Un puñado de irresponsables líderes mundiales parecen tentados a escalar la guerra en Ucrania y así conducir a la humanidad hacia el abismo. Tanto en los dichos como en los hechos, los principales protagonistas no parecen dispuestos a la distensión. Rusia ha dejado abierta, de modo deliberado, la posibilidad de recurrir a armas nucleares tácticas y Occidente a responderle con un contra-ataque aniquilador.
Paradójicamente, esta dinámica de escalamiento presume: a) que Putin está recurriendo a un farol; b) que en uno y otro bando se trata de actores racionales que sabrán medir las consecuencias de sus actos; c) que es baja la probabilidad de un incidente nuclear descontrolado; y d) que la eventual reacción de Estados Unidos y sus aliados debería ser interpretada en Rusia como simplemente defensiva sin tomar en cuenta que los recursos vertidos y prometidos a Ucrania procuran la derrota rusa y un cambio de régimen en Moscú.
Las partes parecen preocupadas con un potencial estallido de una Tercera Guerra Mundial, pero hacen poco, o nada, para reducir sus probabilidades; lo cual genera más angustia social que movilización anti-bélica. Una guerra larvada perpetua –en medio de conflictos ya existentes– implica, tácitamente, que la paz es solo la aspiración de los débiles.
Lo cierto es que Rusia y Estados Unidos están apostando a lo que se conoce como brinkmanship: un comportamiento intencional orientado a extremar el riesgo de confrontación a un punto tal que parezca una política suicida. En ese contexto, es oportuno recordar un momento en que Washington y Moscú apelaron al brinkmanship: la Crisis de los Misiles de Cuba en octubre de 1962.
Dos crisis anteriores, en 1961, fueron el telón de fondo de la crisis del 62. La Crisis de Berlín se inició con el ultimátum soviético de que las fuerzas occidentales debían abandonar la parte occidental de la ciudad.
Esa tensa situación culminó con la construcción del muro de Berlín por Alemania Oriental. En ese mismo año, en abril, el presidente John F. Kennedy ordenó la invasión a Playa Girón en Cuba. La respuesta militar del gobierno de Fidel Castro terminó con la derrota del contingente invasor.
Así un año después se produjo la Crisis de los Misiles: la URSS lanzó la Operación Anádir consistente en el despliegue de misiles balísticos de alcance medio y misiles nucleares tácticos de corto alcance. EE.UU reaccionó de acuerdo con lo que el politólogo Steve Van Evera llama el precepto NUPIMBY: No Unfriendly Power in my Backyard (Ningún Poder Hostil en mi Patio Trasero). Kennedy ordenó una “cuarentena”; una suerte de bloqueo naval, para impedir la llegada de buques soviéticos a la isla. Washington y Moscú incrementaron sus acciones riesgosas.
La eventualidad de una disputa con armas nucleares fue real. El 27 de octubre, que se conoció como el “Sábado Negro”, cuando un avión espía estadounidense fue derribado por una defensa antiaérea soviética, la tensión aumentó significativamente. Las presiones para atacar a Cuba no fueron menores: el entonces Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el general Curtis Le May, quien había estado al frente de la campaña de bombardeo masivo sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial, incitó a Kennedy a emprender una ofensiva nuclear contra la isla.
En buena medida fue gracias al embajador de EE.UU ante la ONU, Adlai Stevenson, que se evitó un Armagedón nuclear. Stevenson fue insistente en un principio básico: “chantaje e intimidación nunca, negociación y sensatez siempre”. Kennedy, finalmente, actuó bajo la lógica de ese principio: la Unión Soviética retiró su armamento de Cuba y, meses después, Estados Unidos desmanteló los misiles balísticos de alcance medio localizados en Turquía. Cuba, para irritación de Fidel Castro, fue excluida del acuerdo.
En el documental Fog of War, quien fuera durante la Crisis de los Misiles el Secretario de Defensa, Robert McNamara, nos recuerda que se encontró con Castro en enero de 1992. Supo entonces que en realidad había 162 ojivas nucleares rusas en territorio cubano.
McNamara le preguntó a Castro que si hubiera sabido que había armamento nuclear en la isla, si le hubiera recomendado a Kruschev que las utilizara ante un ataque de Estados Unidos. Y, qué hubiera esperado que sucediera en Cuba. Fidel Castro le respondió que sabía de las armas, que le recomendó a Kruschev que las usara y que sabía que eso hubiera significado la destrucción total del país.
Hay que preguntarse quiénes son hoy, respecto a la guerra en Ucrania, los Adlai Stevenson de Biden y de Putin. Cuál es el quid pro quo entre Estados Unidos y Rusia y qué se puede negociar actualmente. De qué modo se puede eludir que lo expresado por Volodymyr Zelensky el 6 de octubre, acerca de que la OTAN debía emprender “ataques preventivos” contra Rusia para que Moscú no lance un ataque contra Ucrania y así no se convierta en un motivo adicional para rechazar alternativas negociadas entre Washington y Moscú.
El curso de los acontecimientos no tiene un destino prefijado. No es inexorable el recurso a las armas nucleares y el inicio de una gran confrontación de impredecibles consecuencias. Sin embargo, si la disuasión mutua fracasa y el escalamiento, por el motivo que fuese, se torna rutina estaremos cada día más cerca de una catástrofe inimaginable para la humanidad.
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