Una de las acepciones que los lingüistas atribuyen al término calamidad deviene del latín «calamitas», que significa plaga. Es representativo de una verdadera tragedia, un desastre que emergía cuando los vientos hacían estériles las trillas volviendo a mezclar la paja con el trigo y volviendo inútiles los trabajos que los pueblos agrícolas efectuaban. El neoliberalismo es una calamidad.
Siguiendo un recetario clásico de las finanzas, nos deja el futuro sembrado de vientos con la expectativa de que produzcan tempestades sobre las economías políticas populares, transformen en infructuosos los esfuerzos sociales y en fracasos los intentos políticos.
Esos vientos se instalan de variadas formas. El BCRA deja un peso inexistente y una deuda pública externa e interna impagable; los sindicatos convalidan los retrasos salariales; las leyes establecen recortes jubilatorios; el gobierno destruyó el sistema de precios e impulsó ajustes desmedidos de los servicios públicos; los oligopolios supermercadistas imponen los precios liberados a las conveniencias de la oferta; los bancos estimulan el déficit fiscal para prestar fondos al gobierno con altas tasas.
Como Ulises -que en la leyenda griega recibe de Eolo una bolsa con todos los vientos- el nuevo gobierno popular recibe una herencia plagada de vientos: pobreza, inflación con recesión, trabajo precarizado, desempleo, pérdida del salario real, endeudamiento financiero y social, ajuste fiscal.
El viento de las finanzas
No son vientos nuevos. Como en Chile, el experimento neoliberal argento nace en la dictadura cívico-militar (1976-1983) con la bicicleta financiera de la tablita de Martínez de Hoz, continúa con Menem-Cavallo (1991-1996) y la convertibilidad y su dinámica se convalidó en el carry trade de Macri (2015-2019) que triplicó la base de la dictadura (el nivel de endeudamiento anual fue de US$32.500 millones y el de la dictadura fue de US$10.306 millones).
Esto significa que el viento de la dictadura se potenció durante la gestión macrista. Se la define como «valorización financiera», un nombre académico que designa a la timba especulativa, cuyo rasgo es el endeudamiento público no aplicado para aumentar la productividad y el nivel de actividad económica -que cayó 8,8 puntos en términos del PBI per cápita entre 2015 y 2019- sino a imponer la patria financiera y la fuga de capitales al exterior.
El aumento neto de la deuda pública en moneda extranjera fue de US$103.808 M y la fuga de capitales alcanzó a US$93.667 M entre fines de 2015 y septiembre de 2019.
Este viento nace en un mecanismo de acumulación que prioriza el discreto encanto de la ganancia financiera, en detrimento del sacrificio y los riesgos de la producción. Este es el motivo por el cual se desatiende el mercado interno, el salario y el empleo. Lo que suele llamarse «seguridad jurídica» es permitir que el negocio cierre.
El cepo aprieta pero no ahorca
Como en el tango de Maroni, Macri encarna un «cepo que me hiciste mal y sin embargo te quiero» y termina optando por los remedios de Cristina. Y el cepo vuelve en una secuencia de desarme-liberalización del mercado cambiario-endeudamiento externo-tasa de interés de niveles positivos y altos-quita de regulación al ingreso de capitales extranjeros especulativos -devaluación-vuelta al cepo.
¿Cuál fue la diferencia? Aquel cepo se usó para permitir mantener mayores niveles salariales y de ocupación. Éste fue consecuencia de haber garantizado a los inversores financieros la perfecta bicicleta: traer y sacar los dólares en base a la desregulación; los especuladores sabían que las divisas estaban disponibles porque el endeudamiento las suministraba; y percibían fuertes ganancias en dólares, porque todo ese ingreso de billetes mantenía el tipo de cambio atrasado. Y porque la tasa de interés del BCRA (Lebac, pases a 7 días y Leliq) ofrecían un buen diferencial especulativo. El Estado Nacional (y provincial) estaba detrás como gran deudor y garante de la apropiación.
Hacelo que no me doy cuenta: la contrapartida internacional
Nadie puede suponer que el FMI desconoce esta operatoria. En plena crisis de junio de 2018, Argentina recuperó su condición de mercado emergente según el MSCI (una institución del sistema financiero internacional que administra la Banca Morgan). Ello fue el premio por la desregulación pero incluyó la advertencia de perder la categoría si volvía atrás en las medidas. He aquí otro viento sembrado.
El FMI auspiciaba la llegada de dólares que se convertían e invertían en deuda pública en moneda nacional con buena tasa y después volvían al dólar, con buenas ganancias. Tras la megadevaluación, que arrancó en abril del año pasado y no llegó a parar del todo hasta la reciente reinstauración del cepo cambiario de US$200 mensuales, el BCRA se vio obligado a ofrecer cada vez más y más tasa en pesos para superar a una inflación y una expectativa de devaluación que se elevaron por las nubes.
Contra estos avatares y el sombrío horizonte que recibe, el gobierno popular se enfrenta a la frase del expresidente de USA John Quincy Adams, quien reconoce que «Hay dos formas de conquistar y esclavizar una nación. Una es la espada. La otra es la deuda.»
Que el viento de la deuda sembrado por Cambiemos no se transforme en la tempestad que azotó a Ulises depende tanto del apoyo popular al gobierno de Fernández como de su propia condición de estadista, una suerte de domador de vientos al estilo de Leopoldo Marechal.
https://www.elextremosur.com/nota/22375-el-neoliberalismo-como-calamidad-alberto-hereda-los-vientos-de-ulises/