El gobierno de Cambiemos insinuó en campaña un desarrollismo moderno pero terminó siendo un dirigismo orientado a concentrar sectores elegidos de la economía y un neoliberalismo básico para el resto.

Desde lo cultural, es un gobierno que exalta el individualismo, que no conecta con lo popular, y que se esmera por emparentar a la Argentina con los países centrales de occidente.

Gran parte de sus integrantes traslucen la antigua sensación de superioridad de los grupos sociales altos que se atribuyen mayores derechos, lo que se condice con el disgusto provocado por el ascenso social de otros sectores.  

El menosprecio por la política como argumento electoral encubre la pereza por el trabajo necesario para lograr acuerdos, tomar y sostener acciones abarcando las múltiples aristas de los problemas sociales.

El presidente, fundador y líder del espacio, que ha incursionado en la política más por ego que por vocación, carece del conocimiento mínimo en materia de políticas públicas, sobre todo de economía, lo que lo limita en la toma de decisiones frente a una problemática compleja.

La concepción política de Cambiemos incluye la reivindicación solapada de los miembros de la última dictadura militar, la comunión con los sectores conservadores de la iglesia católica, la represión ejemplificadora como política de seguridad, la eficientizacion de la educación pública, de la salud y la ciencia, el repliegue del Estado de la planificación e inversión estratégica.

Su visión podría decirse que tiene como modelo a Chile en Latinoamérica. Una sociedad estratificada y disciplinada sin poder sindical, modelo del capitalismo material, versus el Brasil de Lula con su férrea defensa de la producción nacional y un avance social sin precedentes.  

En lo económico el gobierno promueve las actividades extractivas vinculadas a los recursos naturales que requieren de grandes capitales y están en general alejadas de los centros urbanos (energía, agro, minería, turismo). No ha concebido una política para la industria local, especialmente la pyme, que debe competir y adaptarse o cerrar.

Los sectores elegidos son solo aptos para el gran inversor externo que requiere reformas pro-mercado: bajos costos laborales, precios en dólares, mínima intervención del Estado sólo para resguardar los derechos privados, tribunales internacionales y garantía de repatriación de dividendos. El enfoque contradice la etapa de proteccionismos nacionales que se da en los países centrales.

A esa combinación se la denomina “clima de negocios”,sinónimo del ámbito ideal donde se desarrolla la ambición global de un minúsculo pero poderoso conjunto de seres humanos que se consideran a la vanguardia de la evolución de la especie.   

La gestión del gabinete se inspira en “buenas prácticas” tomadas de ámbitos académicos y conferencias internacionales que incluye máximas simplistas y palabras en inglés. Una exquisitez intelectual que resultan totalmente irrelevantes para abordar la complejidad de nuestra realidad socio-económica.

El programa económico que eligió aplicar sobre una situación de origen complicada tuvo inconsistencias tan groseras que desembocó en una crisis terminal en apenas dos años y medio de gestión. La temeridad incluyó hacerlo sin una conducción política y económica fuerte.

Se optó por la desregulación total e inmediata de los mercados financieros y la apertura importadora. En materia fiscal se aumentó considerablemente el déficit. Ambos déficits, externo y fiscal, se financiaron con toma de deuda externa récord en el mundo. Al mismo tiempo, se fijó como prioridad la baja abrupta de la inflación. Pero, en frontal contradicción, se convalidaron aumentos tarifarios en dólares varias veces excesivos y tasas de interés altas para el mercado doméstico. La llegada masiva y rápida de inversiones como fuente genuina de dólares, si es que realmente era esperada como solución, es ingenua: estos proyectos necesitan mayores tiempos.

En pocos meses se llevó a la Argentina a la zona de máximo riesgo financiero, agotada la capacidad de endeudamiento sin conseguir ningún objetivo macroeconómico. Los mercados dieron la espalda al país no por cambios de condiciones globales sino porque advirtieron que los vencimientos se harían impagables: mucha deuda con capacidad de pago decreciente por acumulación de déficits.

El resultado es un país al menos 15 años más chico y pobre y la vuelta desgraciada a dos condenas: las políticas de ajuste del FMI y un alto endeudamiento externo que condiciona el desarrollo futuro.

En otro aspecto importante planteado como pilar en campaña también se falló gravemente: la institucionalidad. La manipulación de la justicia y el uso de los servicios de inteligencia para intentar apaciguar a la oposición es muy evidente. Por decreto se ha desechado todo el avance de la democracia sobre la regulación de los medios de comunicación. La corrupción tiene cifras enormes en dólares: se da a través de las empresas ya constituidas de los grupos relacionados al gobierno. Los sobreprecios en tarifas y el giro de utilidades al exterior exigen de una investigación seria de las instituciones democráticas.

En materia internacional, el gobierno eligió el alineamiento estratégico con los Estados Unidos e Israel intentando no romper con otros polos como China y Rusia. Pese a la estrecha vinculación con el partido demócrata, la relación se rehízo conTrump. Repitiendo la historia, el resultado es sólo la facilidad para la colocación de deuda financiera y un escaso avance en materia comercial. La nueva dependencia vía el endeudamiento para disponer de dólares vuelve a condicionar el posicionamiento geopolítico global de la Argentina y su relación con Latinomérica, en particular.

 

¿Cómo sería un nuevo gobierno? La crisis de 2018 tuvo dos resultantes en el seno de Cambiemos: la supremacía del ala dura sobre la más moderada y la convicción de que el único error propio es el no haber comenzado el ajuste ortodoxo apenas asumido el mando. La verdadera esencia del gobierno se vio con el triunfo electoral de 2017 que impulsó las regresivas reformas previsional y laboral.

Si fueran capaces, un nuevo mandato buscaría concretar un modelo neoliberal eficientista clásico: reducir el Estado, el costo laboral, y disciplinar las demandas sociales y sindicales para atraer el gran capital internacional que pusiera en marcha un desarrollo ordenado.

De dar resultado, permitiría en 20 años ir concediendo mejoras sociales paulatinas. La Argentina se convertiría por fin en un modelo de éxito económico con una pirámide social más alta y angosta donde cada persona tuviera lo que por mérito mereciera, siempre según su concepción retrógrada.

El gran impedimento aún para desarrollar este modelo injusto de país es que Cambiemos estaría muy condicionado. Siendo quienes acudieron al FMI el margen de maniobra será muy bajo justo cuando comienza la etapa de honrar los vencimientos. El presidente no se reelegiría por méritos propios. Seguiría siendo mayoritariamente considerado incapaz por los agentes económicos internos y externos.

Entonces, se visualizan 4 años de sostener el ajuste con el único objetivo de pagar los vencimientos de deuda externa. Entre la política del FMI y sus propias convicciones no se ve mecanismo alguno que pudiera hacer reaccionar la economía interna. El pronóstico es de un largo letargo que, como en 2019, solo buscará no tener otra crisis financiera mientras se evita el default de deuda.

En el mejor de los casos, esa economía consolidaría la pobreza y el nivel de actividad económica en los bajos niveles actuales, agudizando la angustia de una enorme porción de la población y profundizando los problemas sociales estructurales.