Karl Liebnekcht y Rosa Luxemburgo y con centro en Berlín. En enero 1919, frente al apoyo de una parte de la prensa a un golpe militar,  se formó un comité revolucionario y Liebnekcht pidió derrocar al gobierno; Rosa Luxemburgo se opuso por considerar que la situación no estaba madura para tomar el poder. Efectivamente, la huelga y el llamado levantamiento espartaquista fue derrotado y el 15/1/1919, Liebnekcht y Rosa Luxemburgo fueron asesinados. Aunque los levantamientos obreros siguieron por un tiempo en otras partes de Alemania, la revolución estaba derrotada, por el acuerdo del Partido Socialdemócrata Alemán con la derecha, que llevó  a proclamar el 11/8 de ese año la nueva constitución de Weimar, que dio a las mujeres el derecho a voto, pero fue acompañada por el continuo acoso de la ultraderecha, hasta que los nazis tomaron el poder en 1933, 24 años después; en tanto las mujeres eran expulsadas del mercado laboral por la crisis.

Nolte muestra la continua presencia de la guerra civil europea, el aislamiento de la revolución rusa por la alianza de la derecha con la socialdemocracia alemana y la estrategia estadounidense, de quedar aparentemente al margen del conflicto para que la guerra entre sus dos mayores rivales –Alemania y la URSS- facilitara su posterior dominio. La imposibilidad de resolver los problemas económicos llevó a la crisis mundial de 1929, con el derrumbe de la bolsa de Nueva York. La crisis se extendió a casi todos los años ´30 y sólo terminó con la IIªGM de 1939-1945, confirmando que las crisis suelen ser un camino hacia la guerra. Cuando el nazismo llegó al poder en 1933 con el Partido Nacional Socialista, Alemania pretendió unificar bajo su mando mediante la invasión militar a lo que entonces era la Europa democrática y liberal y al mismo tiempo se desarrollaban movimientos de oposición autodenominados fascistas, que atraían a grandes masas populares ante la imposibilidad del liberalismo y de la izquierda de resolver la crisis y el paro.

Alemania, después de ocupar Europa Occidental, se dirigió a la URSS, quizá convencida de que –si la derrotaba- podía ofrecer un pacto a Estados Unidos y compartir el liderazgo mundial. La Paz de Brest-Litovsk le había permitido mantener fábricas de armas en territorio ruso, que la URSS aprovechó para armarse, frente a la oposición inicial trotskista que seguía creyendo que la clase obrera mundial defendería a la URSS, cuando la derrota de la revolución alemana inducida por la socialdemocracia ya había mostrado lo contrario. Las divergencias ideológicas desembocaron en la dictadura stalinista que organizó el gran esfuerzo de la guerra y llevó a la victoria de Stalingrado en 1943, que no hubiera podido tener lugar con las repúblicas socialistas desarmadas. Por eso, Stalin construyó una economía nacional poderosa afirmada en la propiedad estatal y la dictadura, pero posible de defenderse. La disputa ideológica que caracterizó a la URSS en sus primeros años, aún después de la muerte de Lenin, fue propia de los ideólogos y de una minoría de la clase obrera, que entonces en la URSS era analfabeta en su mayoría, y por su cultura predominante campesina: en síntesis, la clase obrera mundial no es uniforme, como lo era en la Europa Occidental del siglo XIX en que se extendió la Primera Revolución Industrial que sirvió de base al marxismo inicial. La intelectualidad marxista eternizó esa teoría, sin realizar muchos esfuerzos por actualizarla, sobre todo en la teoría monetaria, aunque la inflación se agravó en el siglo XX y al principio ante todo en Europa, para desembocar en la IªGM, y sin entender a fondo los cambios en este sistema y menos el nacionalismo de la periferia, que se consolidaría como resultado de la crisis mundial de 1929 y de la IIªGM.

El largo horizonte capitalista pese a la profundidad de la crisis, conlleva la búsqueda de una ampliación del mercado que no puede darse en su origen porque el capital, para afirmar la ganancia, busca contener los ingresos masivos del trabajo y aplastarlos en los períodos de crisis, y menos en ésta, que por ahora se presenta como definitiva. Las tres formas de ampliar el mercado son 1) incorporando a las economías nacionales en regiones mundiales, 2) la inversión extranjera directa (IED) y 3) la revolución tecnológica. La regionalización fue reprimida por la competencia de las economías nacionales europeas y la inflación, que llevó a la IªGM, finalizada con el armisticio insostenible de 1918, se resolvió con la IIªGM y llevó a la Comunidad Económica Europea (CEE) primero y después a la UE, inducida por Estados Unidos en un nuevo sistema mundial más integrado. La IED coloca los excedentes de capital de las  economías industrializadas en los mercados de la periferia subdesarrolladael imperialismo, primero en su versión primitiva colonial- que reprime los ingresos del trabajo mucho más que en los centros y por eso en la periferia la crisis se agudiza, agregando a la propia del sistema la del mantenimiento de la economía primaria como eje, que cuanto mayor es, más profundiza la inflación, como en la Argentina. La revolución tecnológica tiene su mayor posibilidad actual e la fusión nuclear, que posibilita la energía de ese origen, más limpia, abundante, de bajo costo, y esencial para armamento de ese tipo, aunque podría tardar decenios para poder usarse (4) .

Por eso estoy plenamente de acuerdo con Feletti, cuando dice que la integración sudamericana, iniciada con el Mercosur, es la mejor respuesta para preparar un camino más favorable al desarrollo. El Mercosur se podría agregar a las actuales tres grandes regiones: 1) el MEC de América del Norte (México, Estados Unidos y Canadá) liderado por Estados Unidos, 2) la UE y 3) China y el sudeste asiático (SEA). Japón no pudo ampliar su área por la competencia regional de China y por eso depende más que Europa de Estados Unidos, que de hecho tiene una alianza preferencial con el Reino Unido pero subordinándolo por completo a su política y dándole la posibilidad de reunir grandes fondos financieros en los offshore de capitales fugados del mundo, y así integrarlo con preferencia al conjunto mundial bajo su mando, y ahora incorporando plenamente a Japón y a la UE que ellos mismos habían creado en la posguerra, y para debilitar a la UE, con el Brexit le quitaron el Reino Unido con el Brexit y tratan de aislar a China. Los demócratas apuestan a esta salida, cuidando los tiempos para concretarla, y los republicanos son los más opuestos a cualquier forma de independencia regional del sur del continente, y dispuestos a empezar a integrar al conjunto de América, que empezó por transformar el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) en un Tratado MEC que dio algunos beneficios a México.

Como se comprenderá, el mayor obstáculo para el Mercosur, como sucede ahora con el porvenir de la UE, es el interés de EE.UU. en constituir un mercado mundial propio, y su mayor aliado para hacerlo es la derecha sudamericana, que en la actualidad parece tener su máxima expresión en la Argentina, en la coalición del PRO contra el peronismo, actualizando la guerra civil larvada desde hace casi 80 años, que iniciada en 1945 contra el peronismo, dio lugar a los cruentos golpes de Estado militares de 1955 y 1976. El objetivo de esos golpes presuntamente democráticos siempre fue el de erradicar políticamente al peronismo, ahora concentrados en los golpes de mercado en defensa de la iniciativa privada  empresaria, exclusiva, la suba de los precios y la baja del salario, ayudada por la mayoría de medios de comunicación a entero servicio de la clase social dominante que, como en el fascismo, han logrado que muchos de los más perjudicados por esa política crean en ella, después de haber casi extinguido la posibilidad del Estado de regular y contener los precios. Esta es una tendencia general del capitalismo, profundizada en la Argentina con una inflación estructural y otra inducida que lleva al núcleo empresario dominante a través de los frentes políticos pro empresarios a realizar políticas represivas que no podrían tener lugar sin ayuda de los medios.

De ahí que esta exposición deba concluir en un intervalo que incluya un análisis provisorio de la inflación, a ampliarse en  próximas notas. Para eso, hay que empezar a recordar qué es una moneda. Para salir de la vida en círculos en que se compartía una producción reducida y poco variada sin ninguna clase de propiedad y que evolucionó hacia el trueque entre los distintos círculos, en que cada humano que lo necesitaba buscaba otro producto que considerara de igual valor, todavía muy lejos de su universalización. La sociedad humana empezó a desarrollarse con la generalización del intercambio, que dio nacimiento a la propiedad privada y a la moneda, una mercancía particular, que en el mercado, sirve para ampliar el intercambio. En el mercado, los participantes no son iguales, porque tienen ingresos distintos. Con el intercambio desigual, la acumulación de moneda por una minoría se convierte en capital monetario y se invierte en producción, que encuentra su contrapartida en el consumo masivo y la inversión del capital en reponer, agrandar y aumentar los medios de producción y la contratación de trabajadores. Para comprender la inflación, hay que entender que en una economía nacional, la moneda nacional necesita un respaldo en reservas del Estado Nacional. El respaldo en un principio se buscaba en el oro, un producto de valor consistente y similar en cualquier economía, pero desde la organización del capitalismo, sólo pueden alcanzar suficiente respaldo las economías con gran comercio o industrializadas y las menos desarrolladas deben apuntalarlas con el endeudamiento en divisas (una moneda de un país industrializado con suficientes reservas),  comprándolas con una producción de menor valor. Por eso, la moneda nacional depende del tipo y variedad de la producción nacional.

La inflación es primordialmente estructural porque se origina en la producción, ya que la moneda es consecuencia de la producción. Por eso, pretender superar la inflación cambiando de moneda es una estupidez, ya que una moneda que no surje de la propia producción, hay que comprarla. Proponer la dolarización es facilitar la compra de dólares a la minoría que puede hacerlo. La política del PRO y de sus aliados, como la de toda la derecha y de los golpes militares, es permitir dolarizar, posibilitar la fuga de esos capitales, contraer deuda pública para reponerlos y obligar a la mayoría de menos recursos a pagarla, endeudando a toda la sociedad a través del Estado. La deuda se origina en la excesiva emisión para monetizar la ganancia, financiar la compra de dólares para fugarlos y pagar la devolución de la deuda privada y sus intereses, y en monetizar el pago de salarios y el gasto social. La política económica de la derecha se concentra en favorecer al capital a través del ajuste continuo, y los medios de comunicación a su servicio se encargan de convencer a la población que sólo el gasto público es responsable de la emisión (no la originada en la ganancia y en la deuda) y por eso exigen achicar el Estado.

Esto es complicado de entender, aún entre los especialistas, porque el capitalismo convirtió la ciencia social de la Economía (Adam Smith, David Ricardo y Carlos Marx, con muy distintos enfoques) en una práctica empresaria desligada de lo social y basada en un mercado dominado por una minoría no mayor al 1% de la población, apoyada teóricamente por el monetarismo y encaminada a sostener y agrandar la ganancia del capital e insistir en que la inflación se origina exclusivamente en la emisión por el gasto del Estado en educación, salud, jubilaciones y en la que requiere la suba de salarios, que es lo mismo que habilitar la emisión sólo destinada a subir las ganancias y contrapesarla con menor emisión bajando gastos sociales e ingresos laborales. Así entendida, la emisión es la base de la inflación, pero como lo que se emite es moneda, su origen es la producción, y como una parte del valor de la producción se destina a la ganancia, el monetarismo lo oculta presentándola como resultado de la emisión destinada al gasto social.

En su charlatanería, el monetarismo construye una supuesta técnica para explicar la inflación que anula su carácter social y que afecta a toda la sociedad, y entre otras cosas, distingue una presunta inflación núcleo, que no es más que la suba de precios más difícil de regular, o más apoyada por la actividad empresaria, y cuando la inflación se agudiza se convierte en una impotencia que llega a ser inexplicable, pero que no tiene nada de misterio. Y si bien la inflación es imposible de erradicar completamente en el sistema capitalista porque proviene del desequilibrio entre el capital destinado a la producción respecto a la demanda, el mayor uso del capital especulativo, que busca ganancias ficticias sin agregar valor, desemboca en subas y bajas bursátiles, y lleva a las empresas a comprar sus propias acciones en la bolsa para sostener la valorización ante las bajas, convirtiendo también en ficticio a una parte de su capital. El viceministro de derecha de AF, Gabriel Rubinstein, reconoció que el margen empresaria creció 30% en 2021 y 40% en 2022. Esa suba neta de la ganancia obliga al BCRA a emitir más, y la insistencia del capital en bajar la emisión a través del gasto público y casi eliminarlo y de una nueva legislación laboral más laxa, es para contrarrestarla con la emisión que respalda el gasto público.

De ahí también el convencimiento de que hay una inflación, cuando la suba de precios se construye día a día. Los analistas pagados por las empresas y conceptuados como especialistas, o los profesionales formados en el monetarismo de la economía al servicio del capital tratan de construir esa suba de precios fomentando las expectativas de las empresas e instándolas indirectamente o no tanto a subir los precios.   

El llamado neoliberalismo fue una reformulación del capitalismo cuando en octubre 1973 tuvo lugar la crisis del petróleo. La OPEP decidió un embargo petrolero a Occidente en respuesta del apoyo de Estados Unidos a Israel en la guerra de Yom Kipur, el día más sagrado del judaísmo, iniciada el 6/10/73, después que con la Guerra de los 6 Días de 1967, Israel aumentó su territorio, gracias a su incrementada capacidad militar. El aumento de los precios del crudo y la inflación inducida contribuyó a bajar el crecimiento económico y el empleo, que puso fin al Estado de Bienestar de la posguerra, y coincidió con la derrota de Estados Unidos en Vietnam y el Watergate (que llevó a renunciar al presidente Nixon en enero 1974), y con el ascenso de Perón a la tercera presidencia, resultado de las luchas de masas y el Cordobazo de 1969. El peronismo antes había sido proscripto, y la dictadura supuso que podría perder las elecciones (como sucede ahora con el esfuerzo de la derecha por acusar y condenar a CFK), pero el Cordobazo le permitió a Perón presentar una coalición presidida por Héctor Cámpora, que ganó las elecciones y que Perón, ya en el país, desbarató organizando otra elección con un triunfo peronista aún mayor, pero ese gobierno, caracterizado por la presencia de José Ber Gelbard como ministro de Economía y un plan económico de crecimiento heterodoxo alejado de los ajustes de la derecha, sufrió los ataques de la izquierda peronista a Gelbard y se desmoronó con la muerte de Perón, en julio 1974.

El avance social fue frenado por el Rodrigazo, plan económico ortodoxo monetarista al que debió acceder Isabelita, seguido por el golpe militar que instaló la dictadura de 1976, con expresiones similares en el Cono Sur, antecedido el 31/3/1964 por el golpe de Brasil, el 22/6/1973 en Uruguay y, sobre todo, el del 11/9/1973, que derrocó a Salvador Allende en Chile, parte del Plan Cóndor y de la doctrina de la Seguridad Nacional de Estados Unidos para retener su control ante la crisis del petróleo iniciada con la guerra de Yom Kipur. Los fundamentos de esa política económica, llamada neoliberal, los aportó Milton Friedman en la Universidad de Chicago con el monetarismo, que se aplicó primero en Chile con la dictadura de Pinochet.

Desde 1945, como resultado de la IIªGM, Estados Unidos transformó al capitalismo en un sistema mundial, que ya lo era potencialmente, porque el capital opera por encima de su nacionalidad, salvo cuando requiere apoyo para reprimir la resistencia a la suba de ganancias o para expandirse desde su origen, a través de la IED. Así, Estados Unidos se convirtió en la patria del capital mundial al someter al mundo a su dominio con su moneda nacional, el dólar, única con suficiente respaldo en oro. En los años ´70, en que se inició la crisis, el dólar ya no tenía pleno respaldo oro, y el crédito se apoyó en la expansión exagerada del capital financiero (con un paulatino aumento de la deuda) que primero pudo sostener el crecimiento en el centro, pero que en los años ´80 obligó a frenarlo con las políticas recesivas de ajuste de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, adelantadas y profundizadas en la periferia capitalista con los golpes militares, como el de 1976 en Argentina. Pero al ganar presencia el capital financiero respecto al productivo, se agrava la crisis por la contradicción fundamental del capitalismo, que para preservar la tasa de ganancia y agrandarla (porque debe pagar la deuda privada), achica la demanda del consumo masivo.

Notas: (1) Michel Augé-Laribé, “La Revolución agrícola”, introducción, UTEHA, México, 1960. (2) Ernst Nolte, “La guerra civil europea, 1917-1945”, FCE, México, 1994. (3) Hay mucha bibliografía sobre renta agraria general y en Argentina, pero hay una síntesis (aunque compleja) en Enrique Arceo, “Argentina en la periferia próspera”, Universidad de Quilmes, 2003. 4) Ver Página 12, 14/12/22.