El mal estado de la democracia en el mundo es inquietante. No se trata solo del deterioro de los regímenes democráticos, sino de su franca regresión. La llamada “tercera ola” de la democracia –que Huntington ve iniciarse en 1974 y que dura hasta la Posguerra Fría– en la última década ha retrocedido.
Vemos incluso una “contra-ola” en las denominadas democracias avanzadas. En un reciente texto de Bastian Herre que combina distintos índices y está en ourworldindata.org, se puede ver la doble caída de las democracias liberales y las democracias electorales, así como el doble auge de las autocracias electorales y las autocracias plenas.
Este fenómeno deja ver dos aspectos principales: uno, las democracias se debilitan y perecen desde adentro y ya no, como en el pasado, por golpes militares o acciones clandestinas de alguna superpotencia. Dos, ya no hay, como había en la Guerra Fría, el aliento a una alternativa revolucionaria: la URSS no existe. La principal contra-parte de Estados Unidos, China, no externaliza su modelo institucional.
En ese contexto, cabe la preguntarse si la estrategia del presidente Joe Biden respecto a Beijing, consistente en la identificación de una lucha existencial entre democracia y autocracia contribuye a reanimar, expandir y mejorar la democracia a nivel mundial. Hay indicios que sugieren que no y que, por el contrario, podría acentuar su declive.
Primero, el antecedente de la rivalidad entre Washington y Moscú durante la Guerra Fría es una referencia necesaria. En ciertas coyunturas, y según la intensidad de la disputa bilateral, Estados Unidos fomentó la democracia en el exterior. Sin embargo, fue más frecuente su impulso al cambio de régimen, incitando y favoreciendo dictaduras, si los esbozos democráticos en el Tercer Mundo adquirían visos reformistas y cuestionaban sus intereses. América Latina padeció los estragos de esa dinámica de alza y caída de la promoción de la democracia. La memoria de estos hechos sigue latente y las naciones del Sur Global no están dispuestas a depender de los vaivenes de la Casa Blanca.
Segundo, no es inusual que el clamor por la democracia derive en un doble estándar en relación con las prioridades, las preferencias y los negocios. Los ejemplos abundan. Solo entre mayo y septiembre de 2022 el Departamento de Estado aprobó la venta de armas a Emiratos Árabes Unidos por US$ 3.431 millones de dólares, a Egipto por US$ 3.291 millones de dólares, a Arabia Saudita por US$ 3.050 millones de dólares, a Pakistán por US$ 450 millones de dólares, y a Kuwait por US$ 397 millones de dólares; regímenes que nadie clasifica como democráticos. Adicionalmente, en la Cumbre de las Américas de junio de 2022 la Casa Blanca usó la cuestión de la democracia como el motivo para excluir a ciertos países.
No invocó la naturaleza del régimen político, al contrario, en mayo, para llevar a cabo en Washington la Cumbre con los diez países de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental. Esta asociación está compuesta por cuatro gobiernos autoritarios, cinco democracias muy defectuosas y un sultanato. Tampoco lo hizo en la reciente primera Cumbre con las Islas del Pacífico donde se ubican algunos regímenes híbridos y democracias defectuosas según los índices en la materia.
Tercero, como han señalado Michael Brenes y Van Jackson en un ensayo de este año en Foreign Affairs, la competencia entre grandes potencias ha sido mala para la democracia interna. La disputa entre EE.UU. y la URSS, sostienen los autores, exacerbó las desigualdades en Estados Unidos y no favoreció a los sectores trabajadores; la idea entonces de que una “nueva” Guerra Fría con China vaya a favorecer a las clases medias parece ilusoria.
Desde 1947 la “inflación de amenazas” es endémica. Acompañada de un pánico social extendido, facilita la aprobación de abultados presupuestos de defensa que, sin embargo, limitan la asignación de recursos a otras áreas esenciales y producen en el largo plazo un debilitamiento de la economía, mayor malestar social y el desgaste de la credibilidad diplomática.
Cuarto, Biden reconoció desde el inicio de su mandato la muy delicada situación democrática de su país luego del putsch orquestado por Trump. Diferentes voces sugieren la posibilidad de una guerra civil: en encuestas recientes, más del 40% cree que eso es factible. La preocupación ciudadana es tan alta que la “defensa global de la democracia” es la última prioridad–entre catorce–-según la encuesta del 13 de septiembre de 2022 de Morning Consult. La opinión pública no parece motivada por la confrontación mundial entre democracias y autocracias.
Quinto, existe un relativo consenso entre muchos líderes y estudiosos respecto a que la resolución de los grandes retos globales y el fortalecimiento de un multilateralismo erosionado no podrán avanzar si se impone la lógica divisiva de “con Washington o contra Washington” que es, realidad, lo que subyace a la idea de democracias vs. autocracias.
¿Significa todo lo anterior que la democracia doméstica y su revitalización es imposible o innecesaria? No. Por el contrario, es urgente. En especial en Occidente, y en particular en América Latina. Sin embargo, convertir ese objetivo en una cruzada es disfuncional para el mundo y para la paz internacional. Siempre es bueno recordar como señalara Kant en La paz perpetua que ésta no se alcanza por imposición.
https://www.clarin.com/opinion/ee-uu-china-democracia_0_OxA2XRB8vl.html