El desarrollo del capitalismo es cíclico, por la simple razón de que la concurrencia privada sin planificación provoca una secuencia irregular en la magnitud de la inversión. Generalmente, después de un arranque con una alta inversión, como la capacidad de consumo crece menos que la magnitud de la acumulación, la menor demanda masiva termina dificultando las ventas y provocando una sobreacumulación que lleva a reducir cada vez más la inversión y la producción. De este modo, el distinto crecimiento de la acumulación respecto al consumo y la competencia transforman el alza impetuosa del principio en un crecimiento más moderado o incluso en una baja de producción, agravada porque también los ingresos bajan o dejan de crecer por la reducción de los salarios y el mayor desempleo.

El tránsito hacia una menor ganancia y menos inversión y producción no es uniforme. Hay capitalistas que lo pueden afrontar y otros que desaparecen provocando una concentración del capital. También hay que distinguir entre ciclos cortos y ciclos largos, tanto en la fase de alza como en la de baja y los ciclos largos, que tienen una duración no menor de veinte a treinta años, pueden ser mucho más extensos porque están influidos por una multiplicidad de factores.

El ciclo largo contiene los ciclos cortos, y se caracterizan por una misma lógica. En el ciclo largo alcista, se destacan las fases cortas de crecimiento. Al contrario, en el ciclo largo de baja, predominan los ciclos cortos con más fuerza en sus fases de baja. El ciclo largo opera en una mayor extensión de tiempo porque la baja de largo plazo no es reversible más que por un profundo cambio tecnológico que no todas las empresas pueden afrontar, lo que provoca una mayor concentración y una mayor selección por productividad. En un período más extenso, el proceso de producción se internacionaliza y se modifica la estructura del empleo y de los ingresos. En la fase expansiva del ciclo largo, el aumento de la producción se concentra en grandes empresas, disminuye la proporción de empresarios independientes y aumenta la proletarización de la fuerza de trabajo en su forma asalariada y la productividad del trabajo. En la fase recesiva del ciclo largo, como la que estamos viviendo, predominan las fases cortas recesivas, con creciente endeudamiento, acumulación financiera, mayor desempleo y salarios en retroceso.

La lógica de las fases de alza y baja de los ciclos del capital es similar en los ciclos cortos que en los largos, pero se diferencian sustancialmente por la extensión y el papel de la tecnología. La crisis sobreviene por sobreproducción, que es más fuerte en las fases recesivas  de los ciclos de acumulación y producción de largo plazo. En el sistema mundial la primera fase larga recesiva tuvo lugar de 1870 a 1890 para señalar grandes fechas fáciles de retener. Allí empezó un nuevo ciclo largo que contuvo una fase larga ascendente de 1890 a 1914, interrumpida por la Primera Guerra Mundial, y una fase larga descendente de 1914 a 1940.

En 1940 empezó un nuevo ciclo con una fase larga ascendente, en un primer momento centrada en Estados Unidos que se rearmaba para entrar en la Segunda Guerra Mundial, amparada porque no ingresó en la misma hasta 1941, y después porque la guerra no tuvo lugar en su territorio, que fueron sus grandes ventajas y por lo que hasta 1945, fin de la guerra, estuvo protegida por la destrucción europea y de Japón. En 1945, esa fase larga ascendente se fortaleció hasta que cambió de signo a mediados de los años 70, y fue seguida por una mayor automatización de los procesos productivos promovidos por el armamentismo y la electrónica, la industria nuclear y el equipamiento energético, que operaron desde el inicio de la fase ascendente de largo plazo, inducida por la competencia armamentística entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero en los setenta y especialmente en su segunda mitad se inició la fase larga recesiva de la que no hemos salido, que pareció revertirse en los años noventa y en los primeros años del siglo XXI por la caída de la Unión Soviética, la incorporación de Europa del Este al capitalismo, el crecimiento de China y su ingreso a la economía mundial, contrarrestado por una creciente acumulación financiera que dio lugar a la crisis de 2008, cuyas consecuencias se mantienen, acrecentadas por la pandemia.

Precisamente, el predominio de la acumulación financiera marca la declinación de la acumulación productiva que da lugar a la inversión y al crecimiento. De esa manera, la acumulación financiera que no se convierte en inversión productiva origina un aumento de los activos líquidos, que en gran parte se transforman en créditos y dan lugar a un aumento de la deuda. Pero como la deuda crece en medio de una producción de bajo crecimiento, aumentan las dificultades de pago y las necesidades de refinanciación, que impulsa aún más el predominio financiero, a costa de un riesgo creciente siempre al borde de la crisis. En definitiva, el predominio financiero es propio de la fase larga recesiva.

Al principio de la presente fase larga recesiva, en la segunda mitad de los setenta, se consolidó la baja de la tasa de ganancia y, consecuentemente, de la inversión, lo que se tradujo en un menor crecimiento, acompañado de un aumento generalizado de la inflación, en principio por el aumento de los precios del petróleo (1973) decidido por la OPEP y apoyado por el desarrollo de la industria petroquímica y en mucha menor medida por la suba de las otras materias primas, en este caso como refugio de inversores ante la inflación. El petróleo es un  caso particular, muy concentrado en la OPEP y en Rusia, porque tiene más independencia del ciclo que las otras materias primas, aunque también termina siguiendo el curso de los ciclos. Por su parte, la inflación no pudo ser frenada por las políticas keynesianas, lo que provocó su decadencia y derivó en la generalización de los ajustes deflacionistas.

A esta altura pueden haber quedado claras tres cosas: 1) El sistema capitalista no se viene abajo por sí mismo, y aunque en el siglo transcurrido desde la revolución rusa tuvieron lugar la revolución china y la cubana y la profundización de la revolución anticolonial vietnamita hasta que en 1975 logró ganar la guerra al intervencionismo estadounidense, de ellas no se derivó la caída del capitalismo, lo que se explica porque, contrariamente a lo que creía el comunismo y todavía sigue sosteniendo el trotskismo, el movimiento obrero no está destinado fatalmente a enterrarlo, y eso no depende solo del carácter, la conducta o la fidelidad a la ideología de sus dirigentes, sino que no hay leyes históricas irrevocables sobre el comportamiento de la sociedad, a lo que se agrega el espontáneo comportamiento reformista del movimiento obrero en Europa y su relativa pasividad en Estados Unidos en la posguerra. 2) Por ese motivo, el capitalismo hasta ahora siempre pudo encontrar una salida, que generalmente se produce a través de la intervención del Estado. 3) El cambio más profundo en la crisis es cuando el Estado adopta la planificación y se crea una forma de capitalismo de Estado capaz de neutralizar la crisis, como podría ser el particular capitalismo que impuso del Partido Comunista Chino (PCCh) o el vietnamita. 4) Así como el capitalismo siempre pudo encontrar una salida, también puede haber revoluciones sociales de distinto contenido, pero el capitalismo no cambia por experiencias nacionales porque es un sistema mundial, y solo una experiencia nacional lo puede modificar cuando es capaz de influir profundamente en el sistema mundial, como está sucediendo actualmente con China.

Sin embargo, el capitalismo está condenado a cambiar y sigue cambiando aun en medio de la crisis. Aunque una gran parte de la acumulación financiera se vuelve muy fuerte en la recesión y se concentra en la especulación, también forma capital líquido que en algún momento puede volver a aplicarse a la producción. Un ejemplo son los activos financieros aplicados al crecimiento de la tecnología, un tipo de capital de los que más crecen en las economías muy desarrolladas, aunque en gran parte se destinan más a los servicios y a las mismas finanzas que a la industria productiva de última generación. Precisamente cuando se apliquen sobre todo a las industrias propias de la Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0, la transformación tecnológica será precursora de una nueva fase expansiva y aún de un nuevo tipo de capitalismo, que se caracterizará por el paso en gran escala de la industria mecánica a la industria digitalizada. Esta tendencia viene acompañada por una ola intensificada de transformaciones en la tecnología y en su investigación, clara señal de que se espera una futura reactivación centrada en las nuevas tecnologías.

Habría que agregar que como el empleo de mayor tecnología va a incrementar la producción y la productividad, y el destino de la producción es el consumo, de alguna manera el capitalismo tendrá que preparar un futuro en que el consumo necesariamente deberá aumentar, dando lugar a un mayor ingreso. Después de todo, ese ha sido el resultado de la evolución del capitalismo, aunque en el presente, todavía dentro de una fase larga predominantemente recesiva que ya lleva cerca de medio siglo, estamos en medio de un retroceso indiscutible en las condiciones de vida, una creciente distribución regresiva del ingreso y hasta un aumento de la pobreza.

Claro que el cambio tecnológico preparado por el capitalismo, aún en sus períodos recesivos, no va a reinstalar el mismo capitalismo sino que éste puede llegar a cambiar hasta tal punto que conduzca a un tránsito a otro tipo de sistema mundial. Así como el feudalismo se fue disgregando a lo largo de tres siglos y condujo a través del capital comercial al capitalismo industrial, el capitalismo actual, marcado por la financierización propia de su crisis, es inevitable que conduzca a una transición a otro sistema. Hasta ahora se imaginó una secuencia que no necesariamente tendrá que ser la que nos depare el futuro, porque ninguna sociedad humana pudo adivinar a qué conducía su desarrollo, transformado siempre en decadencia cuando su capacidad de progreso se agotaba. No todos los países entraron en el capitalismo al mismo tiempo, pero el capitalismo se ha transformado en un sistema mundial y es indudable que su transformación tendrá lugar dentro del sistema mundial y como parte del mismo.

En los países de capitalismo periférico, la falta de una revolución industrial no condujo a la sustitución de las manufacturas primitivas y los talleres propios del auge del capital comercial a la generalización de la industria moderna, sino que el dominio del capital comercial al final del período colonial que culminó con la independencia de la mayoría de las naciones latinoamericanas las terminó integrando a la economía industrial extranjera como proveedoras de materias primas agropecuarias, mineras o petroleras.

En la Argentina, los saladeros de la época de Rosas, que exportaban tasajo para las posesiones esclavistas de Brasil y el Caribe pasaron a ser los frigoríficos para la exportación de carne a Gran Bretaña y la producción ganadera que le servía de base se conformó en latifundios que retuvieron el poder político en asociación con el capital extranjero.

No hubo un paso al capitalismo industrial desarrollado sino al capitalismo periférico, donde el proceso de acumulación fue muy grande, pero al estar la inversión y el poder político centrados en el agro, hubo un fuerte crecimiento mientras fue posible desarrollar una división del trabajo internacional que relegó del lugar de avanzada a la producción industrial nacional. El resultado fue un capitalismo con centro productivo en el agro con bajo crecimiento industrial de largo plazo, que llevó a la economía nacional a un retroceso paulatino a medida que se generalizaba la industrialización propia del capitalismo moderno en el mundo. La acumulación y el crecimiento iniciales perdieron importancia y el excedente se dirigió tempranamente a las finanzas y el desarrollo inmobiliario, particularmente en la ciudad de Buenos Aires.

Fue distinta la suerte de los capitalismos periféricos en los que pudo crecer la industria sin impedimentos políticos, como en Brasil o México, porque a pesar de no contar con la ventaja inicial de la gran acumulación proveniente del carácter local de gran proveedor del país líder de la Revolución Industrial que  tuvo la Argentina, sobre la base de una economía también sustentada en la producción primaria, pudieron desarrollar con menos obstáculos la industria sustitutiva, aunque -de la misma manera- el crecimiento y la acumulación son menores en ellos que en los países desarrollados y las consecuencias de las crisis comparativamente mucho mayores.

Desde los años noventa, por la expansión y profundización del capitalismo, su transformación en un sistema global, su integración cada vez mayor y la presencia diferencial de China, parte del capitalismo periférico pudo convertirse en emergente e industrializarse aún más, un camino difícil de recorrer o directamente vedado para la periferia en que la burguesía es predominantemente agraria o financiera y no industrial, como en la Argentina, y por eso el resultado es su decadencia.

¿Es posible la salida de la crisis en la Argentina?

De alguna manera, la contestación está implícita en el desarrollo anterior. En la Argentina, la crisis es inevitable como en el resto del mundo en el sistema capitalista, pero sus características son más graves por ser un capitalismo periférico y más aún porque su industrialización está acotada por la presencia relevante de su burguesía agraria, las colocaciones financieras y el peso de la deuda. Esta tendencia histórica fue interrumpida por el primer peronismo, acentuada por la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Perón en 1955, vuelta a interrumpir por el peronismo de 1973 y 1974, y más que acentuada por la dictadura militar de 1976, de clara tendencia desindustrializadora, promotora de la especialización agropecuaria, la deuda externa y el desarrollo financiero. Su política económica de desindustrialización fue exactamente la contraria de la impuesta por la dictadura militar brasileña, que duró más de veinte años (1964 a 1985), incluyó gobiernos civiles sometidos al poder militar y promovió la industria con un alto crecimiento durante diez años seguidos.

Es decir que el sesgo antiindustrial es un agravante local particular de la crisis, con gran influencia en la inflación crónica, que proviene del bimonetarismo asociado a estas características de la acumulación de capital, por lo que la primera tarea para encarar una salida de la crisis consiste en reindustrializar el país y al mismo tiempo fortalecer los ingresos y el mercado interno, aumentar las exportaciones, frenar o atenuar los pagos de la deuda externa y reducir las devaluaciones. Conseguir y afianzar esta secuencia implica crear a la vez un mercado financiero nacional, lo que terminaría fortaleciendo la moneda nacional y de esa manera terminar con el bimonetarismo. Todo esto el marco de una mayor inversión, encaminada a una modernización industrial con apoyo creciente en la Industria 4.0, incluso en las pymes.

La mayor presión contraria para concretarlo es la inversión financiera en lugar de la productiva, generalizada en todo el sistema mundial por la agudización de la fase recesiva desde la crisis financiera de 2008 cuyas consecuencias continúan. Ya dijimos que la Argentina está en peor situación que otros países de capitalismo periférico, que tienen una inflación y una devaluación acotada frente a las divisas mundiales, porque en el país impera el bimonetarismo, producto de su forma específica de acumulación de capital, que fomenta la fuga de capitales y de dólares y por ese intermedio da lugar a una inflación permanente que periódicamente se dispara, generalmente porque el endeudamiento para sostener una dolarización directa o indirecta (como fue la convertibilidad o el intento de estabilidad macrista) lleva a una gran devaluación y a una a inflación cercana a la hiper.

1 Comentario

  1. Esta nota de Carlos Abalo es excelente, por la claridad y profundidad conceptual acerca de los ciclos del capitalismo y su incidencia en las crisis mundiales y específicamente del capitalismo periférico. La clave política y económica que propone es central en los debates del GLC

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