El almuerzo en un restaurante del centro estaba por comenzar cuando, muchos años atrás, el presidente de una compañía danesa me hizo una pregunta. Era un hombre más bien bajo, tirando a obeso, recién llegado a Buenos Aires y había sido invitado, al igual que yo, por el flamante embajador de su país. “Dígame, Kirchner es como el coronel Muammar Kadhafi ¿verdad?”, preguntó con una vocecita aguda. Pensando que era un chiste, largué una carcajada. Pero luego de observar su cara y la de los otros cuatro comensales traté de explicarle, en vano tal vez, las diferencias en personalidad, sistema político y reformas impulsadas por uno y por otro.
¿Por qué razón evocar esta anécdota? En estas semanas pandémicas hasta la más mínima intervención para favorecer la salud pública o la economía despierta interpretaciones ideológicas en un sector de la sociedad que, en un principio, también provocan risa. Por ejemplo, hubo curiosas convocatorias a manifestarse contra el retorno del comunismo que simbolizan los subsidios que el estado reparte a empresas y trabajadores que debieron interrumpir sus labores por el covid-19. Con idéntico afán, se llamó a repudiar la violación a las libertades públicas que supone la cuarentena consensuada por oficialismo y oposición.
En la misma línea, un grupo de intelectuales y dirigentes alertó sobre los políticos populistas que, aprovechando las circunstancias, pretenden arrogarse un poder desmedido para suspender el estado de derecho e, incluso, la democracia representativa y el sistema de justicia. No faltaron los que, yendo al centro de la Tierra, cuestionan las revueltas que se produjeron en los ’60 y ’70 por haber sido las verdaderas culpables de las conciencias estatistas, igualitarias y ecologistas que priman hasta hoy.
Es sabido que las ideologías de las élites tienden a legitimar el poder establecido fijando tres dimensiones. Lo que existe, lo que es bueno y es malo, y lo que es posible concebir. Además de intentar someter a los humanos a un determinado orden social, a una ética del trabajo y a calificarlos para el papel que habrá de desempeñar cada uno. Estas voces conservadoras y elitistas no pretenden otra cosa que obstruir todas las iniciativas que, en su visión del mundo, podrían limitar al reino del mercado o a las prerrogativas del capital y sus dueños. Negando en su ceguera las virtudes de la solidaridad, la acción colectiva y la justicia social. O que existan alternativas viables y superiores al modelo económico que finalizó en diciembre. Pero sus posiciones, considerando las políticas que instrumentaron los gobiernos para hacer frente a la crisis, están en retroceso. Aquí y allá. De hecho, Alemania y Francia, conducidas por liberales, acaban de acordar un paquete multimillonario para socorrer a las empresas, el sector público y los trabajadores de la UE.
Tiempo atrás, cuando nadie sospechaba esta pesadilla, tropecé con aquel ejecutivo a la salida de un estadio de fútbol. Me reconoció y, tras saludarnos, caminamos un trecho. Estaba de visita y se veía más gordo. Esta vez nada de lo que dijo me resultó gracioso. “Hace mucho que mudamos las oficinas a Brasil y ahora, con Bolsonaro, estamos en la gloria”, dijo, y se perdió en la multitud.
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