Quisiera comenzar este escrito con las palabras de lo que en el año 1802, dicen que dijo, Thomas Jefferson -padre fundador de EEUU-: «Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecen en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión. Primero por la inflación y después por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo».
Para pensar, verdad?. Será cierto que toda idea, buena o mala, y todo hacer, productivo o inútil, nace en USA? Pero bueno, podemos seguir preguntándonos.
¿De quién es la moneda?
Una pregunta que aparenta tan ociosa como desafiante. Es un significante de la propiedad privada (para permitir la acumulación patrimonial)?, es una convención social (para posibilitar las transacciones y evitar la violencia mediante la cohesión social)?, es un bien social público (para que todos estén obligados a aceptarla)?, es del Estado emisor (para asumir la emisión como deuda con respaldo político)?.
Qué representa la moneda sino poder?. Poder de pago, poder de compra; poder de futuro, poder de presente; poder humano, poder divino; poder de decir, poder de callar. No es sino una manifestación simbólica de poder.
Como reflexiona Rosario Bléfari (Diario del dinero, editorial Mansalva, 2020) la moneda inunda nuestra vida “(…) aparición del dinero en medio de todas las experiencias de la amistad, de la familia, del amor, de la música, del cine y de la escritura misma, acompañando el agobio y el alivio de los trabajos y los días”. Y sí, el dinero es como el tiempo, omnipresente, siempre está. Y en ese sentido la moneda, como el tiempo, organizan.
Por eso es necesario hablar de su propiedad para entender su condición nacional.
Para la escuela austríaca de economía (mentores del neoliberalismo), el dinero es “todos los bienes”. Poseerlo es tener toda la riqueza, y ese todo es infinito. Por eso nunca se agota el deseo (humano?) de tener cada vez más moneda que nos haga cada vez más poderoso y más cercanos a la riqueza total, el poder total. Como el personaje He-Man de los Master of the Universe de los 1980.
En un sistema capitalista de propiedad privada, mi moneda es mía y la tuya, es tuya. No es nuestra. Por eso la moneda es un hecho sociopolítico, la sociedad la acepta como instrumento duro de poder específico. Es falsamente democrática sólo porque es un simulacro bajo la forma de papeles impresos, de tarjetas de plástico, de cuentas bancarias o de asientos contables. Y es nacional porque son los Estados nacionales quienes detentan la potestad de emitir. Pero, cuando la apropio, deja de ser nacional para pasar a ser mía, privada.
Lo cierto es que la moneda se relaciona directamente con los bancos: la moneda es el presupuesto existencial de los bancos. Y luego se diseñó la Arquitectura Financiera Internacional –AFI- para el control de su administración.
Quizás sin saberlo, pero en línea con Jefferson, la sabiduría popular de Jauretche (1960, revista Santo y seña) advierte los peligros “El secreto de la prosperidad o la decadencia, del desarrollo o del atraso, está en gran manera en los bancos. Las disposiciones jurídicas, las leyes de promoción, la organización de los negocios, no son más que la anatomía de la sociedad económica (…). Pero el dinero es la fisiología de una sociedad comercialista. Es la sangre que circula dentro de ella, y el precio del dinero, su abundancia o escasez, está determinado por el sistema bancario”.
De allí la importancia de la AFI y de las políticas monetarias. Y aprendimos a ver al dólar como el equivalente dinerario de la transfusión del peso nacional.
Recién desde 1881 Argentina tuvo moneda nacional. La Ley N° 1130 unificó la amonedación nacional y determinó su convertibilidad como “Argentino” oro. Esta moneda equivalía a $m/n 5 (cinco pesos moneda nacional) y casi igualaba al Soberano Inglés (99,12%). En 1885 se suspendió la convertibilidad, para retomarse en 1899, con una paridad de $1 oro igual a $m/n 2,2727 y por treinta años se mantuvo en casi la misma relación con el dólar estadounidense ($m/n 2,35 equivalían a 1 dólar estadounidense).
Desde el siglo XVIII se reconocía la necesidad operativa del ordenamiento y buen funcionamiento del sistema financiero con la creación de bancos centrales (Riksbank de Suecia en 1668, Banco de Inglaterra, fundado en 1694, Banco de Francia en 1800, de Holanda en 1814 y Banco Nacional de Austria en 1817).
Como corresponde a la dialéctica de la historia existen enfoques en disputa, diversas concepciones respecto al rol que debe cumplir una entidad bancaria central. Siempre la grieta entre lo social y lo individual, lo público y lo privado.
Por un lado, un mayor protagonismo de los bancos centrales como hacedores de política económica y adecuados con las necesidades de crecimiento y desarrollo del país, y, por otro lado, la mirada liberal u ortodoxa que prioriza la estabilidad mediante el objetivo de “sostener el valor de la moneda” controlado la circulación monetaria.
Este debate continúa hoy en Argentina y es, considero, la madre de la batalla cultural: “poner el dinero al servicio del desarrollo social equitativo o ponerlo al servicio de su acumulación financiera por el establishment”. Los distintos planteos de banco central (como su dinamitación o privatización) -en discusión en la Argentina- recogen esas miradas y marcan sustantivas diferenciaciones políticas.
En 1913 se sancionó la Ley de Reserva Federal de los Estados Unidos. Sus funciones eran el derecho de emitir billetes, ser agente financiero del Estado, custodio de reservas en efectivo de bancos comerciales, y de las reservas metálicas y en divisas del Gobierno Nacional, el redescuento a los bancos comerciales, el rol de prestamista de última instancia, compensación entre bancos y control del crédito “de conformidad a las necesidades económicas y con vistas a llevar a cabo la política monetaria adoptada por el Estado”.
En una suerte de “copiar y pegar”, Argentina se instala en la AFI como buen alumno al delegar en un Banco Central la administración de la moneda, el crédito y las cuentas públicas a una institución … mixta!! Y con mayoría privada.
Como ya manifestamos en la nota anterior, con la crisis financiera internacional de 1929 el sistema monetario y financiero del país se agotó. La Argentina, con una economía absolutamente abierta, no resistió las medidas proteccionistas de sus socios comerciales ni la drástica disminución de los flujos de capitales. Esta situación deterioró su balance de pagos por la pesada carga de remesas de beneficios de las empresas extranjeras y del servicio de la deuda pública. La crisis obligó a instaurar el control de cambios y medidas de intervención estatal que contradicen los postulados del librecambio.
En ese contexto, y debido a las repercusiones en el sistema bancario, se dieron las condiciones para la creación de un Banco Central que se hiciera cargo de centralizar el control de la política monetaria y cambiaria.
Producto de la reforma monetaria y bancaria de 1935 nace el Banco Central de la República Argentina (BCRA) como entidad mixta con participación estatal y privada. Dedicada a la emisión exclusiva de billetes y monedas y la regulación de la cantidad de crédito y dinero, así como la acumulación de las reservas internacionales, el control del sistema bancario y la función de agente financiero del Estado. Se la dota de instrumentos para ejercer el papel de “prestamista de última instancia” y la adopción de políticas anticíclicas de moderación de las fluctuaciones económicas.
A partir de allí se administra la moneda argentina con las pautas del liberalismo adaptadas a una realidad de incertidumbre de las cuentas públicas y gobiernos conservadores que reflejan los intereses de la oligarquía.
Y entonces llegó Perón con una concepción basada en el buen vivir social de la comunidad organizada!.
La Constitución Nacional 1949 reservó al Estado de manera irrenunciable e indelegable el manejo y control del sistema financiero nacional. Se prohíbe con rango constitucional que esa tarea puedan llevarla a cabo entidades mixtas o particulares, ratificando la reforma bancaria de 1946. Un banco central de capital estatal con un gobierno delegado del poder ejecutivo para evitar la colisión entre la política monetaria del BCRA y las políticas económicas del EN
A partir de 1946, la industrialización y la redistribución de ingresos se transformaron en los objetivos principales del gobierno peronista. Para lograrlo, las instituciones monetarias sufrieron importantes modificaciones, inaugurándose un nuevo sistema monetario y financiero.Con la nacionalización del Banco Central y de los depósitos, la emisión de la moneda y la regulación del crédito quedaron bajo la responsabilidad del Gobierno Nacional.
La estatización del Banco Central de la República Argentina y la nacionalización de los depósitos bancarios fueron los instrumentos necesarios para sostener el proceso de industrialización argentino, que se proponía el proyecto económico y político del peronismo, a partir de la administración del volumen y el destino de los créditos.
Perón, que comprendió quizás el proceso de financierización bastante antes que muchos economistas, se preguntaba en 1947 “¿Qué era el Banco Central? Un organismo al servicio absoluto de los intereses de la banca particular e internacional […]. En nombre de teorías extranjeras desoía los justos reclamos en favor de una mayor industrialización, que era la base de la independencia del país […]. Por eso, su nacionalización ha sido, sin lugar a dudas, la medida financiera más trascendental de estos últimos cincuenta años”. Claro como el agua clara.
Tras la ruptura unilateral de los convenios de Bretton Woods en 1971, muchos bancos centrales centraron su objetivo en estabilizar los precios, a fin de preservar la confianza en sus monedas. Otros objetivos macroeconómicos, como el nivel de empleo y el crecimiento del ingreso desaparecieron de agenda. El modelo teórico de la nueva síntesis neoclásica argumentó que la estabilidad de precios implicaba eficiencia en el uso de los recursos productivos.
La vieja trampa neoliberal: Como producto de ese enfoque el crecimiento se ha reducido, el desempleo ha aumentado, y ha habido un marcado deterioro en la distribución del ingreso.
Sin embargo la Argentina de 1973 pensó y aplicó un sistema a contracorriente de la AFI. Será motivo de una posterior entrega.
Permítaseme una digresión. La pregunta sobre si aquellos resultados socialmente negativos obedecen a fallas en el modelo macroeconómico dominante, o a que los bancos centrales han aplicado mal la regla de política que de él se deriva, es apenas, una distracción intelectual estéril para vagos y malentretenidos. Como el autor.
«El primer banco central se creó en Inglaterra durante el reinado de Guillermo de Orange a la sazón casado con la reina María, para financiar las guerras contra Francia colocando bonos de la deuda pública en 1694 por lo cual no puede decirse que siempre hubo y habrá bancos centrales».
Este es un comentario crítico sobre el título de la nota formulado por el Dr Guillermo Makin en mi Facebook particular. Guillermo, un amigo crítico, es doctor y profeso de la University of Cambridge Centre of Latin American Studies. Su camino más trillado es la geopolítica y en relación a las Islas Malvinas.
Mi respuesta ha sido que en instancias de lucha geopolítica de monedas no hay forma de prescindir de los Bancos centrales. Y menos aún en este ciclo de financierización. Desconozco si seguirá el debate.
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