El 5 de noviembre se celebran las elecciones en Estados Unidos. Se escogerá una fórmula presidencial, 425 bancas a la Cámara de Representantes y 33 del Senado, 11 gobernadores y decenas de alcaldes. Es útil entonces analizar el potencial impacto de esa votación en la relación entre Washington y América Latina y el Caribe.
Una primera aproximación puede ser evaluar el eje continuidad-cambio. Si Kamala Harris triunfara en las presidenciales y controlase al menos una de las cámaras, su margen de maniobra interno y externo se asemejaría al de Joe Biden, dado que los demócratas están en la actualidad al frente del ejecutivo y tienen una muy ajustada mayoría en el Senado.
Si, por el contrario, Donald Trump triunfara, y los republicanos preservaran una mayoría estrecha en la Cámara de Representantes y pasaran a dominar, así fuera de modo apretado, el Senado, entonces su margen de acción en lo doméstico y lo internacional sería significativo.
Es bueno recordar que la Corte Suprema está en manos de una clara mayoría conservadora lo que podría facilitar una agenda de cambio interno más extrema por parte de Trump.
Otra perspectiva ofrece el hecho de que las superpotencias cambian poco, o a lo sumo gradualmente, su política exterior y defensa. Varios factores inciden en esto: el éxito alcanzando para llegar a constituirse en una gran potencia; la existencia de intereses materiales y militares poderosos que difícilmente acepten ajustarse a cambios externos; la persistencia de burocracias enraizadas que no propenden por virajes substanciales y expeditivos; y las expectativas de una opinión pública que ha internalizado que el país tiene un destino manifiesto en los asuntos mundiales así la ciudadanía procure mayor atención del Estado en cuestiones como salud, empleo, inflación, y seguridad.
Adicionalmente es clave tener en cuenta que el factor fundamental de la dinámica entre Estados Unidos y Latinoamérica, bajo cualquier partido político, es el rol de los actores extra-continentales y su proyección de poder en la región. Lo fue Europa entre finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, la URSS durante toda la Guerra Fría y lo es actualmente China. Esa fue y es una constante en las relaciones interamericanas.
Otro punto para estimar tiene que ver con la llamada “gran estrategia” para la que no hay un contraste tan marcado entre demócratas y republicanos. En ambos partidos y en torno a las dos candidaturas hay dos sub-grupos.
Por un lado, lo que podríamos llamar los “primacistas” (primacists) y, por el otro, los “mesurados” (restrainers). Los primeros aún conciben una gran estrategia entendida como la total preponderancia de Estados Unidos y el rechazo pleno a la existencia de un poder de igual talla.
Los segundos la conciben en términos de moderación, con un mayor énfasis en la política interna (principalmente productiva), un menor recurso a la fuerza en el exterior y más espacio de colaboración puntual con Beijing. Harris y Trump están rodeados o influidos por ambos sub-grupos.
Si la historia reciente resultase útil, desde el 11 de septiembre de 2001, los primacistas –con sus variantes más y menos agresivas y unilateralistas–han predominado, al final del día, en administraciones demócratas y republicanas.
Es clave también comprender la agenda que caracteriza la elección y que será central en los primeros 12-18 meses del ejecutivo triunfante. Un listado sintético de asuntos con incidencia en las relaciones entre Washington y Latinoamérica: China; cambio climático y energía renovable; recursos críticos (metales, minerales y tierras raras); OTAN; guerras en Medio Oriente y Ucrania; inmigración; Comando Sur (de importancia para la región); comercio; derechos humanos y democracia; e inteligencia artificial y tecnología.
Sin duda hay matices relevantes, predisposiciones divergentes y estilos distintos entre Harris y Trump. Posiblemente, las diferencias mayores, en cuanto a promesas y propuestas, se localizan en temas como el cambio climático y la energía renovable, la OTAN, la guerra en Ucrania, los derechos humanos y la democracia, y la inmigración.
Hay más similitud (con ligeros retoques y modalidades) en torno a China, recursos críticos, Medio Oriente, comercio, Comando Sur, e inteligencia artificial y tecnología. Visto desde América Latina, habrá que interpretar bien las coincidencias y divergencias y anticipar sus retos y consecuencias para la economía y la diplomacia del área.
Si hay algo evidente en la complejidad de esta agenda es que, si primara la lógica del “cortarse solo”, del “sálvese quien pueda” y del “mejor alumno del vecindario”, el costo individual para los países del área sería creciente así cada cual proclamase que gana algo en el corto plazo y que tiene una “relación especial” con Harris o Trump.
Finalmente, la geografía y la historia son gravitantes al momento de distinguir el peso específico de Estados Unidos respecto a la región. En el evento de que haya cambios menores en la política exterior de Washington la repercusión en la región no es pareja. Recurro a una metáfora médica: esos cambios pueden generar una pulmonía grave en América Central y el Caribe; una gripe fuerte en el Arco Andino y un resfrío simple en el Cono Sur.
Un cambio trascendental sí modificaría sensiblemente las relaciones interamericanas. En todo caso, habrá que prepararse para tiempos altamente turbulentos en Estados Unidos, el mundo y la región.