Una paradoja -en su etimología- es algo que contraría el parecer común sobre cómo ocurren las cosas. Algo que parece contradictorio, del tipo popular: “la plata no hace la felicidad” en una sociedad monetizada donde el poder se aparea con la tenencia de moneda. Afirmaciones que contienen en su interior una situación irresoluble, irónica, contraria a la lógica o retadora del sentido común. Las paradojas nos desafían, son contestatarias porque engañan al sentido común que -hoy- es una construcción ideológica neoliberal de gobernanza digital para actuar sobre nuestras acciones.
En economía, las paradojas suelen ser profusamente consideradas especialmente desde la sociología industrial y la sicología económica. Hay miles de ellas y suelen usarse a fines interpretativos y didácticos. Solo referenciaremos algunas a título de ejemplo.
Una versión elaborada del dicho popular anterior es la reconocida como paradoja de Easterlin: “contrariamente a las expectativas, la felicidad a nivel nacional no aumenta en función del ingreso”. En 1974 presenta un artículo «¿Mejora el crecimiento económico la suerte humana? Alguna evidencia empírica» donde refiere al hecho de que el crecimiento de la renta por persona y, por tanto, del bienestar en términos de bienes y servicios no viene acompañado por un crecimiento del sentimiento subjetivo de satisfacción con la vida. El tema es estudiado entre las bases de la denominada “economía de la felicidad” que identifica el bienestar subjetivo revelado para, posteriormente, revisar la relación existente entre renta y felicidad.
Inciden tanto las paradojas en los comportamientos humanos que, en Argentina, una candidata presidencial de derechas propone una suerte de ministerio de la felicidad. (4-set-2023 https://animalpolitico.ar/patricia-bullrich-anuncia-la-creacion-del-ministerio-de-la-felicidad-en-un-intento-desesperado-por-recuperar-el-escenario-politico/)
La paradoja del rescate de los bancos se presenta como necesaria para evitar un colapso financiero, pero disminuyen la legitimidad de la economía de mercado en un aspecto fundamental: socializan las pérdidas después de un largo periodo de privatización de las ganancias logradas durante la bonanza económica.
Refiero otra paradoja de la realidad patagónica. Una versión de la maldición de los recursos naturales. Chile es un productor de salmón en el mundo y es una de sus principales exportaciones. Se concentra en Chiloé́, un archipiélago de poco más de 150 mil habitantes repartidos en islas. Allí, la tradición del tejido en lana ovina y la pesca artesanal se enfrentaron bruscamente a la modernidad y surgieron transformaciones territoriales claves en la inserción del país en la economía mundial. En ese proceso globalizador, la región se ha visto beneficiada por la demanda de empleo, por la mayor atención dada por un Estado ausente y por el crecimiento en las expectativas que los chilotes tienen para su desarrollo. Sin embargo, la relación con esta actividad productiva es paradójica pues, al mismo tiempo, involucra impactos muy negativos sobre el ambiente, pérdida de identidad local y una planificación orientada al monocultivo. La mercantilización, la dependencia de una sola economía y las particularidades identitarias y culturales son el marco para profundas transformaciones, pero tienen dramáticas manifestaciones a nivel local.
La paradoja del efecto cobra se aplica a demostrar que hay soluciones que empeoran el problema. En la India colonial, el gobierno británico quería disminuir la población de serpientes cobras venenosas, ofreciendo una recompensa por cada serpiente muerta. Consecuencia: la población comenzó a criar cobras para cobrar la recompensa. El gobierno advirtió lo que estaba pasando, la recompensa fue cancelada pero la población de cobras se multiplicó y generó múltiples problemas de salud y seguridad públicas, sin tener una solución efectiva del problema originario.
En realidad, las paradojas pueden ser vistas como una base de debate más que un soporte a dogmas y procedimientos sociales de decisión. Por eso resultan interesantes a nuestros fines.
Vamos a analizar dos paradojas sobre el dinero en su versión moderna, es decir como dinero-fiat, que no tiene valor en sí mismo ni valor de uso. Su valor es por su estatus de moneda nacional de curso legal aceptada por la sociedad como unidad de cuenta y como medio de cambio.
La ortodoxia afirma que las finanzas y el dinero-signo no crean riqueza, sino realidades confusas. Y sin embargo son las finanzas, el hecho de pagar como clausura, las que pueden controlar la historia posmoderna, distribuir el poder y generar crisis que termina pagando el pueblo en su conjunto. Desde la heterodoxia se impulsa que ningún economista puede olvidar que una sociedad está fundada sobre la gestión de la violencia y sobre su eliminación mediante la instauración de chivos expiatorios. Y la moneda-fiat es uno de esos chivos expiatorios necesario para la cohesión social (que exige cierta dosis de fe social en la moneda).
La monetización de la vida cotidiana se nos ha naturalizado de forma tal que -me animaría a decir que antes de ser portadores de necesidades y valores- todos somos portadores de moneda sea en su forma plástica (lo cual identifica nuestra individualidad con algún banco), sea en papel (cada vez menos) o en monedas (casi inexistentes). Hoy día, el estar bancarizado es la forma micro de la dependencia y la alienación. (Según el BCRA, la penetración de cuentas bancarias alcanzó el 91% de la población adulta en diciembre de 2020, lo cual equivale a que más de 31 millones de personas poseían al menos una cuenta de este tipo).
El científico y epistemólogo argentino Mario Bunge es autor de una definición fuerte “quien no entiende al peronismo no entiende el país” (La Nación, 21 de marzo 2010). Asimismo, afirma que la asepsia intelectual no implica desconocer los populismos y defiende la tesis de que el neoliberalismo es un timo, una seudociencia que lleva a la pobreza de los pueblos y favorece la concentración del poder.
Lo que nos interesa en esta nota es que Bunge considera a las finanzas como una máscara del poder real. Como sostienen los clásicos, un velo que disimula la realidad. La moneda como ocultamiento. Y refiere una paradoja -cuyo origen es bastante anterior- pero que recupera para clarificar el tema deuda-moneda como parte del simulacro posmoderno.
“En un pueblo turístico de Europa, llega de pronto un alemán muy rico al único hotel del lugar. Como le interesa el lugar, deja como garantía en el mostrador un billete de cien euros y le dice al dueño: Me gusta mucho el lugar y quiero estudiar la posibilidad de pasar una semana acá. ¿Me permite mirar las habitaciones?
Sí, suba. Las habitaciones están todas abiertas, le responde el dueño del hotel, que sale corriendo y le lleva el billete de cien euros al carnicero para saldar una deuda.
El carnicero sale corriendo con el billete para pagarle al proveedor de alimentos para sus cerdos.
A su vez, el proveedor de alimentos para cerdos va corriendo con ese billete y le paga a la prostituta una deuda por sus servicios.
La prostituta toma el mismo billete de cien euros y lo deja en el mostrador del hotel para pagar la deuda que tiene por haber alquilado las habitaciones.
Entonces, al cabo de un rato, baja el turista alemán y le dice al dueño del hotel que no le gusta ninguna de sus habitaciones, toma el billete y se va.
Han transcurrido nada más que unos minutos, nadie hizo nada, nadie produjo nada, pero todo el mundo está feliz porque todas las deudas han sido saldadas. En esto consisten las finanzas. Detrás de esas grandes manipulaciones no hay nada. Es monstruoso”.
Obviamente, aquí el dinero hizo la felicidad. El poder de hacer homogéneas las relaciones sociales las tiene el dueño del dinero. Cualquiera pudo haber sido, incluso el Estado.
La paradoja se alinea con la concepción de que el dinero no incide sobre la realidad real: el uso de las habitaciones, la producción de cerdos, los servicios sexuales. Pero obvia que la funcionalidad del dinero es posterior a la existencia de deudas y créditos que se derivan de esa realidad. Día a día transitamos la vida como deudores y acreedores y vamos ejerciendo acciones y tomando decisiones que van generando transacciones humanas que se monetizan siempre y en algún momento. Cuando prendo la luz para satisfacer mi necesidad de ver, se inicia un proceso de monetización de la electricidad que nos llegará en algún momento bajo la forma de precio y a través de una cuenta o factura. Lo mismo con nuestro sueldo que se devenga día a día. Sin intervalos, instante a instante producimos y consumimos, diría un matemático de funciones continuas.
Dado que la vida es una acción humana binaria, una constante de dar y recibir, derechos y obligaciones, sumas y restas, la moneda instala un método de medición y de transacciones.
El mentor del neoliberalismo Milton Friedman (es autor de la Paradoja del dinero, Grijalbo, Madrid, 1992) ha popularizado la paradoja de la lluvia de dinero: los efectos que tendría sobre una comunidad el hecho de que un helicóptero arroje billetes de dinero sobre la ciudadanía (suponiendo que el dinero cayese perfectamente repartido). ¿Qué efecto tendría? ¿Realmente serían los ciudadanos más ricos? ¿Se elevaría el nivel de vida en esta comunidad?
Dice Friedman al respecto:
“Es fácil ver cuál será el resultado final. La gente no conseguirá gastar más de lo que recibe, sólo se conseguirá con esto una subida de los precios. Los nuevos billetes no alteran las condiciones básicas de la comunidad. No crean ninguna capacidad productiva adicional”.
Efectivamente. La gente empezaría a gastar felizmente el dinero caído del cielo, pero no por ello habría en la comunidad ni más materias primas, ni más infraestructuras, ni más capacidad productiva, ni más bienes, ni más servicios. Serían exactamente los mismos que el día anterior a la llegada del helicóptero.
Puesto que la comunidad dispondría de más billetes, el único efecto sería un aumento del número de billetes por unidad de riqueza: subirían los precios. Conclusión: el helicóptero sólo traería inflación, no riqueza. La metáfora se ha hecho popular, y a los economistas partidarios de la expansión monetaria a menudo se les caricaturiza en los medios de comunicación pilotando un helicóptero.
Se la reconoce como la ley de la física monetaria, que no es otra cosa más que la clásica “teoría cuantitativa del dinero” que afirma que la expansión de la oferta de dinero por encima de la oferta de nuevos bienes y servicios acabará irremediablemente en inflación.
La simpleza de la metáfora consolida el sentido común popular: “la emisión monetaria hace que inevitablemente los precios aumenten”. Y los Estados nacionales, que tienen el poder de emisión, emiten deuda (la moneda es deuda con respaldo político) porque son ineficientes y deficitarios y gastan más de lo que recaudan, principalmente en ayudas sociales. Ese es el discurso prevalente tan arbitrario como tendencioso.
Ahora bien, la producción de bienes y servicios es una dependiente de la inversión real productiva y la inversión necesita del ahorro financiero y de las expectativas. La inversión es optimista y proactiva; el ahorro es pesimista y reactivo.
Si parte la lluvia de dólares se ahorra para financiar una inversión productiva la tendencia inflacionaria desaparece y aumenta la producción. ¿Porque no sucede en Argentina (aunque me animaría a decir que en el mundo)? Porque la deuda pública externa e interna exige que el Estado se apropie de esa emisión monetaria y la sustituya por títulos y papeles que generan intereses. Aquí se ve con claridad cómo funciona la trampa de la deuda y como la deuda pública es un tipo financiero de gobernanza política que pone en riesgo la democracia popular y limita la posibilidad de desarrollo de los países. El contexto de financierización impulsa que la inversión especulativa desplace a la productiva.
Tanto la paradoja de Bunge sobre la circulación monetaria como la de Friedman sobre el helicóptero del dinero ignoran que la esencia de la moneda es política y se relaciona con el ejercicio social del poder de los Estados nacionales. En una sociedad mercantil, la moneda es el principio de la cohesión social porque permite las transacciones, la medición del valor y la clausura del pago. Cuando esa sociedad se financiariza -como en la actualidad- la moneda inunda nuestros universos y pasa a ser el instrumento de acumulación de poder. Claro que esta realidad exige un proceso analítico, interpretativo y científico que excede el contenido ideológico de las paradojas neoliberales.