Joseph Biden enfrenta retos enormes y el vital no es, como se podría pensar, la cada vez mayor gravitación de China, sino interno: Estados Unidos está cada vez más desunido y es cada vez más desigual. El asalto al Congreso de este 6 de enero fue una especie de auto-putsch, pero, a diferencia del evento de Múnich en 1923, provino desde el Ejecutivo y fue instigado por Trump, avalado tácitamente por líderes republicanos y activado por supremacistas blancos.
Desde hace años se está viendo que los estadounidenses no parecen compartir un destino común. Y esto no es coyuntural; es estructural y es producto de un complejo entramado de fenómenos sociales, económicos y políticos. Trump, en una combinación de Nerón y Atila, optó por horadar la democracia desde adentro y deteriorar la credibilidad del país en el exterior.
Lejos de su lema de campaña, America First, después de su presidencia Estados Unidos no solo no está primero, sino que es hoy un país abatido. Con lo sucedido en el Capitolio parece dibujarse el momento pos-hegemónico de Washington del cual, no está demás repetirlo, China no es la causa principal.
De acá surge el gran dilema de Biden; concentrar su atención en lo doméstico y procurar ordenar el país, o repetir la obsesión de perseguir la primacía internacional, liderar el mundo y seguir ahondando su propio declive. Todo indica que su mayor foco inicial será la agenda interna, exacerbada por la pandemia y el acto sedicioso del 6 de enero.
Sin embargo, antecedentes personales, comentarios durante la campaña de 2020 y un nutrido número de informes y estudios sugieren que Washington buscaría alcanzar una “coalición de voluntarios” (coalition of the willing) pero esta vez en contra de China. Tres elementos apuntan en esa dirección.
Primero, Biden como vicepresidente acompañó a Obama en la idea de que China era más que un competidor temporal y parsimonioso. Entre 2011 y 2012 Obama adoptó un conjunto de medidas para “re-equilibrar” la política exterior y de defensa—usualmente más concentrada en el Atlántico y Medio Oriente–en lo que se conoció como la Estrategia Pivote (Pivot Strategy) para el Asia-Pacífico.
Básicamente buscó reforzar la contención de China, robustecer los lazos diplomáticos, comerciales y militares con los aliados del área y, de ser factible, revertir la proyección de poder de Beijing. En breve, Biden acompañó aquello que ya se vislumbraba en círculos de poder desde comienzos del siglo XXI: que China devino un oponente asertivo y estratégico.
Cabe recordar que el designado Secretario de Estado, Antony Blinken, y la designada Subsecretaria de Defensa, Kathleen Hicks, fueron arquitectos de la Estrategia Pivote, al tiempo que la nominada Representante Comercial estadounidense, Katherine Tai, ha sido una fuerte crítica de China. Después del 6 de enero, ¿se acercará Biden a los republicanos más halcones para mostrar que él no es blando frente a Beijing?
Segundo, durante la campaña de 2020, Biden publicó una nota en la prestigiosa revista Foreign Affairs titulada “Por qué Estados Unidos debe liderar nuevamente”. Su referencia a Beijing es precisa: “Estados Unidos debe ser duro con China”.
Afirma que es clave construir una “coalición de democracias” para hacerle frente y anuncia la convocatoria a una Cumbre sobre la Democracia.
¿Qué países serán invitados? ¿Buscará disciplinar aliados contra China? ¿Está seguro de que muchas naciones lo secundarán? ¿Cree Biden que EE.UU. recuperará la imagen de democracia robusta después de la provocación sediciosa de Trump?
Tercero, desde hace meses abundan en Estados Unidos todo tipo de escritos con propuestas sobre qué hacer con China. Por ejemplo, el Centro Belfer para la Ciencia y los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard publicó un trabajo sobre la viabilidad y practicidad de una OTAN del Pacífico (Asia Whole and Free? Assessing the Viability and Practicality of a Pacific NATO).
El think tank Atlantic Council produjo un informe (An Allied Strategy for China) en el que sugiere que Washington encabece una alianza de países afines en el que el grupo de democracias denominado D-10 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Canadá, Corea del Sur, Australia y la Unión Europea) más otros miembros de la OTAN incorpore a “socios informales” (como India, Suecia, Brasil, Finlandia, Indonesia, Filipinas, Vietnam, Singapur y Emiratos Árabes Unidos) en una coalición contra China. Otros expertos proponen profundizar el llamado Diálogo de Defensa Cuadrilateral entre Estados Unidos, Australia, India y Japón iniciado en 2007 y que algunos invocan como la potencial OTAN de Asia.
La Asia Society, localizada en New York, publicó un estudio (Dealing with China as a Transatlantic Challenge) en el que retoma el concepto de “rivalidad sistémica” respecto a China y que fuera refrendado por la Comisión Europea y la OTAN, respectivamente, en 2019, proponiendo una acción más concertada frente a Beijing entre europeos y estadounidenses.
Y el almirante Craig Faller, al frente del Comando Sur, no deja de repetir que China es un “actor maligno” al que Latinoamérica debe repeler. Después del asalto al Capitolio ¿es factible que los países más cercanos a EE.UU. sigan confiando en la capacidad de Washington de consensuar una estrategia internacional hacia China?
No hay duda de que lo ocurrido en el Congreso estadounidense será un hecho trascendente a nivel interno e internacional, y es claro que la respuesta no está en exacerbar la rivalidad con China sino en reparar las grietas de una nación en la que el pacto social posterior a la Segunda Guerra Mundial se ha quebrado.
https://www.clarin.com/opinion/asalto-capitolio-evidencia-problema-china_0_DVXcB7Khf.html