La histeria antisoviética y anticomunista que caracterizó el período de la Guerra Fría está hasta cierto punto viva y coleando hoy en día con el ascenso de China. Esto es particularmente cierto en lo que respecta al sentimiento prevaleciente entre la clase estratégica estadounidense sobre América Latina.
Tomemos, por ejemplo, el testimonio de la jefa del Comando Sur de EE.UU., Laura Richardson, ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y el Senado en marzo, que invocó la palabra «maligno» no menos de 24 veces: «actor maligno», «influencia maligna», «esfuerzo maligno», «actividades malignas», «intención maligna», «narrativas malignas», «conducta maligna», «acción maligna» y «agenda maligna».
A menudo, se refería a presuntos actores chinos y, en algunos casos, rusos. Este eco de la Guerra Fría trae a la mente el argumento de Peter Smith, académico de la Universidad de California en San Diego, sobre el núcleo de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina: el factor histórico crucial de la política entre Estados Unidos y América Latina ha sido el papel y la actividad de los actores extracontinentales.
Según un estudiode 2022 de RAND Corporation, «la competencia con China es cualitativa y cuantitativamente diferente de la competencia con Rusia e Irán en América Latina y el Caribe». Moscú y Teherán pueden ser oportunistas y provocadores, pero carecen de los atributos para garantizar una proyección de poder efectiva en la zona. China, sin embargo, tiene los recursos, la voluntad y la oportunidad para extender y mantener su influencia. De ahí que sea lógico que Washington esté atento a los mensajes, medidas y maniobras de Pekín.
Aun así, el tamaño masivo de la propia presencia de seguridad de Estados Unidos en la región, y lo pequeña que es la de China en comparación, a menudo no se discute en Washington. Un vistazo a las cifras sugiere que la idea de una amenaza militar china inminente es exagerada y errónea.
Podríamos comenzar examinando lo que algunos han llamado el «río de hierro» de armas que fluye hacia la región. Según el último informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) sobre transferencias de armas, el ranking de los mayores proveedores de armas a América del Sur entre 2019 y 2023 fue: Francia (23%), Estados Unidos (14%) y Reino Unido (12%). Durante esos años, Rusia no suministró armas a América del Sur.
Un análisis de los datos del SIPRI para el período 2000-2022 realizado por Ryan Berg y Rubi Bledsoe, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, muestra que Estados Unidos es el origen del 94,9% de las adquisiciones de armas de Argentina, el 93,4% de las adquiridas por Colombia, el 90,7% de las adquiridas por México y el 82,7% de las adquiridas por Brasil. Esto significa que las cuatro economías más grandes de América Latina tienen a Estados Unidos como su principal proveedor de armas.
Durante ese mismo período de tiempo, Rusia fue, con mucho, el mayor proveedor de armas a Venezuela: las compras de Caracas ascendieron a 4.500 millones de dólares. China fue el mayor proveedor (66,2%) de los 77 millones de dólares en armas compradas por Bolivia. El mes pasado, el presidente Javier Milei confirmó el compromiso de Argentina de comprar 24 F-16 a Dinamarca con autorización de Washington.
La presencia militar total de Estados Unidos en la región es mucho más amplia e incluye acuerdos de cooperación en torno a puertos, aeroespaciales y ríos interiores. No existen análogos chinos a estos acuerdos. Lo que queda claro, al mirar este retrato, es que parece que China es muy cautelosa a la hora de extender su alcance militar en América Latina, probablemente porque sabe que eso podría causar tensiones con Washington. En cambio, se ha centrado, con un éxito considerable, en el compromiso económico en la zona, con el comercio, la inversión y las finanzas.
El compromiso económico regional de Pekín no ha impedido que Washington haga sonar la alarma sobre la supuesta proyección militar maléfica china. No es ningún secreto que hacerlo refuerza la justificación del propio gasto militar de Washington. De hecho, el Comando Sur ha solicitado un aumento presupuestario de casi el 50% para 2025. En una América Latina inundada de altísimas tasas de homicidios y armas de fuego entre las principales causas de muerte, el redimensionamiento de la presencia militar china nos deja con una pregunta provocadora: ¿de qué sirve para la región la carrera armamentista de Estados Unidos con un competidor que no tiene pares?
En definitiva, la preeminencia militar de Estados Unidos en América Latina es innegable. En la práctica, en materia de defensa y seguridad, Washington ha venido reafirmando y fortaleciendo su presencia en la zona. La proyección pragmática del poder económico de China ha logrado avances innegables. Pero la preponderancia de Estados Unidos en el ámbito militar no se ha debilitado ni está cerca de ser reemplazado.
Lo que es evidente es que la noción de una amenaza militar china inminente es exagerada y equivocada, especialmente cuando la proyección material de Estados Unidos en la región es menos significativa y más retórica. A estas alturas es obvio que Estados Unidos ha superado militarmente a China en América Latina y Pekín está muy lejos de desplazar a Washington en materia de defensa y seguridad regional.