Todo se derrumba en el parque temático de Macri. Pero como afirmó Walter Benjamin en la novena de sus Tesis sobre la filosofía de la historia, el ángel de la historia mira hacia el pasado y “ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso (…y) lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro (…) Tal tempestad es lo que llamamos progreso”. Una de esas ruinas que deja Cambiemos para nuestra democracia es la administración de justicia.

Cambiemos el voto

En 1976, C.B.Macpherson publicó La democracia liberal y su época, y describió en ese libro cuándo y cómo se había abandonado el desarrollo de la persona –el desarrollo humano— como fin moral de la democracia, según había introducido John Stuart Mill, especialmente en Principios de economía política (1848) y Sobre la libertad (1859).

Había sido bajo la influencia de Capitalismo, Socialismo y Democracia (1942), de Joseph Schumpeter, un economista que toda su vida había trabajado con modelos de mercado, cuando se pasó a entender a la democracia como un mecanismo para elegir y autorizar gobiernos y no como un tipo de sociedad o un conjunto de objetivos morales. Ese mecanismo no era más que una competencia entre grupos de políticos que actuaban como élites. Y así, la democracia dejó de ser un camino para el progreso ético mediante la práctica política.

Macpherson dice que a partir de entonces se sostuvo que “la democracia debe tomar nota de los deseos de la gente y no contribuir a lo que sería deseable de alcanzar (…) es sencillamente un mecanismo de mercado: los votantes son los consumidores; los políticos son los empresarios (…) Hay una conjunción de modelo político (el voto) y modelo económico (el mercado)”.

Pero cuando los politólogos adoptaron este enfoque, los economistas ya lo abandonaban en favor de un modelo oligopólico de bloques de poder en la economía. Sin embargo, se siguió aceptando ese concepto de soberanía del votante/consumidor para justificar la nueva economía.

 

Democracia neoliberal y seguridad nacional

 

Thatcher: el único camino.

 

Cuando Macpherson publicó su libro todavía no gobernaban Margaret Thatcher (1979-1990) ni Ronald Reagan (1981-1989), que consolidarían el modelo neoliberal asesorados por Milton Friedman. Y tampoco se había adoptado el modelo económico del Consenso de Washington postulado por el economista John Williamson en 1989. Por eso es que a los modelos de protección del hombre de mercado (1820-1848), desarrollo de la persona (1848-1942), y soberanía del consumidor (1942-1975), no le siguió un modelo participativo de democracia sino uno neoliberal.

El crecimiento progresivo de los oligopolios globalizados y del capitalismo financiero marcó la economía a partir de entonces. Pero los atentados del 11 de septiembre de 2001 reformularon las coordenadas políticas y de seguridad neoliberales para abandonar los supuestos previos de dignidad, verdad y justicia. Dos días después del ataque, el Congreso de los Estados Unidos autorizó al Presidente Bush para emplear la fuerza contra cualquier país, organización o individuo, que de cualquier modo estuviera relacionado con los atentados realizados o con cualquier actividad futura de terrorismo.

Con ese poder, Bush autorizó a la CIA a abrir centros de detención e interrogatorio en otros países. Un par de meses después firmó el decreto (Orden Ejecutiva) para la “Detención, tratamiento y enjuiciamiento de ciertos extranjeros en la guerra contra el terrorismo”, autorizando a tener extranjeros detenidos sin cargos y por tiempo indefinido. Y a fin de año ordenó acondicionar a la base de Guantánamo como cárcel para comenzar a usarla de inmediato.

 

Bush: la seguridad nacional.

 

La guerra es militar y jurídica

Fue entonces (29 de noviembre de 2001) que el coronel de la USAF Charles Dunlap, en su conferencia “El derecho y las intervenciones militares. Preservando los valores humanitarios”, en el Centro Carr para Política de Derechos Humanos de la Universidad de Harvard, utilizó el término “Lawfare”, al preguntarse ya en su primer párrafo: “¿Está la guerra jurídica (lawfare) volviendo injusta a la guerra (warfare)? En otras palabras, ¿está el derecho internacional socavando la habilidad de los Estados Unidos para conducir intervenciones militares efectivas? (…) En breve, ¿está el derecho llegando a ser parte del problema en la guerra moderna en lugar de ser parte de la solución?”

Y precisó: “Las secuelas de aquel conflicto (los Balcanes), junto a las repercusiones de los terribles eventos del 11 de septiembre, parecen haber puesto en movimiento fuerzas que disminuirán el rol del derecho (si no a los abogados mismos) más allá de los hiperlegalismos”.

Aunque se ha asociado el término usado por Dunlap al significado con el que hoy entendemos “lawfare” (guerra jurídica) —en tanto uso de la administración de justicia como instrumento de persecución y dominación política, particularmente contra los gobiernos populistas de América Latina—, aquel sentido inicial que él definió como “el uso del derecho como un arma de guerra” se dirigía a rechazar ”un nuevo derecho internacional, profundamente antidemocrático”, de “normas irrealistas” (particularmente los Convenios de Ginebra de 1949), que ponía límites a la OTAN en contra de los intereses nacionales de los Estados Unidos.

 

Charles Dunlap.

 

Por eso Dunlap sigue a David Riviken y Lee Casey cuando dicen: “El derecho internacional puede llegar a ser una de las armas más potentes nunca desplegadas contra los Estados Unidos”. Y no se priva de analizar en su ponencia el rol de la globalización económica y los países europeos, las ONGs, la revolución informática y las comunicaciones, en el uso de esas armas. Era una interpretación defensiva que buscaba desprenderse del corsé de concesiones legales dadas en la posguerra mundial a los instrumentos de derechos humanos. Ese era el fin (inmoral) de la Justicia ejecutiva de Bush.

Pero, “legitimado” el abandono de toda sujeción al derecho internacional en aras de la defensa nacional, lo que siguió fue la etapa ofensiva de violación de derechos y libertades fundamentales, manipulación sin límites de la verdad y la mentira, y una administración de justicia de carácter vengativo y punitivo (el medio), en la que la figura del acusador pasó a ser esencial.

Esa reformulación por Estados Unidos de la concepción de justicia en la democracia liberal, en términos de nosotros/los otros, le fue útil en su primera etapa para la venganza y la protección militar de su dominio en el orden económico global. Pero hoy tiene su continuidad en la justicia ejecutiva que pasada la guerra no puede sostener para el “nosotros”, pero le es útil para que “los otros”, como la Alianza Cambiemos, instrumenten al modo de protectorados neoliberales.

La Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que condenó durante años la situación de los presos en Guantánamo, hoy afirma en un informe que en esa cárcel el Poder Ejecutivo de los Estados Unidos “hace el papel de juez, fiscal y abogado defensor”, violando el derecho a un juicio justo. Toda una definición del nuevo paradigma de administración de justicia.

 

La prueba diabólica

 

 

Desde el inicio, el gobierno de Macri mostró que su concepción neoliberal de la democracia incluía una versión de esa justicia subordinada al Ejecutivo en su prevaricato persecutorio, vengativo y punitivo. Los ejemplos pasaron a ser tan numerosos que no cabe a esta nota detallarlos en su totalidad. Sin embargo, cuando hace un par de meses estalló el escándalo del caso D’Alessio, se puso al descubierto ese modelo de una violación asociada y sistemática de los supuestos más elementales de justicia. El caso resultó paradigmático de la nueva concepción de justicia en las democracias neoliberales (si es que bajo esa concepción se puede seguir hablando de democracia).

Porque si la tarea de un fiscal democrático es imputar y probar, la novedad de los nuevos acusadores pasó a residir en la restauración de la inquisitorial prueba diabólica. Así lo dijo Marcelo D’Alessio a una de sus víctimas (todo hace suponer que operando para el fiscal Stornelli): “No importa si vos lo conocés o no a Campillo. Él te va a acusar de ser su tesorero. Es la prueba diabólica. La verdad es subjetiva, no es real. Yo te armo una prueba, y vos tenés que desmentirla”.

 

El final y los fines

Una cuestión es la del fin de algo entendido como final, ruptura, caída. En este sentido, aquello que llegó a su fin es el dejar de ser o la degradación terminal de lo que fue. Otro sentido de la palabra fin, de importancia fundamental en la ética, es la de aquello a lo que dirigimos nuestros actos.

Benjamin habló de la tempestad que arrastra al ángel de la historia. La tempestad que hoy preanuncia el final jubiloso de la concepción de justicia ejecutiva en nuestra democracia, nos deberá arrastrar, irresistiblemente, hacia un futuro de progreso moral. Ese es el fin.