Aquella mañana de octubre de 2003 el presidente Sánchez de Losada nos clavó los ojos. Luego se inclinó sobre la larga mesa rectangular que ocupaba la mitad de suoficina. ¿Ustedes creen que me levanto todos los días pensando en cómo reprimir mejor? –dijo en un español enrevesado, hizo una pausa para suspirar y añadió: si yo renuncio, el país quedará al borde de una guerra civil. ¿Comprenden? Yo soy como el niño que tapa con un dedo la falla de una represa. Si lo saco, se produce un desastre.

No fue fácil responderle. El brasilero Marco Aurelio García y yo acabábamos de interrumpir su análisis político sobre la coyuntura, que a esa altura no le interesaba a nadie,siquiera a sus funcionarios, para manifestarle la preocupación de nuestros gobiernos por establecer una tregua entre los bolivianos. En esos momentos las calles que rodeaban la mansión presidencial estaban rigurosamente vigiladas pero se veían desiertas. Sin embargo, en las barriadas de La Paz, del Alto y de casi toda Bolivia miles de pobladores y tropas del ejército estaban listas para entrar en acción, unos contra otros, aunque la temida batalla recién pudo evitarse horas después.

Cabe recordar que a principios de 2003 Bolivia había sido sacudida por una rebelión popular que tuvo un trágico desenlace: una treintena de víctimas. Y que semanas después se había desencadenado una serie de protestas y huelgas protagonizadas por campesinos, trabajadores, estudiantes, maestros y comerciantes que desconfiaban de las elites privadas y públicas. Eran marchas cada vez más fecundas, cada vez más violentas, en las cuales la multitud reclamaba participar en las decisiones sobre el futuro de los recursos naturales que consideraba estratégicos. Un reclamo que venía de lejos, cuando las fabulosas minas de plata, primero, y de estaño, después, permitían presagiar un destino diferente para el vecino país.

Pero meses más tarde, a mediados de aquel octubre, la coalición de gobierno que sostenía a Sánchez de Losada comenzó a diluirse, la resistencia y la represión fueron en aumento y las vidas segadas alcanzaron rápidamente un centenar. Por entonces la población del altiplano, que en los inicios de la lucha se había movilizado por causa de la pobreza y el desempleo, se manifestaba con la finalidad de impedir el rumbo que el gobierno había fijado para la explotación de las cuantiosas y promisorias reservas de gas y petróleo. Las mismas que Evo Morales, en su carácter de presidente electo, nacionalizaría en mayo de 2006.

Marco Aurelio y yo luego de esa reunión, tuvimos un sinfín de encuentros con otros dirigentes políticos, sociales y de la iglesia católica con el fin de hallar una solución pacífica y estable a la crisis. La mayoría de estos dirigentes, incluido los del MAS (Movimiento al Socialismo) de Evo Morales, estaba a favor de la renuncia de Sánchez de Losada, pero también de la continuidad constitucional. La propuesta consistía en que asumiera el historiador y periodista Carlos Mesa, por entonces vicepresidente. Carlos Mesa, que fue el principal oponente de Morales en las pasadas elecciones del 20 de octubre, consideraba necesario convocar a un diálogo sin exclusiones para organizar un referéndum que permitiera reformar la ley de hidrocarburos y resolver el destino del gas.

Una interpretación de aquellos acontecimientos históricos sostiene que, debido a la prolongada recesión económica que atravesaba Bolivia, era inevitable que hubiera una crisis de gobernabilidad y que su resolución iba a requerir la renovación del sistema político y de los partidos tradicionales. Otro enfoque, en cambio, considera que aquellos sucesos fueron el principio del fin de la democracia pactada –como se definía a la gravitación que habían ostentado tres partidos bolivianos (MNR, MIR y ADN) durante el período 1985-2001– y de las reformas neoliberales que habían provocado un notable aumento de la desigualdad social.

Sea como fuere, ambos puntos de vista coinciden en señalar en que la agenda pública de aquel tiempo debía incluir profundos cambios tanto en los métodos de representación política –caracterizado por alta dosis de clientelismo y acuerdos de cúpulas- como en la orientación económica para impulsar un crecimiento equitativo que incluyera a la diversidad cultural, productiva y geográfica boliviana.Dos tareas que, vale remarcar, fueron llevadas a cabo por el presidente Evo Morales en su gestión cotidiana y en las reformas legislativas y constitucionales que impulsó durante sus casi catorce años de gobierno.

Hacia la tarde de aquel largo día de 2003 Sánchez de Losada presentó su renuncia. Y de forma inmediata estallaron decenas de fiestas populares bajo un cielo luminoso y profundo. Recuerdo que en las calles y las plazas la gente nos abrazó a Marco Aurelio y a mí como si fuéramos compañeros de toda la vida. Aquella fue una misión conjunta de Brasil y Argentina, decidida de manera oportuna por los presidentes Lula y Kirchner. Cuando los tiempos eran otros y resultaba difícil suponer la vuelta de los golpes de estado, en su versión clásica o bien, de nuevo tipo como el que se acaba de consumar en La Paz.

Estas experiencias permiten sugerir la conveniencia de rediseñar en el Mercosur un mecanismo de diálogo y cooperación para la preservación de las democracias de los países miembros y asociados. Este instrumento debería funcionar de un modo ágil, a pedido de un gobierno –para respetar el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados- y constituiría, además, un adecuado complemento de la cláusula prevista en el Protocolo de Ushuaia. De esta forma, con la posibilidad de enviar a grupos de emisarios que faciliten el diálogo y el consenso entre las partes en conflicto, se podría prevenir la profundización de eventuales crisis que, por su naturaleza o magnitud, impliquen, como en el presente, riesgos de ruptura o de serios retrocesos en el orden democrático regional.

fuente

https://www.tiempoar.com.ar/nota/bolivia-en-sus-horas-inciertas