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Cambiemos aspira a dar golpes de gracia electorales. Se habla de la vuelta al redil de Durán Barba. De la campaña corta. De los temas con los que eludirán la economía. Y demás cuestiones que hacen a su convergencia clásica entre liberalismo económico y política para los que no les gusta la política. Cambiemos aspira a «ganar», y no quiere una nueva mayoría, quiere ganar y replegarse. Quiere a esta sociedad atomizada, así como es, así como la vemos, este enfrentamiento entre clases medias, entre «planeros» y «aristocracia obrera», entre garantistas y punitivistas, entre pañuelos de colores. ¿Cómo gobierna? No es uniendo a los argentinos, sino con la etapa superior de la grieta: se propone avivar todas las grietas que sean posibles. Gobernar apoyado en cada desigualdad http://https://www.lapoliticaonline.com/columna/martin-rodriguez/a la sociedad desigual. No se trata solo de dividir la sociedad «en dos modelos», sino de acompañar la división de la sociedad en mil pedazos, atomizarla. Parece invertir la famosa oración que dice «la política es una herramienta para transformar la sociedad» a «la política es una herramienta para mantener a la sociedad intacta».
La campaña 2019 no es como la imaginaron. Casi nunca son como se imaginan. No volvimos al mundo ni a la economía integrada, pero nos parecemos a lo que discute el mundo: el costo de las políticas de minorías, la cobertura jubilatoria, las relaciones laborales, en definitiva, hacer el ajuste sobre el «costo» de tantos derechos. Y sin embargo, todos estos debates y avances parecen hechos a medias, o con un calculado margen para el retroceso que fuera indispensable hacer. Como con el proyecto sobre aborto o el debate punitivista. Cuando algo le resulta al gobierno «demasiado intenso», abre la «interna» de Cambiemos para que esa posición «dura» se diluya. Lospennato, Bullrich, Garavano, Carrió, Peña, cumplen roles intercambiables. No hay un genio oculto que mueve las marionetas pero encuentran un equilibrio funcionando así. O en las políticas sociales, cuando dicen «ampliamos la AUH», y es otro de sus «equilibrios»: la reivindicación de una «sensibilidad» simultánea al mensaje ajustador contra el «gasto público», que homologa todo (todos los gastos el gasto), que achaca y achaca como si no hubiéramos oído nunca despotricar a un gobierno contra el (también llamado) «gasto político». El gobierno parece entonces acompañar a la sociedad en esta especie de transición, esta pérdida de una hegemonía política, bajo una intuición más o menos así: con este electorado gana las elecciones el que se le parece. Un «voto bronca» diseñado de arriba hacia abajo cuya contraseña primera es: votamos contra Cristina.
El tercio de los sueños
La pregunta trillada de hoy, en este empate que decretaron las consultoras, es: «¿quién tiene algo más que un tercio?». A Cambiemos le brillan los ojos porque siente el clímax de su estrategia: correr de atrás al peronismo. Y cumplir el quid de su comunicación: mostrar como débil al fuerte. Mostrarse débiles ellos. Agigantar el riesgo de la «vuelta» del peronismo. Como si esa fuera su materia en los supuestos «pendientes» de la transición democrática: ¿se puede gobernar a la Argentina sin el peronismo? Y exagerar ese espectro proyectado en la Historia («setenta años de») como si no fuera a caber exactamente también la pregunta contraria: ¿dejaron gobernar al peronismo?
A la oposición le sigue faltando encontrar un razonamiento que no involucre tanto el presagio económico del voto (el remanido «es la economía, estúpido») sino volver sobre la pregunta, ¿qué está ocurriendo entre las palabras y las cosas, entre la indignación y la representación? ¿Por qué los diagnósticos por izquierda explican pero sus soluciones no enamoran? Cada vez que prendés C5N una PyME está quebrando. Es como la ruptura de un glaciar en vivo. Pero esa bendita grieta electoral aún organiza dos tercios y lo que esos tercios aman odiar. No gana el más querido, pierde el más rechazado. Y todos se creen outsiders. Los periféricos de la economía, los periféricos del lenguaje. No hay voz política en la Argentina que no diga «el poder es el otro». La política de la bronca. Y el fondo de la política macrista es ése.
El asunto en tus manos
¿Qué cambió en estos tres años? ¿Qué haría distinto a este año electoral, que es ya como el año de la marmota electoral, donde de nuevo podríamos votar tres veces hasta que gane un presidente? Miremos el norte y la época. La campaña de Bolsonaro fue macartista, y también anti Brasilia y anti medios. Trump enfrentó al status quo demócrata y republicano. Como en loop todos repetimos: son proyectos que intentan reconstruir una mayoría, con ambigüedades económicas, guerras comerciales, neoliberalismo y anti izquierdismo. Este clima entre metafórico y literal de «darle armas al ciudadano», este paso a la lucha (individual) armada de discurso punitivista, recrudece un aspecto que, incluso inesperadamente, parece tener un punto de contacto «en el aire», en la lógica de estos tiempos, con parte del vigor del movimiento feminista. Aunque tanto se desprecian mutuamente, las «novedades» del siglo XXI los pegotean: flaquea la política que «hace las cosas por vos». Parecen tiempos de mareas que sacuden las representaciones. ¿Y después? Entre la figura popular sin movimiento de un Bolsonaro y el movimiento sin figura popular de un feminismo aparece este mismo rasgo, reformulando al Indio: ¿el asunto sólo está en tus manos? Parece una tendencia donde declinan las mediaciones. Como si ya no hubiera política «a espaldas de la sociedad». Prima una política en defensa propia: voto al que me deja defenderme a mí mismo, o al que me devuelve «mi cuerpo».
No hay programa panelista donde no se pregunten «¿puede haber un Bolsonaro o un Trump argentino?» (¿Y qué sería ese Trump: una cruza entre Patricia Bullrich y Guillermo Moreno?). En los programas incluso es difícil distinguir a un político de un panelista. La grieta se chupa todo y lo transforma. Se ve en los traspiés últimos de Juan Grabois, en las discusiones con periodistas. Un representante de lo que Simone Weil llamó «obligaciones eternas» (alimentar al hambriento, por ejemplo), asume el riesgo de caer en una suerte de trampa en la que lentamente podrá desteñir su discurso en nombre del 30% de pobres para convertirse en otro comentarista ardiente de la coyuntura, otro político de «la grieta». Los años de politización intensa reconvirtieron a la política como un objeto más del espectáculo. Como aquel personaje «El Zurdo», en Los Benvenutto, el mediodía de Telefe de los años 90, la prehistoria de esta televisión. Una normalización. La grieta costumbrista. Si Netflix no se hubiera comido la televisión abierta estaríamos a un pelo de una novela de Polka con un personaje simpático: el kirchnerista. Lo que Grabois reflejó en su irrupción, y por eso aún molesta a los anti kirchneristas, es la fractura social (no la grieta) y una articulación política posible capaz de eludir las trampas discursivas que llevan todo al mismo lodo (que si Hotesur, si Panamá Papers, y así).
Ganar sin amor
Mirando este mundo, y eso que muchos llaman abusivamente «región», ¿la «derecha» mueve el límite de lo posible? Si hasta hace poco lo hacía la «izquierda» con sus Estados, con sus alianzas sociales, con su pedagogía, hoy ese límite lo mueven otros. En Argentina, la combinación del ciclo anterior de economía para mayorías y política para minorías terminó. Así se organizó el kirchnerismo: consumo y matrimonio igualitario. Pero como decía el gran poeta del soviet cubano, Silvio Rodríguez, «absurdo suponer que el paraíso, es sólo la igualdad y las buenas leyes».
El gobierno de Macri empezó tiempista, como un intérprete globalista de los problemas argentinos, ofreciendo política post grieta. Les gustaba Obama, Macron, Trudeau. Ajuste gradual, casi sin que nos diéramos cuenta. Paneles solares, soja, llevate el Banco Central a tu casa total dólares van a sobrar. Pero al final le tocó otro mundo, el de los nacionalismos artesanales y las tasas altas. Fallaron y tuvieron que ajustar. Y ese desencanto, que les quitó de las manos sentir que estaban en «el sentido de la historia», los hizo virar su prédica: de la euforia por la naturaleza argentina a la tristeza por la naturaleza de los argentinos. Del sí-se-puede al realismo. Pareciera que proyectan su propio desencanto por un mundo que los obliga a ser nacionalistas, resuelta en una desilusión con su propia nación: queríamos ser mundo y somos argentinos. El destino sudamericano de estos globalistas. Y así terminaron de lanzar su pedagogía a favor de «los seis millones de privados que sostienen a los veinte millones que cobran del Estado», un argumento vidrioso que se escucha y que es dicho no sólo por quienes defienden al gobierno sino que es el lenguaje de una indignación multiplicada. 2019: gana el que tiene la mejor política para la bronca.
Tuvieron que reelaborar una afinidad con «el mundo» que no es económica, porque no fue exactamente un mundo más global, pero sí uno que discute los parámetros de esa «integración global». Es Trump diciéndole a los europeos: «muy lindo el multilateralismo pero yo soy San Ernesto, el que paga todo esto» No quiere ser presidente del mundo, quiere ser presidente de Estados Unidos. Dicho y hecho: se discuten las políticas de minorías, las migraciones, las políticas de defensa y las políticas de aduana. Nos fuimos a integrar al mundo justo cuando el mundo discute su integración. Y en ese paisaje donde los liderazgos universales quedan vacantes, el Papa con su visión sobre la economía del descarte sincroniza mejor. Volvimos a un mundo que discute el mundo en la era del poscrecimiento. Al final, ¿qué era el macrismo entonces? El gobierno hace el equilibrio que patentó en el G20, un blend entre Merkel, Macron, China y Trump.
Conclusión. No hubo amor después del amor: gana el que junta más rechazos contra el otro. La alianza histórica del macrismo sigue estando en el campo y la Argentina verde productiva que lleva sellada una inscripción: podemos ganar con la mayoría pero no podemos ser mayoría porque somos una economía en la que no hace falta tanta humanidad. La solución para dar el golpe de gracia es la etapa superior de la grieta: ganar alimentando el todos contra todos. Ganar y replegarse. Ganar sin amor. Salvo que ocurra algo: que no ganen.