La pandemia concentra sin duda las energías y expectativas del Estado y la sociedad y el escenario mundial que dejará comienza a exigir una evaluación estratégica. Para esto me gustaría introducir cinco hipótesis de reflexión sobre el triángulo entre la Argentina, EE.UU. y China en la post-pandemia.

Primero, la transición de poder. Hace un siglo se desplegó gradualmente la transición entre Gran Bretaña y Estados Unidos. La Argentina, por convicción y/o conveniencia siguió abrazando a Londres mientras Washington aumentaba su influencia.

Una Argentina con capacidades relativas optó por profundizar los lazos con la potencia en declive. Hoy, con capacidades disminuidas, el país afronta otra transición de poder. ¿Tenemos un mapa de ruta para asumir tal reto?

Creo que no. Al menos en esta fase de la transición se requiere mantener relaciones positivas de manera simultanea y en el marco de un consenso ampliado interno para así contribuir al desarrollo, generar bienestar y reconstruir poder.

Segundo, los lazos entre Estados Unidos y China. Hasta hace unos años predominaba una condición de rivalidad atenuada e interdependencia creciente. Desde la administración Trump y durante el gobierno de Biden, se va consolidando una rivalidad acentuada y una interdependencia decreciente.

No hay una disputa plena ni un desacople mutuo: Beijing y Washington conocen sus fortalezas y debilidades y se moverán cada vez más condicionados por la política interna. Biden no quiere aparecer blando y procurará endurecer el mensaje y las acciones, y Xi Jinping buscará reafirmar el nacionalismo y la estabilidad doméstica. Ambos intentarán asegurar lealtades de diversas contra-partes.

Eso exige que la Argentina tenga claro cuáles son sus intereses nacionales y refuerce los espacios regionales para tener un mayor margen de negociación frente a ambas potencias.

Tercero, el vínculo entre Estados Unidos y América Latina. Durante los dos mandatos de Bush (h) y Obama, Washington no obstaculizó la paulatina presencia económica de Beijing en la región. Desde Trump y con Biden esa tolerancia con una China pro-activa, en especial en materia tecnológica y militar, cesó. Esto implica más exigencias y promesas de Estados Unidos.

Sin embargo, no existe una situación como la que hubo entre EE.UU. y la URSS cuando Washington y su sector empresarial tenían cuantiosos recursos para avalar el poderío estadounidense en la región y en América Latina había muchos jugadores con voluntad de vetar el acceso de Moscú al área.

Hoy, Estados Unidos tiene escasos recursos para ofrecer y pocos empresarios dispuestos a invertir masivamente mientras son las elites de la región las que quieren hacer negocios con China y no hay jugadores influyentes que pretendan limitar los vínculos con Beijing.

La Argentina no debe desalentar los lazos materiales con China ni desestimar inversiones de EE.UU.

Cuarto, el “eslabonamiento temático” (el denominado linkage politics). Varios analistas subrayan que es Venezuela el que entrelaza—casi siempre negativamente—la relación entre Washington y Buenos Aires. Una revisión de los medios de comunicación muestra cómo se presume que cualquier decisión oficial sobre Venezuela afecta el trato con la Casa Blanca. Hace días, el anuncio del retiro del llamado Grupo de Lima fue presentado como primordial para analizar el vínculo con el gobierno de Biden. Pero esto no es así.

El asunto que realmente epitomiza un eslabonamiento temático entre la Argentina y EE.UU. no es Venezuela, es China. Las recientes visitas del almirante Craig Faller del Comando Sur, de Juan González del Consejo de Seguridad Nacional y de Julia Chung del Departamento de Estados y el diálogo telefónico entre el secretario de Estado Antony Blinken y el canciller Felipe Solá reflejan la centralidad de Beijing, no la de Caracas.

Hay muchos tópicos que atraviesan las relaciones entre la Argentina, Estados Unidos y China: el Atlántico Sur, la Antártida, la Hidrovía, los materiales estratégicos (litio y tierras raras), el 5G y el 6G, entre otros. Una sutil y firme diplomacia de equidistancia será fundamental para no ser epicentro de un pernicioso juego de suma 0 entre Beijing y Washington.

Y para ello es prioritario que el federalismo interno no se torne disfuncional y fuente de debilidad para negociar y que en ciertos asuntos externos claves se asuman responsabilidades compartidas: en la Antártida con Chile y en el Atlántico Sur con Brasil (y sumando también a Sudáfrica).

Y quinto, la relación entre EE.UU. y la Argentina. En sus primeros 100 días de gobierno Biden ha mostrado tener un espíritu progresista en política interior y un continuismo puntual en política exterior. La dureza con China y Rusia ha estado acompañada de un acento en el cambio climático, el multilateralismo y la no proliferación.

En breve, hay gestos internos y algunas señales en el campo internacional que facilitan un ámbito de coincidencias entre Washington y Buenos Aires. La Argentina necesita a EE.UU. en el tema del FMI y Washington requiere de países que en medio de la dramática situación que padece América Latina no aporten al caos sino a la estabilidad.

Así, hay espacio para una combinación de convergencias y divergencias. No se trata de relaciones carnales o distantes, sino de vínculos naturales entre países que seguirán manteniendo miradas e intereses diferentes pues ello es lo lógico en condiciones de asimetría.

En síntesis, es hora de que la Argentina delibere con seriedad y sinceridad sobre una estrategia internacional post-pandemia ya que no hacerlo será muy oneroso.

 

https://www.clarin.com/opinion/triangulo-argentina-ee-uu-china-post-pandemia_0_tiG-MKKMT.html