En junio de 2018 Joseph McKay y Christopher David La Roche se preguntaban, en un texto de la International Studies Quarterly, por qué no había en los estudios internacionales una teoría sobre la Internacional Reaccionaria (IR).

En diciembre de ese año, en una entrevista para la revista Crisis, destaqué la existencia y la expansión, más allá de Estados Unidos y Europa, de la IR que, además, está en vías de enraizamiento en América del Sur. En 2019, Pablo de Orellana y Nicholas Michelsen publicaron, en la Review of International Studies, una trabajo sobre la Internacional Reaccionaria y la filosofía de la nueva derecha que la sustenta. Es ineludible entonces aproximarse y entender el fenómeno de la IR.

Asumiendo las diferencias nacionales y procurando encontrar puntos de contacto entre las diversas expresiones de extrema derecha, hay un conjunto de rasgos que permiten distinguir la presencia y propagación de la Internacional Reaccionaria.

Así como en el pasado sobresalieron la Internacional Comunista, la Internacional Socialista y la Internacional Demócrata Cristiana, hoy sobresale la IR. Si el eje central de aquellas internacionales estuvo en Europa continental, la Internacional Reaccionaria tiene expresiones más emblemáticas en el mundo anglosajón y se despliega, básicamente, en Occidente. Las “periferias” de ese Occidente, entre ellas Europa oriental y América Latina, asimilan a sus realidades el ethos reaccionario.

Dos dinámicas complementarias reflejan la actitud reaccionaria hacia los cambios (mundiales e internos) de largo plazo. Primera, una mirada frente a la historia, la política, la moral y la cultura en clave de pérdida, de desengaño y de frustración. Prevalece la glorificación de un pasado presunto mejor, ordenado y seguro. Subyacen la nostalgia y la superioridad moral, por eso la alternativa propuesta es recrear el pasado. La segunda dinámica es la selección de alguien para culpar por los males actuales.

Por ejemplo, el progresismo, es considerado destructivo por su acento en el multiculturalismo, la diversidad identitaria y lo cosmopolita, entre otras.

Asimismo se condena al comunismo (hoy inexistente) y al reformismo (muy debilitado) y se los presenta como anatemas que deben ser neutralizados o eliminados. Las herencias revolucionarias-la burguesa y la proletaria–son impugnadas por haber instaurado derechos de distinto tipo que apuestan a revertir porque, suponen, aportan a la decadencia de las sociedades.

Ese conjunto ideas y valores resulta atractivo para personas ligadas a partidos conservadores, fuerzas religiosas, movimientos nativistas, sectores radicalizados, partisanos libertarios y grupos anti-científicos. Y encuentra eco en individuos, familias y grupos para quienes las promesas de más justicia, equidad y dignidad han sido reiteradamente incumplidas; en especial, en la Posguerra Fría.

A diferencia del liberalismo y del marxismo, que a pesar de sus claras distancias políticas, han tenido una visión promisoria del futuro, los reaccionarios buscan restablecer una Arcadia romantizada.

Llamativamente han sido los liberales en algunas latitudes los que han optado por mantener el statu quo a cualquier precio, a pesar de que haciéndolo están facilitando el triunfo electoral de partidos de extrema derecha. Una extrema derecha que, retomando a Gramsci, ha ido construyendo un “sentido común” que, aunque parezca emancipador, contiene elementos que llevan a formas excluyentes y violentas.

El Internacionalismo Reaccionario podría adoptar al menos dos líneas de acción en los asuntos mundiales. Una variante “correctora” del IR procuraría preservar algunos aspectos e instituciones del orden liberal con el propósito de “defender” a Occidente ante lo que se concibe como el acecho del Sur en general y de China en particular.

Se trataría, entre otras, de frenar las reformas que pudieran ampliar la participación y decisión del Sur Global en foros multilaterales. Antes que potenciar acuerdos colectivos para afrontar retos globales, se reivindicaría la soberanía a ultranza.

No es descartable un regionalismo retrógrado: en vez de coexistir con un cambiante proceso de globalización, el Norte desarrollado sería una trinchera de protección. En el Sur menos desarrollado se irían consolidando gobiernos extremistas que no cuestionarían la asimetría de poder mundial, aunque exhibirían un nacionalismo exacerbado en sus vecindarios.

La segunda variante tendría un doble carácter “revisionista” y “restaurador”. Los principales poderes de Occidente apuntarían a una suerte de “The West First” o “Make the West Great Again” ante el avance pujante de Oriente y, en especial, de Beijing. Las reglas y principios del orden liberal serían horadados por los propios poderosos.

La ONU y el multilateralismo serían reliquias. El uso de la fuerza se acentuaría, mientras que el deterioro de la democracia sería difícil de corregir. El Sur Global no sería un espacio ajeno a la conflictividad. En resumen, se pretendería retornar a un statu quo ante mítico de predominio de Occidente.

El avance de la Internacional Reaccionaria es una realidad y las alianzas políticas que se vienen forjando transnacionalmente entre actores y fuerzas distintas continúan creciendo en medio de sociedades fracturadas y descontentas y de Estados extenuados y frágiles. Es hora de comprender mejor cómo se manifiesta la IR en la Argentina.

 

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